martes, 26 de febrero de 2013

Oráculos varios y amigas



Como atea, admito que en los momentos de angustia he podido sentir envidia por aquellos que profesan una fe religiosa -sea la que sea-  ya fuera para poder recurrir a la deidad en cuestión a reclamarle lo que no tengo o lo que me sobra; para poder responsabilizarle de mi desdicha; o para poder agarrarme al resquicio de esperanza del plan que la deidad me tiene preparado, que si es una divinidad supongo que no tendrá maldad, y por lo tanto después de la cal de la angustia, habrá de tener preparada para mí una de arena reconfortante.
Pero como soy más de andar por casa, mis oráculos son los horóscopos. Confieso que los leo sobre todo ante situaciones de desasosiego o en determinadas ocasiones en las que he requerido de grandes dosis de suerte para lograr mi objetivo, en las que he seguido sus absurdas recomendaciones sobre cuestiones como el color o el número de la suerte que tenía que tener en cuenta ese día. Por si acaso. Es como el que recurre a ciertos remedios homeopáticos o de herbolarios para sanar sus males: a veces no está claro que vayan a ayudarte, pero desde luego, mal no van a hacerte.
Reconozco también que he echado mano varias veces de las cartas del tarot para tratar de digerir lo duro de la vida,  sabiendo que a pesar de que te puedan revelar alguna maldad, siempre vas a obtener una lectura feliz que te augura una vida más blandita y apacible, haciendo que eso te sirva de empuje para no rendirte. Y es que cuando uno va a que le echen las cartas, en realidad está buscando felicidad: no espera a que le lean la verdad, que para leer las malas noticias ya tenemos el periódico.
Incluso diré que tengo varios libros de autoayuda (como “Mujeres Malqueridas” de Mariela Michelena que me ha inspirado esta entrada y con el que me siento tremendamente identificada). Muchos de los denominados libros de autoayuda no son más que patrañas que te prometen desde sus portadas un mundo feliz y fácilmente conseguible, pero ante situaciones que creemos que no somos capaces de resolver, tienen en la vida del sufridor el mismo efecto que cualquier oráculo o remedio de herboristería: no van a dañarte y quizá te alivien. El refranero español no puede dar más en el clavo con eso de “mal de muchos, consuelo de tontos”, porque cuando uno está jodido por algo, siempre tranquiliza el hecho de saber que hay gente que está igual o peor que tú, que ha pasado por eso, y que incluso ha conseguido ponerle solución gracias al libro… aunque sea mentira.
Con según qué tragedias, lo mejor es pedirle ayuda a un terapeuta. El terapeuta ejerce de amigo eficiente sin invadir tu terreno; hace de consejero infalible pero acierta más que los horóscopos y que las cartas del tarot, y resulta una medicación tranquilizadora mucho más efectiva que la lectura de los libros de autoayuda. Sí, como Woody Allen tengo un terapeuta, y recomiendo que probéis también a poner uno en vuestra vida. Como todos los demás remedios, el único dolor que puede causarte, es el de tu cartera.
Y en un nivel intermedio de todos estos métodos en los que confío cuando algo me atormenta, se encuentran mis amigas: esos hombros en los que llorar por cada piedra en el camino (y mira que soy experta en encariñarme con determinadas piedras); esas orejas perpetuas dispuestas siempre a escuchar todas mis quejas; y en definitiva, esa fuente de energía a la que recurro para obtener aliento ante desgracias, desencuentros, pérdidas irreparables (incluso aquellas que luego no lo son tanto), y ansiedades varias. En medio de la jungla de la vida, llena de peligros y de obstáculos, mis amigas son mi remanso.
En los malos momentos, las amigas son esparadrapos para vendar las heridas, agujas que tras cada batalla zurcen con amor los pedacitos de ti que se habrán preocupado de recoger cuidadosamente, manos firmes que te acompañan, corazones tiernos que te prometen un futuro mejor (ese que según ellas te mereces), amortiguadores de tus caídas, marcos de referencia, asesoras que ante las adversidades inmediatamente se constituyen en “Comando Antiangustias” o “Amigas sin Fronteras”…
Independientemente del grado de implicación que tenga con mis amigas, o a sabiendas de que no puedo esperar lo mismo de todas ellas (pues cada una tiene su “utilidad”), ellas asisten a la retransmisión de los acontecimientos de mi vida, se ilusionan y sufren conmigo, y están siempre ahí sea cual sea la climatología emocional que esté viviendo: borrascas, sol radiante, marejada, nubosidad variable o tsunamis.
Decía Jose Narosky: “Al amigo no le busques perfecto, búscale amigo”. Y yo me escudo en esta cita para justificar mi imperfección y disculparme por los rabotazos que más de una habéis sufrido, y os dedico esta entrada ñoña para recordaros simplemente que os quiero. A las maris, a las nenicas, a la vecina y a mis amigos gayers. Virtuosas todas ellas.

