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jueves, 21 de septiembre de 2017

Limbo


Cuando nací… bueno la verdad es que no recuerdo aquel día. En mi cartilla pone que nací el 6 de junio de 2006 en Barcelona. Fuimos varios hermanos, y a las chicas enseguida se las llevaron no sé bien a dónde. A nosotros no nos dejaban pasar mucho tiempo con mamá. Nos llevaban cada día a un pequeño cubículo de cristal lleno de papeles de periódico por el que veíamos personas pasar. Mientras mis hermanos se volvían locos mordiéndose los unos a los otros, yo prefería jugar solo o roer cosas.
Un día me vio un tío con gafas a través del cristal. Recuerdo cómo sonreía mientras me miraba. Era una sonrisa bonita. Un rato después no sé cómo estaba saliendo de aquel lugar que tan poco me gustaba dentro de su mochila. ¡Guau! Había tantas luces, ruidos y cosas por descubrir que quise saltar, pero el tío de gafas no me dejó. Me llevó a una casa muy bonita, y mientras me ataba un lazo rojo de lentejuelas al cuello, me explicó que era un día muy especial y que iba a conocer a una persona que me iba a encantar.
Y entonces llegó ella. Me cogió en brazos y me acercó a su pecho… ¡esas dos montañas eran un millón de veces más cómodas que nuestra cama de papel de periódico! Tan calentitas, tan blanditas… Y no olían a pis, sino a un olor maravilloso que aún hoy recuerdo. ¡Vaya si me encantó esa persona! Había más manos por ahí acariciándome, pero el amor que sentí con ella fue tan reconfortante que la elegí, y desde entonces nunca más quise separarme de ella. No volvería a ver a mi mamá, pero ella sería mi “mami”. Es absolutamente fantástica, podría pasarme horas mirándola embelesado. No quisiera irme nunca de su lado.
En aquella casa había unas sillas de mimbre con unas patas deliciosas, y las personas que vivían conmigo solían dejarse calcetines y otras cosas esparcidas por el suelo, y a mí me encantaba acumularlas en mi cama. También había una terraza estupenda, y una de las personas que vivía en casa me construyó una escalera con enciclopedias para que pudiera salir porque el escalón era muy alto para mí. Me decían que todavía era muy pequeño para bajar a la calle, pero a mí eso ya me parecía el paraíso.
Había otra persona con la que jugaba muchísimo que me hablaba raro y me llamaba “little buddy”. Era guay. Y luego estaba el tío de gafas, mi querido y adorado tío Vic. Nos une un lazo muy especial y siempre me he derretido con él. Me da cosa decirlo, pero más de una vez se me ha escapado el pis de la emoción al verle. Me pasa a veces con mis personas favoritas.
Allí se celebraban muchas fiestas y reuniones; era divertido, porque siempre venían personas nuevas que jugaban conmigo o me hacían carantoñas. Por eso siempre me he excitado tanto cuando sonaba el telefonillo. Tengo tal obsesión, que si se escucha un telefonillo en la tele, reacciono.
Luego me mudé a otra casa con mi madre adoptiva y el que me hablaba raro, al que con el tiempo acabé llamando “daddy”. Aquella casa no tenía terraza, pero cerca había un parque precioso por el que me encantaba pasear. Eso sí, recuerdo con horror cuando venían otros perros… ¡qué manía con abordarme y querer olerme el culo! Aprendí que si chillaba como una loca conseguía espantarles, y si no, daddy me cogía en brazos y me salvaba de los más insistentes. Siempre me gustaron más las personas y sus modales, la verdad. Por la calle lo habitual era que todos me piropeasen y se agachasen para regalarme caricias o rascarme las orejas. Nada que ver con lo de los perros.
Me gustaba viajar en moto con mami por la ciudad, observarlo todo y dejar mi pelo al viento. De vez en cuando me colaba en el concesionario del barrio para subirme a las motos en exposición y evaluar su comodidad. No me gustan las Vespas, porque no tienen el suelo plano.
También he ido en bicicleta, en avión, tren, barco, lancha, coche y ascensor. No sé cómo funciona, pero yo me montaba ahí y aparecía en un sitio nuevo. Es increíble, todos deberían probarlo. He conocido la nieve, la playa, la montaña, distintas ciudades, y me he bañado no con mucho gusto en mares, océano, ríos, piscinas, charcos y bañeras. He viajado mucho y tengo fotos en un montón de sitios, porque además se me daba muy bien posar.
