Tengo una amiga a la que le saco
13 años y que me llama “abuela”. Siempre creí que lo hacía por la diferencia de
edad, por lo maruja y casera que soy o porque preparo pucheros y reparto
tuppers entre mis allegados o soy de las que le pide al otro que envíe un
mensaje para saber que ha llegado bien; pero desde hace una semana, creo haber
entendido el verdadero porqué del concepto: “abuela” es alguien que puede contar
batallitas que sucedieron antes de que nacieran sus “nietos” o cuando éstos
eran muy pequeños, y sorprenderles.
Sí María, aunque alucines, yo
viví la época de la tele en blanco y negro, con dos únicos canales y sin mando
a distancia, aunque tengo que decir que en mi casa siempre tuvimos control
remoto. Se llamaba “Beatriz”: Beatriz pon la tele, Beatriz cambia de canal,
Beatriz sube el volumen…
En mi época la tele no era la
caja tonta que es ahora; en la parrilla de programación había cabida para la
música, la creatividad, las películas y las series de culto, y para los niños
de mi generación, llegó a ser una parte esencial de nuestra educación. Aprendimos
lo más básico con “Barrio Sésamo”, empezamos
a respetar y a amar a los animales gracias a Félix Rodríguez de la Fuente con
“El Hombre y la Tierra”, y artistas de
vanguardia -precursores de la movida madrileña-, y que hoy son parte de la
historia del pop de nuestro país, por fin nos trataron como “mini-adultos” en
“La Bola de Cristal”, sin presuponer rasgos de estupidez por nuestra corta edad
o falta de experiencia, enseñándonos a razonar, a apasionarnos por la lectura,
y sobre todo por la música. Con “Tocata” empecé a abrir aún más las orejas.
A finales de los 80, en mi cole
lo que más abundaba eran los niños “normales” (o sea, pijos) que escuchaban a Mecano
o a Hombres G; los que eran un poco más sofisticados, fanáticos de U2 o Bruce
Springsteen; los heavies que iban por libre y con los que casi que era mejor no
juntarse porque solían ser balas perdidas; y luego un pequeño grupo de siniestros que vestían de negro y vagaban por los pasillos como almas en pena, que escuchaban música oscura hecha con sintetizadores. Confieso que fui una de
esas niñas pijas durante mucho tiempo y que amé con locura a David Summers,
pero lo que de verdad quería – y esto es aún más inconfesable- era ser rarita y
siniestra, y creo que en esto tiene mucha culpa Alaska y “La Bola de Cristal”.
El caso, que no recuerdo
exactamente cómo, cuándo ni por qué cambié los lazos de lana de Don Algodón que
decoraban mi pelo y los calcetines de rombos a juego por el negro total; el
“sufre mamón, devuélveme a mi chica o te retorcerás en polvos pica-pica” por cosas como “girl of sixteen (…) slashed her wrists, bored with life” (chica de dieciséis
años se corta las muñecas, aburrida de la vida). Pero pasó.
Quizá viera la actuación de Depeche Mode en “Tocata”. Sólo sé que jamás me identifiqué
tanto con unas letras que parecían escritas a mi medida, yo que iba de
atormentada por la vida. Odiaba la vida y amaba la muerte, me apasionaban las
películas y la literatura de terror, la música oscura o de letras deprimentes, y
todo lo que supusiera unas cuantas vueltas de tuerca más. Sí, todos tenemos
nuestras taras… Y en ellos encontré la salvación, o algo así.
Cuando aún no habías nacido, nietecilla,
asistí a mi primer concierto de Depeche Mode en su “Tour For The Masses”. Tengo
que reconocer que el otro día me mareé y todo al echar cuentas de los años que
habían pasado, y tuve que recontar varias veces, porque me faltaban dedos de
mano para hacerlo. Que me imagino que por entonces no había restricciones en el
tema de la edad para ir a un concierto, porque yo tenía sólo 12 años. Me
acuerdo de que mi amiga Ana y yo nos esforzamos en parecer unas auténticas
siniestras, y que nos acojonamos al llegar al desaparecido Pabellón del Real
Madrid: ¡Joder, nos van a descubrir!- pensábamos. Si hasta nos planteamos
vender las entradas porque nos daba miedo entrar ahí. Pero lo hicimos, y a las
11 de la noche estaba de vuelta en casa, pero ya me había convertido.