La amistad es un contrato tácito que realizan dos personas sensibles y virtuosas. Los perversos sólo tienen cómplices; los voluptuosos, compañeros de disolución; los comerciantes, asociados; la generalidad de los hombres ociosos, relaciones superficiales; los príncipes, cortesanos. Sólo los hombres virtuosos tienen amigos.
(Voltaire, definiendo la amistad en su diccionario filosófico)
 

NOTAS DE LA QUE SUSCRIBE:
- Los textos en cursiva y color verde son transcripciones (no siempre literales) del libro de Michelena “Mujeres malqueridas”.
- Gayers, ya sabéis, ellas son mayoría, pero entráis en el saco.
- Esta entrada está especialmente dedicada a Eva por su cumpleaños.
- He escogido la imagen de “El Principito” porque lo considero uno de los grandes tratados de la amistad y de otros principios imprescindibles para lograr ser feliz. :-)

domingo, 24 de febrero de 2013

Si la ignorancia fuera llenura


Llevo unos días estresada, cabizbaja y meditabunda. Vamos, que no me aguanto ni yo, que si se me cruza el cable, sale a relucir eso que me empeño en llamar personalidad por suavizarlo un poco, pero que la gente define como carácter y que me convierte a veces en un ser despreciable del que es mejor huir si no quieres que la pague contigo. Mi madre solía decirme de pequeña que era una rabuda: “Mira mira, te está saliendo rabo” – me chinchaba. Y ahí me veías a mí dando vueltas sobre mí misma para comprobar si era cierto que me estaba saliendo una protuberancia por detrás, lo cual me hacía enrabietarme aún más porque a pesar de mi empeño, jamás conseguí verlo.
Echo de menos la inocencia propia de la infancia, esa que te hacía creer a pies juntillas todo lo que te decían los mayores sin apenas cuestionarles y te impedía plantearte por ejemplo que el oficio de los Reyes Magos era imposible logísticamente: un “es que son mágicos” bastaba para echar por tierra cualquier atisbo de duda sobre su existencia. La misma inocencia que te hacía creer en ratones con apellido que recogían los dientes de los niños para hacerse un castillo, o en cualquier otro superhéroe, incluidos los padres, dotados de poderes que uno no debía subestimar. Incluso mi hermana consiguió hacerme creer en su capacidad de tirarse pedos de colores; sólo tenía que acercarme bien al punto de emisión para apreciar los matices coloridos de sus gases…
Echo en falta la curiosidad infinita por todo lo nuevo, y que lo desconocido no me causara ningún miedo o respeto como ahora me pasa con el “y si esto, y si aquello”, donde las variantes eran sólo esas cosas parecidas a las aceitunas que vendían en las tiendas de frutos secos y golosinas, y los errores no eran más que lecciones del aprendizaje sin apenas consecuencias.
Extraño la capacidad que tenía por ilusionarme y sorprenderme con casi cualquier cosa, la ignorancia de entonces sobre todos los males mayores y menores que ahora me atormentan, esa época en la que los problemas no eran más que los deberes de matemáticas. La ausencia de responsabilidades y el poder delegar todas las decisiones importantes en los adultos, y que “a mamá vas” fuese la frase clave que te aseguraba que aquel que se saltara las reglas del juego, iba a pagarla.
En aquellos tiempos la felicidad parecía ser una forma de vida y no un estado pasajero. Simplificábamos la realidad convirtiendo la vida en un juego constante que consistía en saltar los charcos en vez de crearlos con lágrimas, y en la que el dolor más grande, era el de una simple herida en la rodilla, aunque creyeras que por ella se te iba a escapar el alma.
La ignorancia propia de la infancia nos hacía creernos inmortales, incombustibles e invencibles y actuar como tales. La experiencia de la vida nos va otorgando sabiduría, pero resulta paradójico cómo en el crecimiento, esa acumulación de pensamientos y enseñanzas puedan suponer un lastre que nos limita y nos hace sentir en ocasiones más pequeñitos, débiles e indefensos que nunca.