Cuando mami y yo vinimos a vivir a Madrid, estuvimos un tiempo en la casa de mi abuelita, que tenía unas alfombras comodísimas. La abuelita me ha estado cuidando cuando mami trabajaba o se iba de viaje. La quiero muchísimo. Adoraba ir a verla recién bañado y peinado porque se deshacía en elogios sobre lo guapo que estaba, y también salir a desayunar churros con ella a escondidas de mami. Siempre he sido un chico bastante mimado.
La casa en la que he vivido los últimos siete años es mi favorita. Tengo una cama estupenda donde cabemos perfectamente Pato y yo, una terraza gigante, una vitrina que me ha servido de guarida debajo de la que me escondo cuando tengo miedo de las moscas o de quedarme solo, y además toooodo huele a mami. Por aquí he tenido la suerte de reencontrarme con mi tío Vic y el tío Sebas, siempre tan cariñosos y protectores conmigo. Ellos me han dado dos primos perrunos que me han hecho reconciliarme un poco con mi especie, sobre todo mi colega Archi. Mami también me ha dado tres primos humanos a los que conozco desde que nacieron. Me enorgullece haberles enseñado a gatear, y me encantaría poder seguir viéndoles crecer felices. Sólo a ellos les he consentido tirones de orejas y rabo o manotazos, e incluso les he prestado a mi mejor amigo Pato para jugar.
Por mi vida han pasado muchas personas que me han querido mucho, porque mami ha seguido haciendo reuniones y fiestas en casa. La última, a la que acudieron casi todas mis personas favoritas, fue en mi honor. Aunque fue bonito, reconozco que no me sentía muy animado. Después de comer dos hamburguesas se me cerraban los ojos y lo que me pedía el cuerpo era tumbarme en mi puff. 
Hace algo más de un año que empecé con mis achaques: me operaron de una cosa en una pata y tuve que llevar unos días un disfraz de antena parabólica, no sé bien por qué. Luego fui al dentista pero no sería muy bueno porque regresé a casa mareadísimo y con menos dientes. Me salió un bulto detrás del cuello que se puso enorme y me lo quitaron. Me volvió a salir y me lo volvieron a quitar. Dos cirugías en apenas tres meses. Ahora soy Frankenweenie y el bulto ha vuelto a aparecer. Esta vez han decidido no operarme y me han estado llevando a un sitio donde me hacían pruebas raras pero me trataban muy bienUn día me inyectaron una cosa que me sentó fatal, tanto que perdí mi bonita barba. Mami me da medicinas y desde entonces se me han quitado un poco las ganas de comer y apenas tengo energía. A veces no me encuentro muy bien pero me tengo que hacer el fuerte porque mi trabajo es alegrar a mami.
Antes de esa fiesta pasé un fin de semana realmente malo y vi a mami muy preocupada. No hacía más que llorar, escribir mensajes, hablar con personas y volver a llorar. A mi eso me parte el corazón, no puedo verla así, así que me escondía todo el rato bajo su cama. A la mañana siguiente me llevaron al médico y por primera vez no quise entrar. Se les veía a todos muy serios. Así que me esforcé por demostrarles que estaba bien para alegrar a mami y les hice unas cuantas monerías para salir de ahí cuanto antes.
Últimamente las fuerzas me fallan cada vez con más frecuencia y mami vuelve a estar muy triste. Sé que a ella le pone contenta verme salir de la cama, así que me esforcé de nuevo y debió de funcionar, porque esa noche cenamos pizza. ¡Comí pizza, y no me refiero sólo a los bordes! Me sentí tan feliz y agradecido por el día que habíamos pasado juntos que me acurruqué a su lado y le di muchos besitos. El dolor me había estado quitando hasta las ganas de esos momentos. Al día siguiente pasamos una mañana genial con mis tíos Vic y Sebas en un parque en el que nos hicimos muchas fotos y me dieron un montón de galletas. Luego no sé por qué me llevaron otra vez a ver al médico. Hacían que estaban felices y me decían cosas dulces, pero todo parecía muy extraño. Escuché a mi médico decir algo así como “es el momento perfecto” y eso me tranquilizó, pero volvieron a hacerme el truco en el que mami me besuquea y acaricia, y entonces el médico me coge desprevenido y me pone una inyección. Siempre pico. Luego he empezado a sentir mucho sueño, mami me ha cogido en brazos y mis tíos me han estado acariciando. ¡Oh, qué gustito! Ahora tengo la imagen fija de mami, la escucho cómo me dice lo muchísimo que me quiere mientras me besa y acaricia, y estoy teniendo un sueño muy raro en el que estoy curado, no me duele nada, y escribo y cuento todo esto. Es un sueño bonito porque no puedo ser más feliz. 


