En vista de que me estaba
costando arrancarme a darle a la tecla, me puse a repasar los escritos que
almaceno y que dejo a medias. De entre todos ellos, me llamó la atención uno de
hace algo más de un año, en el que empezaba contando que una amiga de Barcelona
me preguntaba si podría acogerla en mi casa a dos meses vista, a lo que yo le
respondía que en principio no tenía ningún plan, pero que claro, con tanta
antelación no podía decirle qué sería de mi vida ni asegurarle nada. Lo que
escribí entonces continuaba así:
"- Tranquila, que me lo apunto en la agenda. Mi casa es tu casa, a no
ser que de aquí a entonces conozca al hombre de mi vida y me proponga un plan
fantástico justo para ese fin de semana- le contesté.
Yo, la misma que critica a las amigas que se emparejan y desaparecen
del mapa, le dije eso. La que se encabrona cuando viaja a visitar a sus amigas
a la ciudad condal, y ellas no dejan a un lado sus planes cotidianos para
atenderme y contemplarme las 24 horas. La que aboga por una vida independiente
por encima de todas las cosas. Sí, he decidido que la próxima vez que me
enamore va a ser de esos amores de película, intensos y bonitos desde el
momento del flechazo. Nos daremos cuenta de que estamos hechos el uno para el
otro, y querremos aprovechar toda la vida que llevamos sin conocernos."
No tengo ni idea de por qué lo
guardé titulándolo “Asfixia”.
Curiosamente este verano he
recibido la visita de otras dos de mis amigas barcelonesas. La primera de ellas me descubrió “Tinder”.
- ¿Pero esa aplicación no es sólo
para gays que quieren follar directamente y que el chisme ese te dice a quién
tienes cerca disponible? – le pregunté.
- No tía, eso es el “Grindr”.
Esta mola, es para todos, y te conecta con gente con la que compartes gustos
comunes en Facebook, y si no sois atracción mutua, no te van a dar la plasta –
contestó al tiempo que me comentaba lo bien que le había ido con esa aplicación
a varias amigas.
A la mañana siguiente ya tenía mi
perfil creado y me pasé un buen rato dándole mucho al “nope” pero
sorprendentemente encontré a unos cuantos que pasaban el filtro del espanto.
Muchos más que en cualquier otro portal, ni tan hipsters como en “Adopta”, ni tan
MYHYV como en “Badoo”, ni tan puretillas como en “Meetic”. Más
sorprendentemente aún, conseguí el primer día varios “matches” o chicos
compatibles.
Enseguida tuve mi primera cita.
Cometí la locura de… ¡irme a desayunar a Ciempozuelos donde vivía mi Romeo! Y
bueno, aparte de que en las fotos parecía mucho más alto - que con mi 1,62 y
mis tacones de 5 centímetros, no me cuadraba haberle podido dar sin mucho
esfuerzo caponcitos con la barbilla si hubiese querido, cuando él supuestamente
medía 1,77, porque no me salen las cuentas -, resulta que nos pasamos la cita
entera discutiendo. Vale que yo sea cabezota, pero él lo era por tres, y hablásemos
del tema que hablásemos, no llegábamos nunca a un acuerdo; el tipo trataba de
imponer su criterio, y como resulta que no soy una mosquita muerta,
allí saltaron las chispas, y no eran fuegos artificiales precisamente. Creo que
fue la cita más tensa e incómoda de mi vida, y tras dos cafés salí espantada y
acelerada de vuelta a Madrid. Al poco de arrancar el coche el chico me enviaba
un mensaje diciéndome: “Aunque no te lo haya parecido he estado muy a gusto, me
ha gustado la cita, ya te dije que prefiero la vidilla al aburrimiento y me
gustaría repetir”. ¿Vidilla? De pronto me imaginé horrorizada cómo sería
decidir con ese chico qué cortinas pondríamos en nuestro salón si prosperaba la
historia. Fin.
Recién llegada mi otra amiga
barcelonesa, debatíamos en una tarde fantástica de chicas sobre el amor, del
cual yo renegaba, alegando todos mis fracasos sentimentales y la pereza que me
daba volver a tener una cita como la del chico de Ciempozuelos.
- Mirad, sólo me animaría si
encontrase a alguien divertido, andaluz a poder ser, guapo, que toque algún
instrumento (preferiblemente la guitarra o la batería), que le guste el mar y
los deportes, y ya sería ideal si tuviese pasta y una Volkswagen Camper antigua para recorrer juntos España. Pero como eso no existe y es soñar
demasiado… - dije en plan frívolo.
La providencia quiso poner en mi
camino vía Tinder al día siguiente a un malagueño deseoso por conocerme que era
un cañón, surfero, resalao, batería de un grupo medianamente conocido, entre
cuyas fotos de perfil había una de su preciosa Volkswagen Camper de color
crema y que trabajaba en inversión de banca.
¡Y cómo te quedas, muerta!
Como una no debe darle la espalda
a la providencia, admito que me salté varias de mis reglas auto-impuestas a la
hora de ligar por internet, como la de no darse enseguida el teléfono o tardar
más de un día en quedar. Y cuando nos conocimos me salté LA REGLA, ¿quién no lo
haría cuando cree que le ha tocado la lotería? Diré que la noche en sí fue
bastante surrealista, en la que aprendí entre otras cosas, que los chicos que
tocan la batería necesitan tocarla y seguir un ritmo todo el rato, y utilizarán
por tanto cualquier superficie para tamborilear. Otra cosa que no es que
aprendiera porque ya la sabía, sino que recordé, es que no debo volver a
juntarme con ningún géminis. Era el tipo más embaucador del mundo, que incluso
me propuso marcharme a Londres con él el día siguiente alegando que la
habitación de hotel que tenía reservada era estupenda. En mi defensa sobre por
qué me precipité tanto, diré que acuciaba el tiempo y debía comprobar cuanto antes
si se trataba mi príncipe azul, más que nada porque una semana más tarde yo me
iba de vacaciones, y él… ¡él se iba en unos días a Bali a empezar una
nueva vida! ¿Puede ser más cruel la puñetera providencia? Fin.
Justo un día antes de marcharme
de vacaciones, volví a conectarme a Tinder. Entonces me escribió un chico que a
priori no me entró demasiado por los ojos. Creo que empezó escribiéndome
queriendo saber más de mis artes culinarias, y tras una amena conversación, se
despidió preguntándome si podía seguir conquistándome al día siguiente. Yo me
lo tomé a guasa y pensé que se quedaría ahí el intercambio de mensajes, pero no…