Y en esas estamos...

viernes, 15 de febrero de 2013

Glen Hansard en directo. Madrid, 13 de febrero en la Sala Joy Eslava


La sensación con la que volví ayer a casa después del concierto de Glen Hansard, podría compararse con la de revolver y revolver en un mercadillo hasta encontrar un tesorito exclusivo a precio de ganga y al que seguro podrás darle muchas utilidades. Que la economía está como para pensárselo dos veces antes de gastarse los dineros en ocio, pero si resulta que por el precio de una entrada consigues disfrutar de más de tres horas de espectáculo (incluyendo la actuación de su telonera Lisa Hannigan), de una sensación cercana al éxtasis como consecuencia de la recarga de endorfinas que produce la música, y de un show humorístico improvisado, pues entonces puedes acostarte tranquilo y feliz, con ese regustillo placentero de haber hecho una muy buena inversión comprando esa entrada.
Si no conté ni vi mal a pesar de las cabezas que tenía por delante en una Joy Eslava abarrotada que  colgó el cartel de “entradas agotadas”, creo que llegaron a subirse al escenario nada menos que 12 músicos entre batería, bajo, teclado, guitarras, trompetas, violines y violonchelo. Y fue ver aparecer en el escenario a semejante banda y pensar: esto promete.
“The storm, it’s comming” con Glen al piano era el anuncio de la tormenta emocional que ahí iba a tener lugar y que no hacía más que comenzar, para seguir con “You will become” y “Maybe not tonight”, en la que por fin se colgó su famosa guitarra agujereada con la que muchos le asociamos. Quizá mis expectativas eran muy altas, pero durante estos primeros minutos del concierto, eché en falta una mayor contundencia en el sonido, y un poquito más de lo que vendría a ser la versión made in Hansard del quejío andaluz, esos desgarros en la voz que te parten el alma.
Necesitábamos entrar el calor.


Seguramente el haber crecido como músico en las calles le ha dado a Glen el conocimiento de que para meterse al público en el bolsillo, no hay nada como mostrarse cercano, contando anécdotas o bromeando como si fueras uno de sus colegas al que está poniendo al día.