(Indo, mi cariño, mi amistad. Fallecido el 16 de septiembre de 2017)

martes, 20 de mayo de 2014

Lunes


El pluriempleo, la operación de mi madre y tener que ejercer de su enfermera, o el último desengaño, estaban empezando a pasarme factura, física y emocionalmente. Y de esto que te tomas unas vacaciones para desconectar, y cuando vuelves no sabes cómo volver a enchufarte ni consigues engancharte a nada. Y todo te da un poco igual. Ni ni .

Sirva este post como ejercicio auto-impuesto para ver si soy capaz de hilar más de una frase con cierta coherencia, antes de que salga moho por aquí o me chapen por falta de actividad; pero no deberíais tener demasiado en cuenta esta entrada, no. Se me pasó por la cabeza incluso asomarme por el blog y decir: “Eh, que sigo aquí, que estoy viva, solo que no me brota nada de las teclas”, pero no me apetecía publicar un post de relleno, aunque esta entrada lo sea un poco.

La cosa es que plantearme, me planteo muchas cosas, pero no me sale desarrollarlas. Cosas importantes, pero sobre todo tonterías; como si alguien se preguntará dónde me meto o si se les ha pasado por la cabeza que quizá me quedé en la operación retorno –porque dije que me iba- y jamás regresé. Un pensamiento un poco macabro, lo sé.

Pero me entró algo así como pánico escénico, si es que se puede tener algo de eso por aquí, y no he sido capaz de abrir esta página ni la de ningún otro blog hasta ahora. Si conocierais las consecuencias que trajo el que alguien que no debía llegase hasta aquí, seguramente me entenderíais mejor…

El caso, que sí, que yo he meditado muchas veces sobre la vida después de la muerte; sobre la vida de los otros más bien, después de mi muerte. Y qué dirán, y quién irá a mi entierro, y quién llorará más, o si me sorprendería el dolor de alguien que jamás habría imaginado que pudiera sentir mi pérdida. Y qué pasaría con este blog. 

No sé si será casualidad el hecho de que mi sobrina pequeña, esa que dicen que tanto se parece a mí (sobre todo en lo que a su carácter se refiere), tuviera una pesadilla hace días de la que despertó llorando preguntándole a su madre “si cuando te morías, te morías sólo”, y entre lágrimas mi sobrina dijo que ella no se quería morir sola.

Sola. Sola. Sola…

Me ha costado unos cuantos años asumir y aceptar mi condición de soltera, de estar sola. Aprender a ser medianamente feliz sin tener una pareja con quien compartir el día a día. Que sí, que todos tenemos amigos y familia y estar soltero “teóricamente” no significa estar solo, pero cuando acaba el día, sí estás sola, con todos tus pensamientos. Y no me preocupaba nada de esto hasta que me ha dado por pensar en mi muerte, y en el paso previo por la vejez. 

Supongo que este peculiar run-run tiene bastante que ver con el hecho de haber estado cuidando a mi madre. Me acuerdo de mi abuela, que en su última noche, sentía vergüenza porque yo tuviera que limpiarle el culo. “Abuela, anda que no me habrás limpiado el culo a mí de pequeña, ahora me toca a mí, ley de vida” – le decía yo. “Pasar por estas miserias no tendría que ser ley de vida” – se quejaba ella.

Un amigo me preguntaba si no me sentía violenta por tener que hacer algo así, que a él le cortaría verles a sus padres sus partes pudientes y tener que meter la mano ahí. Lo cierto es que a mí no me ha incomodado en absoluto; creo que seguramente para mi madre ha debido ser todo esto más molesto que para mí. Esa no debiera ser quizá ley de vida, pero qué afortunados son los que pueden tener a alguien tan cercano y que les quiere para cuidarlos cuando no pueden valerse por sí mismos. ¿Y qué pasará si para entonces yo sigo sola?