Porque ser fan de Depeche Mode
suponía mucho más que el hecho de que te gustara su música: era una especie de
religión, que iba acompañada de cierta estética y gustos culturales y
musicales muy particulares. Podías escuchar otra música del estilo como Nitzer Ebb, Erasure, The
Cure, Kraftwerk o New Order, pero Depeche Mode eran DIOS.
Vince
Clarke fue el papá de la criatura, que se fue de la banda tras el primer disco y nunca
volvió; y Martin L. Gore la mamá, la que de verdad ha criado y creado al grupo,
un auténtico poeta que escribe como nadie sobre el amor, la religión o el sexo,
temática habitual de sus composiciones. Dave Gahan es todo ese amor de papá y
mamá hecho carne y hecho voz, ¡y menuda voz! Alan Wilder era el hermano mayor
que dotó al grupo de sus sonidos oscuros más característicos, cuya labor de
producción llevó a la banda a lo más alto, pero en 1995 acabaron tirándose los
trastos a la cabeza y abandonó el proyecto. Las malas lenguas dicen que “Useless”
está dedicada a él y a sus pretensiones tras dejar el grupo. (Temazo, por
cierto). Y luego está Andy Fletcher, que aún hoy sigo sin tener claro cuál es
exactamente su papel en el grupo, aparte de producirme como ternura cada vez
que le veo… ¿tocar? El sonido de Depeche Mode es una maraña de texturas
electrónicas, una fórmula de baile y dramatismo en la que se combinan a la perfección los fríos
sintetizadores con una de las voces más cálidas.
Después vinieron las giras “World Violation”,
“Devotional”, “The Singles”, “Exciter”, “Touring the Angel” y “Tour of the
Universe”. Y no falté a ninguna de ellas, repitiendo incluso en algunos
festivales. Entre medias me enamoré de un chico del cole sólo porque era
clavadito a Dave Gahan y le escribía cartas anónimas de amor que por cierto jamás
fueron correspondidas. Cuando el grupo pasó unos meses en Madrid en el 92,
grabando su disco “Songs Of Faith And Devotion”, a mi padre, que era muy musiquero también, le hizo mucha gracia
la aventura que le conté: lo que me supuso coger un autobús hasta La Moraleja
para ver si encontraba el chalet que estaban utilizando como estudio de
grabación, tarea imposible porque La Moraleja es una urbanización enoooorme, y
le expliqué que lo que de verdad necesitaba, era alquilar una vespino para que
no se me escapara ninguna casa, poder llegar a ellos y contarles lo importantísimos que eran en mi vida; pero se ve que eso no le hizo tanta gracia y me
dijo que tururú a lo de la moto. Realmente yo estaba tocada del ala.
Afortunadamente, con el tiempo
todos evolucionamos, y Depeche Mode y yo quizá ya no sigamos la misma dirección
y he obviado sus últimos discos. De hecho ni si quiera he escuchado el último,
“Delta Machine”. Menuda fan de pacotilla, la verdad. Para cuando quise
reaccionar y comprarme la entrada de su última gira, ya estaban agotadas. Y
admito que cuanto más se aproximaba la fecha de sus conciertos en Madrid, más
rabia me empezó a entrar y hasta me planteé intentar conseguir algo en la
reventa, pero los precios me echaron para atrás. ¡Joder, tantos años
siguiéndoles, y por primera vez me iban a poner falta!
Serán cosas del destino,
pero el pasado viernes 17, día en el que iban a dar su primer concierto en Madrid, a la hora de comer recibí el mensaje de
una amiga que me anunciaba que tenía una entrada para mí. Y encima gratis. ¡Arréate!
No es porque sea fan, pero ir a
un concierto de Depeche Mode debería ser un “must” en la vida de cualquiera.
Porque son los padres del rock electrónico, porque son leyenda viviente, un
grupo de culto, y hay pocas bandas que tras más de treinta años de actividad,
sigan en tan buena forma. Son animales de escenario que suenan compactos en
directo, máquinas en las que no hay lugar para los fallos y sus presentaciones se caracterizan
por acompañarse de elegantes y cuidadas puestas en escena del sello de Anton Corbijn que es imposible que te dejen indiferentes.
