miércoles, 26 de febrero de 2014

Croquetas


Ya llevo cosa de un año comentando que estoy experimentando una extraña sensación de bienestar y de optimismo que nunca antes se había dado en mí. Yo, que siempre había sido una ceniza y una agorera que creía que el mundo se había confabulado en mi contra. Y cada vez le doy más vueltas al hecho de que es demasiada casualidad que este estado comenzara más o menos a raíz de asistir a una Constelación Familiar; que igual el mundo ya no me odia porque me he reconciliado con mi hermano abortado, vaya usted a saber…

El caso es que el día de autos aún continué en mi “bola zen”, lo cual me sorprendió bastante. A lo mejor simplemente resulta que soy como una de esas ratitas que de tanto ir y venir en modo recompensa-castigo, ya se ha aprendido el mecanismo y lo que podría venir después. La cuestión es que no sentí la descarga eléctrica, y además es que ya no habrá un después.

Al día siguiente, a pesar de que seguía sin sentir nada que se pareciera al dolor, hice lo que toca hacer ante un proceso de ruptura: perder la fe en el amor, cagarme en todos hombres y llenar el vacío de la mejor manera posible, con pizza y helado. Todas sabemos que lo único que llenamos es el tercer michelín de la barriga, pero actuar así ante el desamor, es un proceso puramente fisiológico y no mental de lo más habitual. Como también es normal acabar experimentando dolor, pero de estómago, algo previsible teniendo en cuenta el festín que me pegué.

Ya por la noche le di un par de ladridos a mi madre y hermana vía whatsapp, y activé el “alerta ámbar” al ver que empezaba a asomárseme el rabo. Esto ya me parecía más normal y más yo. Empecé a pensar que igual los poderes curativos de las constelaciones caducan al año o así y por eso a lo mejor necesito renovar la licencia de estar en calma volviendo a ver un teatrillo de esos.

El sábado por la tarde fui a un concierto al que asistió la plana mayor de la que había sido mi profesión hasta que la crisis y lo complicado de meter cabeza ahí, me hicieran sustituir el micrófono por las labores de mantenimiento de unos apartamentos….vaya, que soy la puñetera chica de la limpieza, ¡pero a mucha honra! O eso creía, que tenía esa honra, pero cuando mis compañeros me preguntaron dónde me metía que hacía mucho tiempo que no me veían por los estudios, no me apeteció contarles en qué fregados me encontraba, nunca mejor dicho, y empezó a asomar por ahí la frustración.

En qué momento me pararía yo a escuchar la letra de una canción que tocaron en el concierto que se titula “Follamigo” y que dice algo así como “perdona por quererte más de lo que te mereces, perdona si mis besos no te fueron suficiente, cariño pasa buena semana que el domingo repetimos (…), el sol está acojonao de tanto amor sin compromiso, cariño, sobreviviré sin tu cariño”, porque algo hizo “¡pop!” e inevitablemente se abrió el grifo y me derrumbé. Justo ahí, en pleno concierto, con toda la gente de mi profesión alrededor, empecé a llorar y no me pude contener. No podía haber sido la noche anterior en casa en pijama tarrina de helado en mano, no, tuvo que ser en ese preciso instante. Tócate los huevos…

Le di un rabotazo a mi mejor amigo que me echó un poco en cara el numerito, como si no tuviera derecho a estar triste, pero el remate fue leer el comentario que dejó un anónimo en la entrada anterior del blog, planteando que igual me había flipado un poco con la historia que viví con el gatito, echándome en cara que seguramente él no la describiría como algo así de estupendo. Anónimo, que sepa usted que no me ofendió, pero que me toqueteó un poco el ego. Que soy consciente de que la mayoría de mis relaciones han pasado más en mi cabeza que en la realidad, que un “estoy confundido” para mí podía ser “la intensa pasión que siento por ti me tiene obnubilado”; y aunque creía que la visión del gatito sería similar a la mía, me quedé con el runrún en la cabeza de si quizá esa persona pudiera tener razón en lo que había escrito.

