domingo, 14 de diciembre de 2014

Perdón por no olvidar


Según el estudio LoveGeistTM paraMeetic, un 68% de los solteros europeos reconoce investigar en Internet a la otra persona antes de una primera cita. Hasta una hora y dieciséis minutos invertimos de media en buscar información, utilizando para ello al menos dos redes sociales diferentes.

Un nombre y sobre todo una dirección de correo electrónico, son suficientes para acceder a Facebook, Twitter, Instagram, Google+, LinkedIn, Flickr... hasta donde el propietario te permita ver. Y toda su vida (o casi toda), como la tuya está ahí expuesta para saciar nuestra curiosidad; no hace falta ser malintencionado para encontrarla.

Así que cuando dejamos lo digital a un lado y nos decidimos a pasar a la acción en directo, uno no está teniendo una cita a ciegas, sino más bien “a tuertas”. Ahora cuando conoces a alguien en vez de sorprenderte y descubrir poco a poco los pequeños detalles que le conforman, nos saltamos ese largo proceso para entrar de forma exprés en la vida de esa persona a golpe de clic, dejando a un lado el misterio.



Yo misma caí en el error de permitirle a uno de mis candidatos a príncipe azul el acceso a toda esa información, haciéndonos amigos de Facebook, siguiéndonos en Instagram, y hablándole de este blog. Hice lo propio y cotilleé por encima sus tropecientas fotos, tomando nota de los sitios que solía frecuentar, los conciertos a los que había asistido, los lugares a los que había viajado, o fijándome en las caras femeninas repetidas para determinar quién podría ser susceptible de ser su ex. Tener cierta información puede dar la sensación de creer conocer al otro, lo suficiente como para concluir que podría encajar con mi plantilla de hombre ideal, cuando en realidad no sabía quién era esa persona ni si la supuesta ex era en su hermana, por ejemplo. En nuestro primer y único encuentro, se produjo una situación incómoda cuando al comentar algo de mi vida privada para darme a conocer, el otro asintió aportando detalles que ya había leído o visto en fotos. ¡Por Dios, "Romeo", podrías disimular un poco! Supuestamente yo no te he dado toda esa información que pareces haberte estudiado - pensé. Yo también había echado un ojo a “su vida”, sí, pero siendo consciente de lo psicopático del asunto y por lo tanto, lo tremendamente necesario guardármelo para mí con tal de no espantarle. Todo se volvió antinatural, y no hubo manera de sacarlo a flote.

Procuré preservar mi “privacidad” con los siguientes candidatos obviando que escribía en un blog y rechazando invitaciones de amistad por lo menos hasta el primer encuentro, para intentar sorprenderme y emocionarme. Pero mis orígenes de rubia boba hicieron que se me escaparan algunos cabos.  
Solía comunicarme tanto por email como por whatsapp con el precursor de la compra de mi flamante colchón. Una tarde me escribió un mensaje que no acabé de entender diciendo no se qué de que no podía quedar ese día y que aprovecharía para leer mi blog.
- Creo que este mensaje no es para mí – le respondí - ¿Quedar? ¿Leer mi blog? ¡Si yo aún estoy de vacaciones y no vuelvo hasta el sábado! ¿De qué blog me hablas?
- Sí, te dije que hoy había quedado son unos amigos, pero te cuento que lo hemos pospuesto, con lo que hoy tarde de blog. El tuyo – contestó.
- ¿Cómo sabes que tengo un blog y cómo has llegado a él?
- Mujer… está enlazado en Gmail.
- ¡¡Nooooooo!! ¡¡Mierda!!

Evidentemente firmar con un alter ego en el blog no es suficiente medida para conservar mi anonimato si está enlazado con una cuenta de correo que contiene mi nombre y apellido real, pero pasé por alto ese detalle. Gran error.

Me entró la paranoia y me dio por googlear mi nombre y apellido, observando horrorizada todo lo que la red vertía sobre mí, dejando al alcance de todos fotos lamentables de hace años, mi rastro por infinidad de portales de encuentros, o “me gusta” a demasiados guilty pleasures. Dicen que la gente muestra en Internet su mejor cara: pues el señor Google debe tenerme manía, porque en mi caso era todo lo contrario. Incluso uno de los primeros resultados asociados a mi nombre, habla de una ex numeraria del Opus y aparece una señora de sesenta y pico años, sin ser yo nada de eso. La describen como encantadora, eso sí. Tiene gracia que teniendo un nombre y apellido poco común, haya otra yo en la Red que no soy yo. Imagínate que uno de mis candidatos me investiga y se cree que soy ella. Una locura.