Así contaba cómo una noche de noviembre, decidió coger con uno de sus amigos un barco con el que suele navegar, solo que decidieron hacerlo borrachos, sin chaleco salvavidas, saliendo del el puerto por la zona de entrada de los barcos y dirigiéndose hacia el faro, aún a sabiendas de que precisamente esa luz  te dice que te alejes. Además era una noche oscura con el frío mar irlandés algo picado… y encima el motor decidió pararse. ¡Almas de cántaro! Cuando pensaban que estaban perdidos y que ese era su fin, llegaron varias olas: la primera les estampó contra las rocas del faro haciendo un agujero en el barco por donde empezaba a entrar agua. La segunda volvió a elevarles para hacerles chocar de nuevo contra las rocas haciendo más grande el agujero, y comentaba Glen que fue en ese momento cuando se dio cuenta de que si llegaba una tercera ola, quizá podría aprovechar el momento para intentar arrancar el motor y tratar de salir de ahí. Llegó la tercera ola y afortunadamente consiguió poner en marcha el barco, rumbo de nuevo a la orilla en un trayecto en el que ni él ni su amigo fueron capaces de decir ni una sola palabra. Entendió que para las fuerzas de la naturaleza no éramos más que un trozo de carne al que podían vapulear a su antojo, y que nosotros no somos si quiera capaces de entender a la madre naturaleza e interpretar sus señales. Así introducía “Talking with the wolves”.
Con “Love don’t leave me waiting” comenzó el delirio propio de un concierto de rock, incorporando al final de la canción estrofas del ”Respect” de Aretha Franklin.
Echando mano de esa faceta de actor cómico que Glen no puede esconder, contaba cómo cuando se enamoró por primera vez con 18 años, experimentó cómo el corazón es capaz a veces de anular las ideas de la cabeza; en ocasiones se produce un problema de comunicación entre ambos órganos puesto que probablemente no conocen la existencia el uno del otro, o porque ni si quiera tienen teléfono para poder dialogar, pero que lo paradójico del tema era que a esas edades, no había que hacer caso a esos debates y comeduras de cabeza en los temas del amor, porque a fin de cuentas lo único importante debía ser el “donde” iban a disfrutar de ese amor tan sexual. Así daba paso a el primero de los temas que interpretó de la banda sonora de “Once”, “When your mind’s made up”, con la que recuperaría la intensidad que eché en falta en “Philander”.
Hablaba de esas noches de borrachera que acaban en resacas tan terribles que crees que vas a morir, pero después te recompones y te das cuenta de que realmente no ha llegado tu hora, así que si consigues levantarte, puedes celebrar que sigues aquí empezando a beber de nuevo. Esa era la nota introductoria de “Low rising”.
Una emocionante “Bird of sorrow”, que sonó mucho más brillante que en el disco que venía a presentar, "Rhythm and repose" nos puso tontorrones con el ojo Candy-Candy para más adelante rematarnos con la estremecedora “Leave”, interpretada con desgarro y fuerza con Glen a pie de escenario, solo con su guitarra y sin enchufes. Y entonces no puedes más que hacerle la reverencia.
De nuevo un parón para contarnos que desde que habían llegado a Madrid, les había dado tiempo de escoger cuál era el bar en el que servían el mejor café de la ciudad, gracias a una aplicación de teléfono que tenía uno de los miembros de la banda que al parecer era todo un sibarita en lo que a cafeses se refería. Mi amiga más cafetera dice que no conoce esa aplicación, y ya me extraña. Que digo yo que ya me podía haber llamado Glen y le habría organizado un plan más estupendo, pero nada. Eso, y que estuvieron en la tienda de guitarras de Felipe Conde donde fliparon un poco y todas las guitarras eran maravillosas, y que si algo era maravilloso, que qué importaba el precio. Pero que bueno, que en realidad no habían comprado nada... Y hablando de guitarras invitaba al escenario a Javier Más, un zárágózánó virtuoso de la guitarra española al que Hansard conoció cuando Más ejercía de escudero de Leonard Cohen.
Aprovechó además para pedirle al público colaboración con los coros, con un “ahhh” que según Glen debía sonar a “una mujer rusa en la proa de un barco que va a dar malas noticias… pero no malas del todo”. Se trataba de los coros de “Backbrocke”, una de mis canciones favoritas de “The Swell Season”.
 Javier Más siguió sobre el escenario en “Papercup” y “High hope”, donde de nuevo Glen solicitó nuestra ayuda entonando ese “there” que teníamos que cantar, un “ahí” estupendo hipotético que hay que visualizar y tener siempre presente para tratar de alcanzarlo en los malos momentos.

La siguiente pausa del concierto esta vez la causó una de las asistentes, que al parecer protestaba porque no conseguía escuchar bien los speechs que Glen se marcaba. Digo “al parecer” porque claro, a ella sí que no se la oía. Él explicaba que el teatro donde estábamos había sido concebido para ofrecer conciertos de ópera mientras se hacía un lío con las "z" de zarzuela, por lo que no podía ser que la acústica que en el siglo XIX era buena, ahora fuese mala. Pero como solución la invitó a subir al escenario y a continuar disfrutando desde allí el resto del concierto. Y la loca –porque estaba loca, porque mira que montar el pollo y paralizar una actuación- que se lo pensó, pero al final subió. Que yo ya estaba dispuesta a protestar o algo también por si me subía a mí, pero no pudo ser. Entonces Glen empezó a proyectar de manera exagerada su voz, pretendiendo que su inglés sonase más claro forzándolo hacia un acento que aunque trataba de que sonara a español, decía que más bien parecía estar imitando a Roberto Benigni gritando eso de "I scream, you scream, we all scream for ice-cream" de la película “Bajo el peso de la ley”. Si es que a este chico, que además de buen cantante, majo y guapo, le gusta el cine; lo tiene todo, oye.
Una vez solucionado el incidente, llegó el tema inédito “Moving on” que me moría por escuchar. No sé yo si quedaría fino que contase dónde me vibraban esos “moving on” que cantaba bajando la voz hasta emitir un sonido ente Barry White, un rezo tibetano o algo gutural mientras movía sus caderas... Pues eso.
Hizo una mención especial a los componentes de “The Frames” que compartían con él escenario a la hora de presentar por fin un tema de su anterior banda. Con “Santa María” dejaban a un lado el rollo folk para pasearse por un hipnótico post-rock con el que perdimos la cabeza.
Glen volvió a prescindir de acompañamiento para despedirse antes del único bis cantando a pulmón “Song of good hope”, dedicada a un amigo que murió de cáncer y que según nos contó, decidió abandonar la quimio en los últimos seis meses de su vida para poderla vivir disfrutando a su manera.
Después de un par de minutos de ovaciones, regresó de nuevo solo para interpretar “Say it to me now” con la misma intensidad con la que nos destrozó en “Once”.