Afortunadamente después de un día de mierda, la noche acabó estupendamente: volví a casa no con uno, sino con dos maromos que pernoctaron en mi cueva y que a la mañana siguiente me prepararon el desayuno con croissants franceses recién hechos y zumito de naranja y todo, ¡soy una triunfadora! Bueno, vale, admito que eran dos amigos, gays para más señas, y que además me usurparon la cama e incluso el cuarto de invitados y me obligaron a dormir en el sofá con tal de no escuchar sus ronquidos, pero eso es lo de menos.

El domingo mientras le daba al plumero, estuve recapacitando sobre todo. Amos a ver, en el tema laboral, es cierto que he tenido mala suerte, pero también que este último año me acomodé y excusé en la bajada de trabajo para no ponerle más empeño y conseguir tocar más el atril, así que no es muy justo sentirme frustrada por no poder más que cantarle a la fregona y doblar sábanas y toallas en vez de personajes; por lo tanto esta semana me he armado de valor y ya he empezado a sembrar, a ver si crece algo.

Solucionar el come-come de averiguar qué había supuesto para el gatito nuestra historia, sólo pasaba por preguntárselo a él directamente, aún a riesgo de que no me respondiera porque hablar de sentimientos normalmente le producía un cortocircuito. Pero contra todo pronóstico me respondió, lo cual ya me parece un acto de amor; y su respuesta me calmó al reafirmar mi versión de los hechos y confirmar que para él todo había sido igualmente de maravilloso y especial. ¡Siento desmontar tu teoría, anónimo!

Por la noche decidí que ha llegado el momento de volver a divertirme, que en nada está aquí la primavera y estoy deseando ver crecer las flores, pero no las que puedan crecerme ahí abajo en el mismísimo si no tomo cartas en el asunto, así que me conecté un rato a Badoo. Después de visitar más de 300 perfiles y -esta vez no exagero ni una gota- de luxarme el dedo pulgar de tanto pulsar “NO” en la sección de encuentros (que si esos son los peces que dicen que hay en el mar, yo me hago vegetariana y me alimentaré exclusivamente de algas), decidí borrarme, porque el percal con el que me encontré es aún peor del que describiera hace tiempo por aquí. De todos es sabido que una mancha de mora con otra verde se quita, pero las de color caca me parece a mí que no van a servir de mucho.

Me acordé entonces del perfil que abrí hace tiempo en Adoptauntio y que jamás había utilizado, y al ver que el panorama era un pelíiiiin más alentador, decidí actualizarlo.

Después de chatear con 3 ó 4 personas, me he dado cuenta de que entre los hombres, hay una palabra que siempre les provoca y que les hace caer rendidos: “croquetas”. La dices, les cuentas que las tuyas quitan tanto el sentío que hasta tienes una página de fans en Facebook, y ya te están pidiendo una cita. ¿Será porque rima con “tetas”?

Y mira, creo que de momento no voy a tener que volver a constelarme porque sigo contenta, y eso es todo un alivio. Igual esta sí soy yo.



P.D: Esta semana finaliza el plazo para poder votarme en los premios de la blogoteca de 20 minutos y aún estás a tiempo si te gusta lo que lees. ¿O es que quieres que te de con el rabo?

viernes, 21 de febrero de 2014

Miau


Te he escrito un millón de cartas.

Unas hablan de lo mucho que me gusta que los besos de salón se enreden en tu barba.

De lo emocionante y singular que es cada bienvenida, pero siempre con el asta arriba y la bandera del amor como estandarte. De nuestro amor tan particular, ese que nadie entiende, ni tú mismo; el que hemos intentado enterrar tantas veces pero que se resiste a morir.

De las veces que he soñado, incluso despierta, con tus lunares gemelos y con tus pestañas, enmarcando una mirada que se me clava mucho más profundo que tus embestidas cuando estás sobre mí.

Del vuelco que me da el corazón cuando escucho a Raphael cada vez que me envías un mensaje o me llamas por teléfono, a pesar de que me recuerde que “estuviste enamorado”, así, en pasado.

De cómo tu voz hace vibrar mis entrañas, como si fueran cuencos tibetanos sonando sobre mis chakras, y cómo nuestras cuatro letras - escritas o dichas – pueden borrar de mi mapa esos días feos que amanecen grises.