Mi nivel de estupidez era tal, que hasta hace poco usaba el mismo nombre de usuario en todas las redes sociales, creyéndome super original por haber inventado un nickname que jamás me supondría un problema escoger. Lo malo es que también lo utilizaba en Tinder, Badoo, Meetic, etc. o en el Apalabrados, y así me pasaba, que me encontraba a menudo coincidiendo en partidas con señores cuyas flechas de Cupido había rechazado previamente en otros lugares, que me atosigaban por el chat del jueguecito: “¿Pero tú no eres “Fulanita”? He visto que buscas pareja en tal portal, qué casualidad. ¿Me das tu teléfono?” era lo típico; o peticiones de amistad de gente a la que no había visto en mi vida. Yo era el denominado “usuario a porta gayola”, es decir, de los que no ocultan sus datos personales y aceptan las condiciones legales de todas las páginas que visita sin leerlas. Está claro que nunca podré formar parte del CNI como el pequeño Nicolás.

Con esas, cambié mi nombre de usuario en las distintas redes, pero se me pasó modificar la dirección de correo electrónico asociado a éstas, así que seguía en las mismas. Borré manualmente cientos de fotos, vídeos o chorradas varias contenidas en páginas y perfiles del pleistoceno como Myspace o Fotolog, y aunque haya dado de baja esas cuentas, muchas de mis “miserias” siguen estando colgadas en Google para destrozar mi reputación. Cambié también el correo electrónico de las redes sociales en las que sigo participando y sus correspondientes contraseñas, pues mi empeño era intentar borrarlo todo o al menos restringir su acceso. Eliminé además a algunos contactos con los que ciertamente no tengo relación alguna porque no me apetece que sigan al tanto de mi vida. Y tampoco funcionó.

Creía que Facebook estaba cachondeándose de mí y de mi afán por querer olvidarme de ciertas cosas y personas del pasado, porque me he dado cuenta de que últimamente me sugiere como amigos a ligues de una noche, o a personas con las que no pasé de intercambiar más que unos mensajes en algún portal de encuentros. Se ve que si agregas tu número de teléfono en Facebook para poder “mantener la seguridad y autenticidad” de tu cuenta, te asocian con todos los contactos de tu agenda, y aunque hayas borrado alguno, guarda las sincronizaciones previas, así que es normal que al entrar en Facebook te encuentres son esas personas que te saludan con su mejor cara en la foto de perfil, con su nombre y apellido; esos que almacenaste como “Fulanito” de apellido Tinder, Badoo o lo que fuera porque no sabías mucho más. Si te quedó alguna duda de si hiciste bien o mal cuando le diste puerta, Facebook te brinda la oportunidad de pensártelo mejor, con la ventaja de que esta vez sabes su nombre completo, así que puedes buscar información sobre ellos y hacer que la rueda vuelva a girar… si quieres y si te convence lo que averigües. Tiene guasa la cosa, y no soy yo la única a la que le ha pasado. 

He intentado investigar -en Google por supuesto- cómo proteger mi privacidad, y me hablan de conexiones anónimas a través de VPN, DNS y proxies, encriptar no sé qué o un tal Tor, y esas cosas me suenan a papiloma humano y virus malos, a puta en inglés, jeroglíficos y al marido de la Pataky, así que no sé, no entiendo nada. Me doy por vencida en mi batalla contra la tecnología.

La privacidad en Internet no existe, y el único modo de mantenerla sería no usando Internet en absoluto, pero somos una sociedad formada por narcisistas y voyeurs a los que en el fondo nos gusta mostrarnos, ser observados y fisgar a otros. ¿Nunca has deseado que un ex te vea feliz en las fotos de tu nueva vida presumiendo de nuevo chulazo?

Pequé de soberbia, creyendo que no tenía nada que ocultar; de pereza por utilizar el mismo nombre de usuario y contraseña en cada servicio, por no borrar el historial de navegación o no cerrar sesión. Peco de ignorante por no esforzarme en entender los términos de uso de las páginas en las que me registro y que acepto sin conocer; de avariciosa por querer estar conectada a todo. De cotilla. Normal que digan que Internet es el diablo, si todo son tentaciones. Pero entono el mea culpa.


FUENTES:
http://www.elconfidencial.com/tecnologia/2014-01-03/los-siete-pecados-capitales-que-ponen-en-riesgo-la-privacidad-en-internet_71965/
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/03/17/actualidad/1363555505_736818.html