Pidió paso a toda la banda para tocar juntos aún en versión desenchufada “Gold”. Se retiraron e invitó a Lisa Hannigan para que acabara de conquistarnos con su ukelele y su delicada voz en "Blue Moon" donde Glen quedaría en un segundo plano para después intercambiar papeles y acompañarle contraponiendo sus voces en la preciosa “Falling Slowly”, la ganadora al Oscar a la mejor canción en 2008.




“This gift”, que aparece en la B.S.O. de la película "The Odd life of Timothy Green", es otra de esas canciones que te noquea con su belleza:
This gift will last forever
This gift will never let you down
Some things are made from better stuff
This gift is waiting to be found
Es el regalo que le dedicaba Glen a Lisa que había cumplido años el día anterior, y te recomiendo que escuches esta versión que hizo hace poco con su sobrina: "This gift" feat Amy Hansard



Después de más de dos horas y media de concierto llegaba el momento de despedirse, y en vez de hacerlo con una nana de buenas noches, lo hacía con una canción que esperaba que nos plantase una sonrisa y que se nos quedase pegada. Decía que si acaso quisiéramos quitárnosla de la cabeza, sólo teníamos que tararear un rato “Private dancer” de Tina Turner. Se trataba del “Passing through” de Leonard Cohen, que fue interpretada por la banda al completo, Lisa Hannigan y Javier Más incluídos y que acabamos todos coreando. Ellos salieron del escenario en fila india montando una especie de conga dando brinquitos, y así no fuimos nosotros, felices como perdices.

Si creías que Glen Hansard era un cantautor folk más que no podría subir demasiado la intensidad en sus conciertos ni conseguiría elevar tu ánimo, estabas confundido. Y con lo que me gusta a mí el marujeo y los detalles, si pensabas que esto iba a ser una crónica formal y que te iba a contar cómo lo viví de una manera objetiva y sin “mojarme”, también te equivocabas. Échale la culpa a las endorfinas que se liberan con la música y hacen que se incremente el deseo sexual.


NOTA: Gracias a Elena por su inestimable ayuda a la hora de interpretar las palabras de Glen que se me escaparon producto de la emoción que aún hoy me dura.
A la persona que ha colgado en youtube el video de parte del concierto.
Y al autor de la primera foto, Samuel Sánchez para El País.