He llegado a la conclusión de que no quiero llegar a la vejez sola. Ya no me preocupa tanto qué pensarán los demás cuando me muera; creo que ponerle remedio al asunto de la soledad, es mucho más importante. "O te casas con quien sea, o tienes un hijo al que harás tu esclavo, o amaestras a 40 gatitos para que sean capaz de cuidarte" - he pensado.

Mi madre me ha sugerido que mejor me vaya camelando a mi sobrina, y me ha dado algunos trucos de abuela para ganármela. Pero yo me he negado en rotundo: si me tiene que querer, que me quiera tal cual soy, sin estrategias.

Y por eso estoy soltera. Y por eso acabaré sola. Y bueno… 

A mis 38 años me doy cuenta de que a pocas cosas puedo comprometerme; cada vez menos. Ni si quiera a este blog, que tengo tan abandonado. 

Iré paso a paso. Me voy a poner a dieta de pensamientos negativos, de personas destructivas, de lo que me quita la sonrisa o lo que perturba mi sueño. Y he empezado hoy que es lunes. Luego ya veremos.



No quisiera prometer nada, pero este podría ser un nuevo comienzo.

(Ya falta menos para que llegue el 16 de julio ¿no?)

miércoles, 17 de abril de 2013

¿Y si funciona? ¡Constelémonos!




- Menos mal que has venido. Tía, que yo ya me imaginaba que esto iba a ser una especie de circo, pero no esperaba encontrarme a la mujer barbuda. ¡Joder, es que Madame Brie tiene barba!

- Bendito sea, Marta, ¡qué me estás contando! ¡Madre qué frikismo! – dijo Ana María con cara de estupefacción al tiempo que se descalzaba.

- Están ya todos en la sala del fondo. Concentrados… no sé si están meditando. Y ya verás la pinta de la tal Madame Brie, no digas que no te lo he advertido. Me daba palo entrar hasta que no llegases tú – respondía una Marta algo nerviosa.

Marta y Ana María se preparaban para asistir de observadoras a un taller de Constelaciones Familiares en el Instituto de Madame Brie, una de las discípulas más reconocidas de Bert Hellinger, precursor de esta terapia alternativa.

A Marta, que repetía determinados patrones conductuales, le recomendaron que probara los beneficios de las constelaciones. Su atención difusa y su mala memoria, le hizo interpretar lo que le habían contado sobre las constelaciones familiares, como el que juega al teléfono escacharrado. Y así se lo transmitió a Ana María:

- Tú estás ahí en una habitación con un montón de gente que no conoces de nada, y ellos tampoco saben nada de tu vida. Entonces cada uno de ellos representa a los miembros más importantes de tu vida; yo que sé, a tus padres, al amor de tu vida, a tu abuela… Pues en función de cómo te comportas tú con ellos, ellos te responden. Por ejemplo, a lo mejor tú no has sido agresivo cuando te has dirigido a la que hace de tu madre, pero resulta que tu “madre” te responde a la defensiva; y esa tipa no tiene ni idea de por qué te responde así; simplemente su reacción es consecuencia de lo que tú le has dicho. Y lo curioso es que esa persona justo está actuando como solía hacerlo tu madre. Es flipante, porque te ayuda a entender cosas. Yo que sé, que a lo mejor resulta que el problema está en cómo dice uno las cosas de manera inconsciente y resulta que lo has estado haciendo mal toda tu vida. Joder, no sé, a mí me suena a juego de rol, es algo muy friki, pero chica ¿y si funciona? ¡Constelémonos!

Cuando se lo proponía, Marta podía ser muy convincente. La intensidad con la que lo vivía todo, y ese arte que tenía para adornar cada historia que contaba, convirtiéndolas en interesantes, hacían que para ella fuese fácil salirse con la suya muy a menudo. Además sabía que podía contar con Ana María para todo lo que estuviese relacionado con terapias alternativas sanadoras, por eso de la “solidaridad depresiva” de la que solía hablar, refiriéndose a los estados de tristeza que ambas habían compartido y que aún trataban de superar.

Descalzas, atravesaron el suelo enmoquetado de la sala para sentarse junto a Madame Brie. La gurú, que vestía de rosa de pies a cabeza, había solicitado que los nuevos se situaran a su lado. Al aproximarse, Marta se dio cuenta de que su miopía le había jugado una mala pasada: Madame Brie no tenía barba, sino una tremenda sombra amoratada que le cubría el bigote y la barbilla en forma de perilla.

