lunes, 30 de septiembre de 2013

Siempre puedes empezar un coleccionable



Las navidades, y sobre todo el verano, son fechas en las que nos permitimos con menos miramientos que en el resto del año, alguna que otra licencia perniciosa y frecuentes excesos económicos y/o alimenticios.

Tras las vacaciones, la vuelta a la rutina implica obligarse a retomar las riendas de nuestra vida y romper con los “malos hábitos”; o al menos intentarlo. Y para rizar el rizo, con la vuelta al cole no sólo volveremos a tratar de encauzar nuestras vidas, sino que además buscaremos nuevas metas o motivaciones. O al menos lo intentaremos.

¡Para qué marcarse nuevos objetivos o realizar cambios en primavera o en verano cuando los días son más largos, todo es luz y color, tenemos más tiempo y estamos más animados y dispuestos a salir de casa! En el más difícil todavía, mejor hacerlo a partir de ahora, aunque caigan chuzos de punta o haga frío. Si hace falta uno se pone las katiuskas o se enrosca la bufanda. Es justo a partir de ahora, cuando los días son más cortos, y a consecuencia de la menor cantidad de luz solar nuestro organismo sufre una serie de cambios hormonales -como la disminución de serotonina y de dopamina-, que no ayudan especialmente a tirar del carro. Cuando tenemos nuestra fuerza de voluntad bajo mínimos a consecuencia del desenfreno y el descontrol de las vacaciones; cuando vivimos la bajuna post vacacional. Precisamente a partir de ahora, cuando somos más vulnerables a las enfermedades. Ahora, en el mes en el que se multiplican los casos de insomnio o de divorcios. ¡Alegría, alegría! Empecemos a hacer bondad para buscar la felicidad justo AHORA; así, con un par.

Porque incomprensiblemente el buen tiempo nos parece excusa suficiente para mandar a la mierda pilares básicos de la salud que facilitan el camino de la felicidad, tales como el ejercicio físico, una nutrición e higiene adecuadas, o el bienestar mental. En vacaciones perdemos el hábito del deporte, el de planificar los menús o de controlar los horarios de las comidas, abocándonos al picoteo y al guarreo; empezamos a trasnochar, a cuidarnos menos, a fumar más… Lo hacemos todo al revés, a pesar las buenas intenciones.

No me explico por qué con el calorcito nos obnubilamos con los pajarillos, las mariposas, las minifaldas o los torsos descubiertos y vemos la vida pasar; por qué nos perdemos con las cañitas y las tapitas o los helados, y nos da por dejarnos los cuartos en cenas maravillosas a la fresca o en escapadas allende nuestra propia provincia; o en fundirnos la cartera en festivales de desenfreno que ni aguantamos tan dignamente como antes ni disfrutamos como hace unos años, en vez de dedicar nuestro tiempo a hábitos mucho más saludables y a controlar el presupuesto. No sé qué tiene Don Lorenzo que nos hace caer rendidos en sus brazos y nos aplatana, y convierte las cabezaditas de 10 minutos que nos echamos en invierno, en siestas de orinal y pijama con el buen tiempo, o que nos calienta hasta temperaturas warning que voy a llamar a quien no debo. No entiendo qué tienen los días estivales que nos confunden de esta manera y nos alejan de toda práctica buenista en pro de la felicidad. No comprendo por qué en verano nos empeñamos en desordenar la felicidad para de repente… ¡zas! Encontrarnos con la vida de verdad en septiembre y tener que tomar cartas en el asunto. Y además con deberes añadidos.

¿Acaso la felicidad no debiera tratarse más de aumentar el placer, que de tener que restringirlo?

Adaptar tras las vacaciones cuerpo y mente a lo de siempre, de por sí ya supone bastante esfuerzo. Pero nos complicamos la existencia aún más, agobiándonos con la lista de buenos propósitos que hicimos al comenzar el año y que hemos ido postergando y adaptando mes tras mes; y de la cual no hemos conseguido tachar casi nada a estas alturas que ya está vendido casi todo el bacalao. Seguramente dijiste que llegarías en forma al verano, pero total, para ti siempre es demasiado tarde para la operación lorza. Te prometiste ahorrar para pegarte un buen viaje, y la realidad es que ni si quiera has salido del país y el agujero de tu bolsillo es aún más grande; conseguiste desconectar, eso sí. De veraneo te convenciste de que al menos te cuidarías porque te alimentarías a base de frutita y de gazpacho -que es lo que mejor te sienta con el calor-, pero en las resacas confundiste hipercalórico con hipocalórico y te diste a los hidratos y a las grasas saturadas que era lo que de verdad te pedía el cuerpo. Creíste que aprovecharías para acabar con esas novelas que tenías pendientes y darle caña al inglés o a cualquier otro idioma teniendo tanto tiempo libre; para montar en bici o salir a pasear, pero los días sólo te daban para esforzarte en decidir si boca arriba o boca abajo mientras tomabas el sol, para especializarte como único deporte en la barra fija por las noches, o para ver unos cuantos capítulos de la absurda serie a la que te enganchaste y que te impedía despegarte del sofá más que para hacer viajes a la nevera: horchata, granizados, coca-cola, cervecitas… que con las altas temperaturas, hay que hidratarse. Te propusiste tener noches de pasión a la luz de la luna, y sí, conseguiste mojar; mojaste un churro en una taza de chocolate caliente tras una de esas noches en las que se te fue de las manos y acabaste desayunando en San Ginés. Una agradable mañanita de esas de temperatura media de 35º, ¡así, a lo loco!

Resulta paradójico que precisamente sea en los meses asociados a las “cuestas”, cuando nos planteemos hacer propósito de enmienda, borrón y cuenta nueva, y decidir que es el momento de ponerse el mundo por montera. Es extraño que sea sólo al final de las vacaciones cuando sentimos que tenemos por fin libertad para retomar la actividad y nos empeñamos en querer volver a ser dueños de nuestras vidas, en tomar ¿el buen camino? 

Entonces rehacemos nuestra lista de buenos propósitos para cumplirla antes de que acabe el año: adelgazar, ponerse en forma, dejar de fumar, ahorrar, estudiar algo, encontrar pareja…

Como decía Yoda, “hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes”. Porque ¿cuántas veces nos enfrentamos a acciones sin la necesaria convicción para conseguirlas? ¿Cuántas veces nuestro compromiso con intentarlo es una excusa para no esforzarnos más por conseguirlo?



De momento empiezo hoy cumpliendo uno de mis objetivos: retomar el blog.


Y si no encuentro otras motivaciones, siempre puedo empezar un coleccionable.