sábado, 9 de febrero de 2013

Erotismo chabacano


En el mundo virtual me crucé con un personaje que navegaba también por los portales de encuentros y cuya táctica de acercamiento me sorprendió especialmente.
Sin haber interactuado previamente con él, me envió un correo privado cuyo contenido era un relato pseudo-erótico bastante interesante pero en el que quizá eché en falta algo más de sutileza. La sinopsis podría ser algo así como la historia de dos desconocidos que empiezan a chatear por internet y deciden cometer la locura de quedar en la casa de ella esa misma noche. Sin apenas conocer nada el uno del otro, acaban echando el polvo de su vida. Pero de repente ella hace algo que le hace perder a él la cabeza y huir de la casa desesperado. FIN.
Y ahí te quedas tú con la intriga y el dolor de barriga de saber qué ocurrió.
“El escritor” hacía en su relato una descripción pormenorizada de la anatomía de los órganos sexuales de los protagonistas y de los cambios que éstos experimentaban a medida que iba creciendo su excitación hasta que llegaban al clímax (que conste que normalmente no soy tan fina, pero siempre he querido hablar de estas cosas como lo hacían en la revista “Nuevo Vale”).
El caso es que “El escritor” había repasado a conciencia todo mi perfil en el portal de encuentros y había mirado con lupa mis fotos. En base a mi descripción y a mis gustos, creó a la protagonista de su relato a mi imagen y semejanza. No hace falta ser muy perspicaz para adivinar que el protagonista masculino evidentemente era él.
Sentí una pizca de alegría porque parecía que por fin alguien se había detenido en mi perfil y había conseguido leer más allá de las tres primeras líneas, y además había creado una historia sólo para mí. Pero también experimenté una mezcla de confusión y de asco, porque una no espera que la historia de amor con el candidato a príncipe azul empiece directamente con él comiéndote el mismísimo. Admito de todas formas que me regodeé un poquito en mi ego recién insuflado consecuencia del increíble atractivo que al parecer emano a través de la pantalla, un atractivo per se como para que alguien decidiera nombrarme musa de sus sueños.
Aunque tengo la mala costumbre de no contestar a la gente que a priori por el motivo que sea no me interesa, en esta ocasión sentí la necesidad de decirle a “El escritor” que agradecía el detalle de haberme metido en su fantasía sexual así porque sí. No obstante, también le dije que aunque no era ese el tipo de mensajes que esperaba recibir, su historia estaba muy bien escrita y la maruja que hay en mí le preguntó por el final de la historia.
Volvió a escribirme para pedirme disculpas por lo abrupto del primer contacto, y me anunciaba que continuaría el relato para mí, pero me pedía que a cambio le escribiera de vuelta contándole lo que pensaba del nuevo texto, y me indicó que le gustaría que hiciera hincapié sobre todo en las sensaciones físicas y mentales que experimentaría al leerlo, e incluyera detalles como hora del día en que leo y respondo, qué estoy haciendo, qué llevo puesto, etc.
Acojona, ¿eh? Y piensas que menudo rarito, que este lo que quiere es pelársela a tu costa, pero al fin y al cabo lo bueno de internet es el relativo anonimato y que cuando te cansas de alguien no tienes más que cerrar la ventanita. E incluso puedes inventarte un personaje y seguirle el rollo a quien te escribe.