- Antes que nada tengo que decir que vengo del dentista, por eso tengo la cara así – dijo Brie.
Marta se sintió decepcionada, porque lo de contarle a sus amigos que había ido a una terapia con la mujer barbuda, le habría dado mucho más juego en su dramatización acerca de su experiencia.

Una a una se fueron presentando las 25 personas que llenaban la sala. Dijeron su nombre y sus intenciones con respecto a ese taller, y todas coincidieron en que el fin era sanarse y compartir su bienestar. Ana María y Marta se miraron con complicidad, coincidiendo en que de momento, la cosa parecía pintar bien.

Sin más explicaciones dio comienzo la primera constelación, que se iba a realizar sin que estuviera el “constelado” presente. Brie eligió a una de las chicas para representarla, y ésta se colocó de pie a un lado de la sala. Después escogió a otro miembro para personificar a la muerte: era una mujer vestida de negro, con un aspecto muy siniestro, y de poder tener forma la muerte, sin duda sería algo muy similar a la imagen de aquella mujer. Eligió también a un representante de la tristeza, y entonces se incorporó una mujer ojerosa con cara de estar profundamente apenada.

- Desde luego si todo esto es un montaje, el responsable del casting se merece un Oscar – pensó Marta.

- Aquí hay un muerto… dos… tres… Veo varios muertos – anunció una Madame Brie con la mirada perdida.

Marta notó cómo se le erizaba el vello de los brazos, y observó cómo Ana María miraba con extrañeza a la terapeuta y hacía un barrido visual por la sala. Repitió su gesto por si acaso pudiera percibir a los muertos que supuestamente les acompañaban en ese lugar. Pero no consiguió ver nada.

De pronto empezaron a levantarse varias personas de manera espontánea. Se movían como por impulsos, en pequeños saltitos en los que primero levantaban los hombros bruscamente, para después desplazar el resto del cuerpo. Era como si una fuerza invisible les estuviera dando empujones desde atrás. Marta no pudo evitar pensar que parecían muertos vivientes. Algunos de ellos se tiraron al suelo personificando a los difuntos; otros se movían de manera errática por la sala en torno a los representantes de la muerte, la tristeza y del constelado, mirando siempre al infinito.

- ¡Fetos, por aquí hay varios fetos! – exclamaba la terapeuta.

Y como activados por control remoto, otros miembros del grupo se levantaron de sus sillas, avanzando como zombis por la moqueta para acabar descansando sobre ella en posición fetal.

- Disculpa – se dirigió Madame Brie a Marta -, ¿podrías colaborar y tumbarte junto a esos muertos de allí? Déjate llevar, haz lo que sienta tu cuerpo. Todos los movimientos han de ser pausados.

Sólo oír la frase tumbarse junto a esos muertos le hizo estremecerse, pero no fue capaz de negarse a participar. Se levantó de su silla e imitando los movimientos de los demás, empezó a avanzar dando saltitos hacia uno de los grupos de personas que permanecían tumbadas en el suelo; y poco a poco se fue agachando hasta disponerse junto a ellos. Entonces cerró los ojos y trató de concentrarse en su cuerpo tal y como le había recomendado la terapeuta. Sintió cómo el frío de la sala se hacía más intenso y al cabo de unos segundos, le pareció notar algo raro sobre su cabeza. Con inseguridad entreabrió los ojos, y descubrió cómo “la muerte” –que se había aproximado hasta ellos-, parecía nadar en un mar imaginario, moviendo rítmicamente los brazos sobre las cabezas de los que encarnaban a los ancestros fallecidos. Un escalofrío le recorrió la espalda y sintió deseos de incorporarse para así alejarse de “la muerte”, pero inexplicablemente no pudo más que extender una mano al aire. No podía dilucidar por qué ni a quién, pero Marta sintió que tenía que reclamar ayuda y permaneció un rato con el brazo elevado. Cuando las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos ante esa sensación incapacitante, la “tristeza” se arrodilló junto a Marta y al resto de los “difuntos” en señal de duelo. El silencio de la sala se rompió con los sollozos de varios asistentes, y mientras unos se abrazaban y consolaban, Marta decidió bajar el brazo y apretar fuertemente los ojos, deseando que aquella extraña situación cesara pronto como si todo fuese una pesadilla.