Sobre lo agradecida que estoy de que me ayudaras a descubrirme, y al descubrirme, aprender a gustarme tanto como siempre te gusté. De las locuras que sólo me he atrevido a hacer contigo, ante las que siempre has sido el espectador más agradecido.

De todas las charlas que hemos tenido hablando de todo y de nada y que cuando te marchas repaso en mi memoria; de lo divertido que es rebatirte, incluso cuando me pones en mi sitio.

También he escrito todas tus respuestas, como si te conociera tanto que pudiera adivinar el devenir de tu corazón trastocado. Qué sinsentido, si tú casi siempre has preferido pasar palabra. Eso sí lo aprendí bien.

Todas esas cartas estaban guardadas en mi cabeza, y han tenido que salir a la luz precisamente hoy, 20 de febrero, día internacional del gato.

Hoy me ha apetecido escribir también sobre lo mucho que odio que digas que el amor no existe, y que finjas estar huyendo de él constantemente, pero que resulte que lo estés buscando en otra parte. Ya me lo habías advertido, pero el aviso no exime de responsabilidad. Y dime tú si todo esto que hemos vivido era simplemente química, porque yo siempre he sido más de letras.

Ya no vas a maullarme más.

Que yo no tengo ni idea de lo que es para ti el amor de verdad o enamorarse, ni sé muy bien qué etiqueta ponerle a lo que siento, pero en medio de tanto fuego, tener además la capacidad de ser un oasis de paz, me pareció más que bastante. Podías haberte quedado aquí un rato más, todavía nos quedaban muchas cosas que hacer juntos, pero has decidido que ya no.

Seguramente me he engañado pensando que eras quien quería que fueras. A ver ahora cómo hago para explicarle a mi corazón una vez más que ya no toca quererte, porque no quiero quererte más, amor.

Hace casi un año estábamos en una encrucijada como esta. Quizá se hizo callo, tal vez aprendí algo; hemos visto tantas veces el fin, que ahora apenas duele.  

Me volveré a mentir, me veo equivocándome otra vez; sólo confío en no hacerlo más contigo.

Llámalo como quieras, pero fue bonito y especial. Y eso jamás podrás rebatírmelo.

jueves, 20 de febrero de 2014

"I'm here" de Spike Jonze (y cómo reseteé mi corazón)




Actor, realizador, escritor, editor, dibujante ocasional, fotógrafo… Spike Jonze es uno de esos artistas globales que sobresale en todo lo que hace, pero que no se prodiga tanto como a muchos nos gustaría.

Debutó como director con “Cómo Ser John Malkovich” (1999), una comedia fantástica escrita por Charlie Kaufman, con quien volvió a colaborar en “Adaptation” (2002), comedia dramática que adaptaba un libro de Susan Orlean. En el año 2008 Spike participó en la producción de “Synecdoche, New York”, film debut como director de Charlie Kaufman. Al año siguiente Jonze estrenó su tercer largometraje como director, “Donde Viven Los Monstruos” (2009), una película de fantasía y aventura basada en un libro infantil de Maurice Sendak.

Entre medias, hemos podido ver los trabajos de Jonze como director de videoclips de los Beastie Boys, Fat Boy Slim, Weezeer, Chemical Brothers, Daft Punk o Arcade Fire entre otros; o como productor de la gamberra serie de MTV “Jackass”. Además pudimos ponerle cara tras verle actuar en “The Game”, “Three kings” o más recientemente en “El lobo de Wall Street”; y sobre todo gracias al marujeo que conllevó su historia de amor con Sofia Coppola hasta que se divorciaran en 2003 por diferencias irreconciliables… ¡con lo monos que quedaban juntos!

Recientemente Spike Jonze ha visitado Madrid para presentar su último trabajo, “Her” (2013), una película que se estrena este viernes en España, cuya trama gira en torno a la relación romántica que surge entre Theodore (Joaquin Phoenix) y la voz femenina de un sistema operativo (Scarlett Johansson). Cuenta en su palmarés con 5 candidaturas a los Oscar, incluyendo la de mejor película y guión, y me muero por verla. Y precisamente por eso, porque he was here y mi amiga Elena que es muy fan se lanzó a la calle a ver si se lo encontraba de casualidad, me ha apetecido escribir esta entrada que guardaba en la recámara sobre uno de sus trabajos que más me ha impresionado, su corto “I’m here” (2010) y las conclusiones que saqué sobre el amor tras su visionado.