Su siguiente correo se titulaba “La línea 10”. Desgraciadamente no era la continuación del relato inicial. No era la versión 2.0 de “Pretty Woman” en la que la descarada que había invitado a un desconocido a su casa  se enamoraba del susodicho para acabar siendo felices y comiendo perdices.
Era una nueva historia muy bien contada también pero que rayaba lo pornográfico. Resumiendo: el pene del chico sentía un flechazo por una de las ocupantes del vagón de metro en el que viajaba, y ahí que disfrutaba de que fuera hora punta para así poder arrimar cebolleta por eso de ir como sardinas en lata. Y se quedaba tan prendado de ella, que procuraba coger el metro siempre a la misma hora con la ilusión de volver a encontrarla y poder repetir el fregoteo. Puritito amor, vamos.
La “La línea 10” era un festín de detalles obscenos y grotescos sobre el pene on fire del protagonista que se ve que lo pasaba francamente mal apretujado en el metro, convencido de que si su excitación seguía en aumento, iba a reventar su bragueta, y sufriendo el pobre por si el roce constante con las nalgas de su "enamorada" y el traqueteo del tren harían llorar al cíclope calvo, causando con ello un bukake improvisado en el vagón donde todos iban a recibir un poquito de su lechoso regalo.
Y qué quieres que te diga, mira que yo tengo bastante furor uterino, pero no sé por qué cuando leo algo y veo la palabra verga, cuando escriben sobre capullos enrojecidos latiendo, o describen humedades en los bajos de las mujeres que no podrían disimular ni contener ni una Tena Lady, pues como que se me baja la libido. Para excitarme no necesito que me den tantos pelos y señales; prefiero un planteamiento menos genital y más sensual o sugerente.
Le escribí indignadísima una redacción de dos folios que supongo no satisfizo sus problemas onanistas, contándole lo que sentí antes, durante y después de leer “La línea 10”. Le expliqué lo cabreada que estaba porque me hubiera dejado sin mi historia romántica de película de final feliz, y también le dije que no había sentido ningún tipo de cosquillitas en mis partes, que no me ponía, que me resultaba soez, y que no entendía que un desconocido pudiera atreverse a enviarme algo así, que ignoraba cuáles eran sus intenciones pero que no me gustaba un pelo.
Volvió a contestarme explicándome que lo que buscaba era que con sus relatos, las mujeres fuéramos conscientes de nuestras inhibiciones en materia sexual para así conseguir que traspasásemos nuestros límites. Quería abrir nuestras mentes, no nuestras piernas. ¡Iba de redentor de las mujeres reprimidas que no habían tenido un orgasmo en su vida! Menudo iluminado... Tuve que decirle que conmigo se equivocaba de destinatario, porque lamentablemente ni me divertía ya el juego ni me he cohibido nunca a la hora de disfrutar de mi sexualidad sola o acompañada. Así que me despedí de él deseándole mucha suerte en su proyecto de concienciación sexual femenina.
Lo más curioso del caso es que un mes más tarde de este intercambio de correos, le reconocí en la portada de la revista cultural de “El País”. Resulta que “El escritor” no era un pajillero aficionado, era un escritor de verdad, y por lo que se ve con relativo éxito como para llegar a ser noticia en un medio por lanzar al mercado la que era ya su tercera novela de temática erótica.
A pesar de que la historia con “El escritor” fue mi enésimo fracaso en la búsqueda del príncipe azul, reconozco que la anécdota nos dio a mis amigos y a mí para unas cuantas risas, sobre todo cuando decidí deleitarles con la lectura de sus cuentos con mi voz más calenturienta.
Y hace poco, en la celebración del cumpleaños de una amiga a la que regalé el libro "Cincuenta Sombras de Grey", repetí con éxito la gracia de hacer frente a las invitadas una lectura dramatizada de parte del libro. Las nenas querían más.
Por todo esto, me estoy planteando si encaminar mis pasos hacia el doblaje de películas porno, o montar un club de literatura erótica en el que con unas copitas de vino podamos compartir lecturas, interpretaciones y críticas mordaces de los libros. Al parecer este tipo de clubes no hacen más que proliferar en Londres a raíz del éxito de las novelas de E.L. James, y por lo tanto las tardes de lectura lasciva ahora son tendencia… ¿cómo lo ves?