- Bien, vamos a dejarlo aquí – anunció Brie -. Esta persona vio cómo sus padres habían sido asesinados, y con estos movimientos sistémicos, hemos conseguido que supere su trauma y que todos se perdonen.

Todo aquello era demasiado surrealista, pero con tantas emociones concentradas en la sala, a Marta y Ana María les resultó difícil no conmoverse con lo que habían presenciado. Marta le mostró a su amiga la piel de gallina de sus brazos, y la persona que tenía a su derecha asintió con la cabeza y le confesó al oído que era el segundo taller de constelaciones al que asistía, pero que siempre había percibido exactamente lo mismo que ella estaba sintiendo. Aquella persona se levantó para protagonizar la siguiente constelación:

- Quiero constelar porque últimamente me siento paralizada. Me cuesta avanzar y no puedo acometer las cosas que me propongo en la vida.

Madame Brie escogió a nuevos representantes para la siguiente constelación, y una vez más se fueron incorporando a la misma, aquellas personas que sentían que también tenían que participar. Los “muertos” se dispusieron aleatoriamente en la sala, y el camino que tenía que recorrer la persona que constelaba para alcanzar a la que representaba a su “objetivo”, resultó una auténtica yincana.

- Qué obsesión tiene esta mujer con los muertos – le susurró Ana María a Marta.

Cuando la que había constelado volvió a su silla, Marta no pudo reprimir las ganas de preguntarle lo que había sentido, porque Brie no aportó ninguna explicación a lo que allí había ocurrido:

- ¿Es la segunda vez que vienes y ya te has decidido a constelar? – le dijo estupefacta - ¿Te ha servido?

- Bueno… es que han tardado 4 meses en darme cita. Así que si quieres hacerlo tú también ya puedes ir pidiendo una fecha. No nos permiten hablar de lo que sentimos en el mismo día, tenemos que dejar que la semilla que aquí se ha depositado crezca, y sentir los efectos, que se pueden desarrollar a lo largo de varios meses; sin interpretar nada de lo que hemos vivido hoy. Pero estoy segura de que me va a venir bien todo esto.

Las siguientes constelaciones fueron aún más bizarras. Había una mujer que quería constelar los abortos de sus antepasados y que lloró desconsoladamente al ver tantos fetos sobre el suelo. Un hombre quiso constelar su nacimiento por cesárea, y todos fueron testigos del supuesto parto que los representantes interpretaron con una teatralidad estremecedora. Madame Brie explicó que aquella era una constelación vital, puesto que la forma en la que veníamos al mundo influía mucho sobre nuestra personalidad, y en los partos por cesárea era necesario completar el ciclo vital del feto para conseguir que se desvinculase del todo de la madre. También dijo barbaridades como que una mujer era menos madre si no paría de forma natural. Al preguntarle a los participantes qué habían sentido, que pudiera ayudar y aportar algo al que constelaba, la que representó a la madre dijo que había percibido cómo su ánimo había fluctuado mucho de un extremo a otro. Brie argumentó que eso era porque la madre era bipolar, y cada vez que alguien planteaba nuevas preguntas o cuestionaba sus afirmaciones, ella les mandaba callar. Marta tuvo que morderse la lengua y contener sus ganas de protestar ante semejantes valoraciones.

Otra chica dijo que quería constelar por qué últimamente no podía evitar comerse todo lo que llegaba a sus manos, y Madame Brie explicó el por qué de su compulsión:

- Vienes de un país del este. Habéis pasado por una guerra mundial, y tus antepasados pasaron mucha hambre. Es normal que sientas que tienes que comer por ellos, pero aquí vas a encontrar la paz.

Una vez más, Madame Brie le pidió a Marta que colaborase para representar a la abuela de la que no podía parar de comer. Marta pensó que las abuelas suelen cebar y conceder todo tipo de caprichos a sus nietos, por eso en su representación, sintió que debía acercarse hasta la persona que representaba a la comida y abrazarla. Y así lo hizo.

En la última constelación, en la que un chico quería resolver por qué en su vida se quedaban las mujeres que en realidad no le gustaban y sin embargo a la que le convenía la dejaba marchar, Marta se incorporó de manera espontánea de su silla y decidió interactuar interpretando el papel de una de esas mujeres atractivas que probablemente obnubilaban el juicio de aquel joven, y en el momento en el que éste le tendió la mano a la que representaba a su madre, se giró para darle la espalda.