SINOPSIS: “I’m here” es una conmovedora historia de amor con esencia de vídeo musical extendido, que transcurre en Los Ángeles, donde robots y humanos conviven con total normalidad. Sheldon es un robot que trabaja como ayudante en una biblioteca, cuya vida metódica y solitaria se ve alterada al conocer a Francesca, una alocada y aventurera robot de la que se enamora, cambiando así tanto su visión del mundo como el eje de su existencia.


Lees esto y dices: “¡Vale, otra fantasía más sobre la soledad, las relaciones y el amor, un tema demasiado manido!" Sí y no. Por favor, saca 30 minutos de tu tiempo para disfrutar de esta delicia aquí, aunque sólo sea porque tiene una banda sonora que realmente merece la pena. Te adelanto que tras verla, me pasé media tarde llorando, y días más tarde, después de desmenuzar todo lo que el cortometraje me había hecho sentir, se produjo el reseteo y formateo de mi corazón y mi cerebro. Y no es coña.

***AVISO, A PARTIR DE AQUÍ TE ENCONTRARÁS SPOILERS***
(VAMOS, QUE TE VOY A DESTRIPAR TODO EL CORTO)


La existencia gris de Sheldon cambia en el momento de conocer a Francesca. Cómo no enamorarse de una atractiva androide de vida alocada y fascinante, tan lejana a la realidad del protagonista; cómo no agarrarse a ella como a un clavo ardiendo para abandonar la soledad que atormenta a Sheldon. Cómo no volcarse de lleno en alguien tan maravilloso y sorprendente. Gracias a Francesca, Sheldon empieza a sentir que es parte de “algo”, y comienza a disfrutar de cosas que jamás se había imaginado que podría permitirse por su condición de robot, como por ejemplo, soñar.

Francesca encuentra en Sheldon a un compañero de aventuras con el que goza cada encuentro y se complementa, pero sobre todo, descubre en la disposición y devoción de su amado, un colchón de protección que le permite seguir viviendo su arriesgado modo de vida sin ningún temor.

Es entonces cuando la pantalla se empapa de ternura y amor. Al enamorarse, Sheldon se convierte en alguien risueño que encuentra el sentido a su hasta entonces anodina existencia. Su amor es tan puro, que les lleva a perderse el uno en el otro.

Durante un concierto, Francesca pierde accidentalmente un brazo: “Te prometo que todo va a ir bien”, le dice Sheldon tranquilizándola. Y esa promesa, conlleva reaccionar dándole su propio brazo, el cual le implanta con sumo amor ante la estupefacción de ella.

En otra ocasión, Francesca se tropieza y acaba perdiendo una pierna. Tras unos momentos de duda, la reacción de Sheldon es exactamente la misma:  

- ¡No hagas eso, no lo hagas!
- ¡Voy a hacerlo! – contesta él.
- ¡No te estoy pidiendo que lo hagas!
- No me importa…
- ¿Acaso no tengo elección?
- No, no la tienes. Tuve un sueño anoche, y en mi sueño tú necesitabas una pierna. Todo el mundo intentaba darte una pierna, pero yo de verdad quería que tú tuvieras la mía. Y en mi sueño tú escogiste mi pierna. Me hizo tan feliz… Fue el mejor sueño en la historia de los sueños.

Días después, Francesca no aparece a su cita diaria con Sheldon. ¿Será capaz de abandonarle después de todo lo que él ha hecho por ella?

Resulta que Francesca ha sufrido un terrible accidente a consecuencia del cual, acaba cortada por la mitad y debatiéndose entre la vida y la muerte. Una vez más, y con tal de salvarla, Sheldon sacrifica todo su cuerpo para darle a ella las extremidades y el cuerpo que necesita, y se queda sólo con la cabeza.

La imagen final del corto es la de Francesca, recién reconstruida con las piezas de Sheldon, abandonando el hospital en silla de ruedas con la cabeza de su amado en el regazo. Él la observa radiante de amor, feliz de haber podido darle una vez más aquello que ella necesitaba. Todo por amor.