No corren riesgos innecesarios,
son predecibles y funcionales para lo bueno y para lo malo, apostando siempre
por repertorios pensados para satisfacer a su amplia variedad de público. Siempre consiguen llevar al delirio al respetable. Seleccionarán setlists que mantienen
prácticamente invariables durante todas sus giras, en los que seguro aparecerá
“A Question Of Time” que Dave bailará dando vueltas como una peonza; “Personal
Jesus”, donde el público se desgañitará cantando “reach out, touch faith”
extendiendo el brazo en un gesto simbólico; Martin tendrá sus momentos de
gloria -ceremonia obligatoria en cada concierto- e interpretará en solitario
una o dos canciones en versión acústica. Con suerte, habrá algún guiño a los
fans más devotos con una cara B o temas
de sus primeros discos; y con casi toda seguridad acabarás el concierto en una
apoteosis final al son de “Never Let Me Down Again” con un mar de brazos
agitándose como si fuera un inmenso campo de maíz azotado por el viento. Las excelentes proyecciones en conjunción con las imágenes en directo de la
banda y que encajan perfectamente con la música, te dejarán boquiabierto. Andy Fletcher será una figura hierática que sólo se moverá de vez en cuando
para dar palmas desacompasadas. Comprobarás que sólo hace falta que Dave
Gahan mueva un poco sus caderas o se desprenda de su ropa y se presente a pecho
descubierto y enseñe tatuaje, para tener a hordas de histéricas chillando, entre las que por
supuesto yo me encontraré. Descubrirás que es uno de los mejores frontman del mundo - eso él también lo sabe-, y su voz potente y sólida te sobrepasará. Y a mí me
incitará una vez más a pedirle un hijo. Eso es así.
Leía por ahí
que de unos años a esta parte, los conciertos de Depeche Mode son como las
películas de Woody Allen: siempre sabes con lo que te vas a encontrar. Lo
importante es que a pesar de todo eso, te sigan emocionando. ¿Cómo no hacerlo
si cuando tocan sus canciones, también están tocándote recuerdos de tu vida? Me
sigo poniendo nerviosa cuando se apagan las luces y salen al escenario. Cada
uno de sus espectáculos es un concierto vibrante con un repertorio enorme como
sólo puede tener alguien con más de 200 canciones a sus espaldas, muchas de
ellas himnos generacionales. A sus 52 años Dave no ha perdido su mojo y sigue
conquistando, Martin sigue emocionando y Andy me sigue produciendo mucha
ternura. Llegan, llenan y triunfan. Y una vez más, volví con una sonrisa a
casa.
SETLIST:
Welcome to My World (Delta Machine)
Angel (Delta Machine)
Walking in My Shoes (Songs of Faith
and Devotion)
Precious (Playing the Angel)
Black Celebration (Black
Celebration)
Should be Higher (Delta Machine)
Policy of Truth (Violator)
Slow (Delta Machine), en versión acústica
cantada por Martin.
But Not Tonight (Black Celebration),
en versión acústica cantada por Martin.
Heaven (Delta Machine)
Behind the Wheel (Music for the
Masses)
A Pain that I’m Used To (Playing the
Angel), versión remix de Jaques Lu Cont.
A Question Of Time (Black
Celebration)
Enjoy the Silence (Violator)
Personal Jesus (Violator)
Bises:
Shake the Disease (The Singles
81-85), en versión acústica cantada por Martin.
Halo (Violator), versión remix de
Goldfrapp.
Just Can’t Get Enough
(Speak&Spell)
I Feel You (Songs of Faith and
Devotion)
Never Let Me Down Again (Music for
the Masses)
Sigo echando en falta más
variación y espacio a la sorpresa, no me gusta que se empeñen en destrozar
canciones con remixes, agradecí que en el repertorio evitasen su anterior
trabajo y que no se centrasen exclusivamente en “Delta Machine”, y desearía que
dejasen hueco a muchas canciones que jamás he escuchado en directo, eso es así
también. Pero nietecilla, ya puedes presumir y actualizar tus redes sociales,
contando que tu abuela sigue siendo una fan de Depeche Mode. ¡Y a mucha honra!