- Anda y vete con tu madre. – Pensó mientras se sentaba de nuevo en la silla.

Todas las constelaciones se desarrollaron de una manera similar; siempre participaban las mismas personas y en todas aparecían muertos por doquier, ya fuera en forma de feto o de adulto. La gente no hablaba, simplemente se movían de un extremo a otro de la sala parándose frente a los representantes. A todos les empujaba una mano invisible en sus avances. En los encuentros con los representantes unos lloraban, otros se abrazaban, muchos se arrodillaban pidiendo perdón; algunos incluso se retorcieron en el suelo, y más de uno parecía estar en trance. Pasados unos minutos de espectáculo, Madame Brie daba por concluida la constelación sin esclarecer qué es lo que había ocurrido ni por qué.

- Nena, me ha dado mucha pena verte ahí con todos ellos. ¿Por qué lo has hecho? ¿De verdad has sentido cosas? No quiero que vengas más a estos talleres, me parece que toda esta gente está muy necesitada, y yo creo que tus bloqueos se pueden resolver de otra manera – dijo Ana María impresionada.

- No te preocupes, he hecho un poco el paripé. Me apetecía dejarme llevar y enredar, comportarme como ellos para ver qué se siente. No me creo nada de esto; casualmente siempre salen los mismos a colaborar, y todos te sobiquean mucho. Me recuerda a la película “El Club de la Lucha”, cuando los protagonistas fingían dolencias y asistían a grupos de apoyo de esas supuestas enfermedades para poder imaginarse lo que es el dolor de verdad. ¿No te da la sensación de que estaban todos fatal? No sé de qué nos quejamos, tú y yo estamos más cuerdas que todos los que hay aquí dentro, incluida la mamarracha esta – afirmó Marta tajantemente.

Al despedirse, todos hicieron repaso de sus sensaciones, y coincidían en que se encontraban mucho mejor, más liberados; argumentaban que sentían el poder sanador de la constelación en síntomas como frío en manos y pies, y dolores localizados en la espalda o los hombros.

- ¿Y cómo no vais a sentir frío y dolor de todo si llevamos 4 horas sentados en unas incomodísimas sillas de madera, aquí hace un frío del carajo y encima nos han hecho estar descalzos todo este tiempo? – pensó Marta. – Yo me encuentro un poco confundida, y como pasada de revoluciones, muy excitada – dijo cuando le llegó su turno en la ronda.

Al llegar a casa estuvo investigando sobre las terapias de Constelaciones Familiares, y concluyó que no comulgaba con uno de los principales fundamentos:

– ¿De verdad mis problemas son consecuencia del pedo que se tiró mi tatara tatara tatara abuelo y que ofendió profundamente a su señora y por el que jamás pidió perdón? – se rió.

Sin embargo durante los siguientes días, Marta experimentó una energía renovadora, una alegría inusual como hacía meses que no sentía. Pensó que probablemente se encontraba mucho mejor desde que observó las constelaciones simplemente por comparativa: ser un tuerto en el país de los ciegos, siempre consuela. Aquellos eran todos locos. Cuando le explicó su experiencia a la persona que le había recomendado que acudiera a los talleres, su amiga le puso el ejemplo de las cremas anti-arrugas:

- ¿Cuánto hay de verdad en que son efectivas, y cuánto hay del hecho en sí de que te estás cuidando más y preocupando por tu piel, y deseas ver resultados? Lo importante no es la crema que te eches, sino el resultado. ¡Qué más da si te encuentras mejor a consecuencia de la constelación, o si es una casualidad! Mírate, ¿estás mejor, no?

Al evocar las imágenes de los participantes haciendo de "fetos", recordó que su madre le contó que antes de haber nacido ella, había tenido un aborto espontáneo de apenas unas semanas. También se acordó de que le solían decir que a su padre le hubiese gustado tener un niño en vez de otra niña; y a consecuencia de esto, durante muchos años Marta se imaginó que aquel bebé muerto era un varón, y pensó que de haber nacido él, probablemente Marta nunca habría existido.

- ¿Y si de verdad le tuviera que pedir perdón o darle las gracias a mi hermano muerto para encontrarme por fin bien? – pensó.





(Basado en hechos reales. ¡Ah, y enhorabuena si has llegado al final!)