Una bonita historia de amor incondicional entre dos robots, que nos muestran la verdadera identidad del corazón (paradójico, si tenemos en cuenta que a los androides no se les presuponen sentimientos).

O no.

Para mí es una historia de amor destructivo y viciado desde el principio. Está bien tratar de complementarse con el otro, pero la relación está enferma si pasas por alto tu propio bienestar, si llegas al punto de autodestruirte con tal de preservar la felicidad del otro, y sobre todo, si vuelcas en tu pareja todas tus expectativas de poder permitirte “ser algo” gracias a él; ese “sin ti no soy nada” que todos hemos pronunciado alguna vez. ¿Acaso no éramos ya algo antes de conocer a esa persona que nos hace temblar los cimientos?

La mujer-robot, sabiéndose amada y protegida, sin quererlo se aprovecha de esta circunstancia para vivir la vida con mayor imprudencia, y va consumiendo a su pareja (en este caso literalmente), dejándole reducido a la nada de una cabeza dependiente (física y psicológicamente hablando). Sheldon no sólo sacrifica todo su cuerpo por ella, sino también su vida. Antes dependía de ella emocionalmente, porque había descubierto la felicidad en ella y ya no podía concebir la vida de otra manera. A partir del momento de encontrarse desmembrado, pasa también a depender físicamente de una Francesca malherida y convaleciente tras su reconstrucción. ¡Menudo plan, eh?! En vez de destruir a Sheldon, podrían haber ido a una tienda a comprar repuestos, pero quizá esa no era suficiente prueba de amor…

Como poco, te hace plantearte hasta dónde puede llegar la fortaleza de un sentimiento por otro cuando es constantemente puesto a prueba y saboteado. Puedes darle por ejemplo un riñón a quien quieres porque tienes otro, pero ¿y si necesita el otro también? ¿Hasta cuándo hay que ceder? ¿Es ese amor incondicional, en el que se antepone la vida del otro a la propia, el correcto? Puedes querer muchísimo a alguien, pero querer con esa locura hace que llegue un punto en el que se desintegren las partes, y no siempre es fácil recomponerse.

Primero una pierna, luego un brazo, luego el otro… Lo entrega absolutamente todo por amor. Y qué más da, si la falta de lo propio no se siente mientras el otro esté a nuestro lado; qué importa perder partes de ti, cuando el precio de esas partes que entregas, es la sonrisa o una caricia de la persona a quien más quieres. Sheldon cree que esos sacrificios le acercan más a ella, pero en realidad lo que ocurre es que está perdiendo su integridad, en todos los sentidos. La modificación corporal de Sheldon, es una perversa metáfora de la pérdida de su propia autonomía. Es cierto que en las relaciones hay que hacer sacrificios, pero algo bien distinto es traicionar lo que uno es en sí mismo con tal de satisfacer al otro.

******

Siempre creí en el amor sincero, desinteresado e inconmensurable como el que muestra Sheldon. En mis relaciones me entregué completamente y antepuse los intereses del otro a los míos. Perdí infinidad de piezas, y con ayuda o sin ella, logré recomponerme otras tantas veces. Pero con el tiempo las piezas ya no encajan tan bien; algunas se despegan de repente y otras se caen y se pierden.

Con “I’m here” hice clic y me di cuenta de mi concepción errónea sobre lo que era el amor. Lloré al caer del guindo y darme cuenta de lo Sheldon que he sido toda mi vida. Y no tengo miedo a que ya no encajen bien las piezas, pero  me ha costado treinta y muchos años reconocer cada una de mis partes, aceptarlas y quererlas, así que no me apetece perder ninguna más. No quiero más amores que me hagan restar. No quiero dejar de quererme o respetarme por querer a alguien más.

Y seguramente por eso siga soltera.

Spike, eres un maestro. 