lunes, 4 de febrero de 2013

El ladrón sin el traje de rayas



Corría el año 1982 cuando mi madre nos llevó a mi hermana y a mí a un mitin de Felipe González. Recuerdo perfectamente que tuvimos que coger un autobús para trasladarnos a la casa de campo. Tanto el autobús como el recinto, estaban llenos de señoras enfervorecidas a las que no les importaba que midieras menos de un metro para arrollarte y pisarte, con tal de poder llegar a las primeras filas. Ellas parecían estar asistiendo al concierto de una gran estrella de rock, y yo… creo que empezó a no gustarme la política entonces.
Crecí en una familia de derechas, fui educada en un colegio de ideología derechista, y toda la gente que me rodeaba era en su mayoría también de derechas; excepto mis padres. Obsesionada como estaba en mi adolescencia por ser distinta a la mayoría y sobre todo por renegar de aquello que hacían o decían mis padres, creo que la ideología política es de las pocas cosas que admito copié conscientemente de mis progenitores. Obtenían ese privilegio por el hecho de no ser como la mayoría de los que me rodeaban. Que yo iba para rara.
Sin embargo, llegada la mayoría de edad, lo guay era utilizar el argumento de “yo paso de política”. Mis padres me explicaron entonces  lo que les había costado llegar a la democracia, y que desaprovechar el derecho a voto era una barbaridad inadmisible, por lo que acudíamos en familia para votar y así ellos se aseguraban de que mi hermana y yo cumplíamos con nuestra “obligación como ciudadanas", como ellos decían.
Reconozco que desde entonces estuve ejerciendo mi derecho al voto más por una obligación impuesta por mis padres y por el compromiso adquirido con ellos y con su lucha por la democracia, que por un compromiso real por mi país… porque seguía sin interesarme la política. Cuando adquirí la madurez real y no la que viene determinada por tu fecha de nacimiento, seguí votando, me abstuve en una ocasión, y en las últimas elecciones sustituí la papeleta por una loncha de chorizo, porque me parecía la mejor forma de mostrar mi descontento con eso que llaman democracia –pero que no lo es- que me enseñaron mis padres.
A menudo hablo con mi madre sobre política, y aunque nuestra ideología es similar, ella sigue defendiendo el sistema de gobierno que tenemos y no ve nada malo en el bipartidismo. Yo por mi parte cada vez estoy más desencantada con cualquiera de las opciones que tenemos, y me niego a aceptar que no se escuchen a las voces de los ciudadanos que se abstienen, de los que votan nulo, en blanco o de los que confían su voto a los partidos minoritarios y que apenas consiguen tener representación en el parlamento, por culpa de un sistema de contabilización electoral (Ley D'Hont) que debería ser revisado por favorecer descaradamente ese maldito bipartidismo: o azul o rojo.
Algo va mal: no concibo cómo en las últimas elecciones generales, de los cerca de 47 millones de españoles censados y 35.779.208 en edad de votar, SOLO 24 millones y medio se acercasen a las urnas, y que baste la elección de menos de 11 millones de personas para determinar quién nos tiene que gobernar al resto. Y que encima nos intenten confundir abrumándonos con esa “mayoría absoluta” consecuencia de esta supuesta democracia. Para más inri, los votos nulos y los votos en blanco, experimentaron un nivel nunca alcanzado desde 1979 (un total de 973.518 votos), y en la práctica ese número de votos equivaldría a ser la cuarta fuerza política a nivel estatal. ¿Hola, alguien nos escucha? Me parece a mí que no. Así que esto no puede ser considerado democracia.
Y yo no entiendo cómo esos 11 millones de votantes del PP no están quemando contenedores y rompiendo marquesinas, indignados por haberle otorgado su voto a un partido que ha incumplido todos y cada uno de los puntos de su programa electoral y que lleva 15 meses mintiendo. Once millones de personas que le han dado carta blanca a su presidente para seguir haciendo lo que le salga de los mismísimos durante cuatro años. ¡Los indignados de verdad deberían ser esos votantes!
Pero todos sufrimos los recortes, vemos mermados nuestros derechos y avanzamos hacia atrás. Y con el agua al cuello haciendo malabarismos para poder VIVIR (o sea, un derecho fundamental), los escándalos de corrupción no hacen más que salpicar al PP: todos nosotros endeudados hasta las orejas y ellos podridos de dinero gracias a cuentas que “supuestamente” no cuadran.
Y de nuevo no entiendo cómo esos 11 millones de votantes del PP no están asaltando bancos y comercios, indignados por haber dejado a su país en manos de alguien que ante tan graves acusaciones tarda dos días en comparecer en una rueda de prensa que de haber sido de otra manera, se podría haber entendido la tardanza, pero es que su aparición ha sido un chiste: en una pantalla de plasma (porque junto a él sólo estaba la cúpula de su partido, como si sólo tuviera que rendirle cuentas a ellos) y sin aceptar preguntas: ¿A qué le teme el señor Rajoy? ¿Es esa la transparencia de la que aboga? ¿Pase lo que pase no se va a inmutar y va a seguir haciéndose el sordo? ¿A qué juegan cuando se defienden diciendo que van a hacer públicas unas declaraciones que YA son públicas de dinero “A” donde jamás pueden aparecer los sobres cobrados en “B”? ¿Van a facilitarnos también los datos de su patrimonio de los últimos 12 años? ¿Van a explicar algo de verdad? ¿Y cómo puede ser que los que le defienden utilicen como único argumento el hecho de que le consideran un hombre “honesto”? ¿Acaso los ladrones llevan un cartel que dice L-A-D-R-O-N?
Y entonces me he acordado de una anécdota de mi sobrina de 5 años. Fue testigo de cómo unos dependientes corrían por la calle detrás de un mangui al que habían pillado con las manos en la masa en su tienda. Ella contaba que un señor (el ladrón), estaba gastando una broma a los dependientes, porque había hecho como que se llevaba una cosa de la tienda pero que era mentira, porque él no era ladrón, porque claro, ese señor no llevaba un traje de rayas. Porque en los cuentos, los ladrones llevan traje de rayas. Y añadió: “A lo mejor llevaba el traje de rayas debajo del pantalón y del abrigo”.
Y yo pensaba que ojalá los ladrones llevasen siempre un traje de rayas. Igual así las cosas apestaban un poco menos.

 




FUENTE: Wikipedia