(Y esta, una gran canción de su banda sonora)


Ah! Si has sido capaz de reservar 30 minutos para ver este regalito que te he dejado, ¿por qué no me devuelves el presente y me dedicas dos minutillos para votarme en los premios de La Blogoteca? Sólo tienes que pinchar aquí y registrarte, que no vale con darle a las estrellitas. Verás el botoncito arriba hacia la derecha sobre una banda azul oscura. Hay que dejar un email en el que recibirás un correo de confirmación; es aún más sencillo si tienes cuenta de Twitter o Facebook, porque sólo tienes que vincular tu cuenta. Lo haces y regresas a la página anterior para identificarte (porque ya te has registrado y ya lo has confirmado, o ya has vinculado tu cuenta de 20 minutos con las que tienes en las redes sociales, que todo hay que explicarlo), y vas y me votas. Y si de propina me dejas un mensaje… ¡por fi por fi por fi! Mil gracias por cierto a los 20 que ya me habéis votado, ¡pero me faltáis unos cuantos, y no miro a nadie!


FUENTES:


viernes, 14 de febrero de 2014

Capullos, mariposas y otras cosas


Corazones, ositos de peluche con carteles que dicen “te quiero”, querubines que te apuntan con sus flechas, poemas, flores y mariposas del color de la pasión. La imaginería romántica inunda las calles estos días con motivo del día de los enamorados, ¡hasta en las fruterías, oiga! La tele anuncia pizzas con forma de corazón (¿se puede ser más hortera?), tarifas de teléfono ilimitadas para poder contarle a tu amor todo lo que quieras y más, televisan películas protagonizadas por Jennifer Aniston, Kate Hudson o Sandra Bullock, referentes indiscutibles de los grandes fiascos románticos de la historia del cine…

Por si no te habías enterado, hoy es San Valentín, y el amor está en el aire campando a sus anchas. Podrás intentar contener la respiración para no infectarte, o pasear como un borrico con anteojeras para no fijarte en los escaparates, pero es difícil escapar del marketing que rodea al amor, que por algo dicen que es lo que mueve el mundo.

Espera, ¿es el amor o el consumismo lo que nos mueve?

Resulta que es una fecha que se tacha de cursi y que le molesta a la mayoría:

- A los que están en pareja porque esperan el detalle del otro. Por mucho que vayas con el rollo de que no necesitas un día concreto para demostrar el amor y que si estás enamorado, San Valentín es cada día del año, admite que si tu amado no viene a casa aunque sea con una flor, te vas a ofuscar.

- A los que están solteros porque toca mucho las pelotas que te vengan a recordar tu condición de “forever alone”. ¡Que dejen de meter el dedo en la llaga, por favor! Y de convencerme de que para los desparejados el 14 de febrero es el día de la amistad, de la misma manera que el día del sorteo de Navidad para la mayoría de los mortales que jamás hemos pillado un buen pellizco, se convierte en el día de la salud. Te incitan a regalarle algo a tu mejor amigo, y si no, a comprarte cualquier caprichito en pro del amor propio, que el amor hacia otro está bien, pero el que nos profesamos a nosotros mismos, es aún mejor.

Y si te espanta tanta cursilería, ahora que se lleva tanto el ser anti-sistema y anti-todo, siempre puedes convertirte en un grinch y unirte a las celebraciones del “Anti-San Valentín”, lanzándote a las calles a quemar ositos y corazones, a boicotear encuentros amorosos y a pisotear rosas.

El caso es celebrar lo que sea... y sobre todo gastar.

Admito que tanta ñoñería ha conseguido afectarme, y me ha dado por hacer balance de mi desastroso pasado sentimental.

Ya en mi más tierna infancia y con apenas 6 años, sufrí mi primera decepción amorosa. Se ve que desde pequeña me iba la caña, y me fui a fijar en Currito, el más malo de la pandilla, aquel niño más pendiente de hacer travesuras y de levantarle la falda a las chicas, que de dar cariño a cualquiera de las que suspirábamos por él. Menos a Natalia, claro, la niña guapa de la urbanización. Por él aprendí a quitarles la concha a los caracoles o a partir avispas por la mitad, pero parece que no fue suficiente para impresionarle y jamás me correspondió. Le perdí la pista cuando dejamos de veranear allí, pero con el paso de los años, ha seguido apareciendo en mis sueños. Si es que cuando el amor llega así de esta manera… Seguro que ahora Currito es un señor bajito y calvo, y a Natalia me la quiero imaginar como una señora con bigote y culo de mesa de camilla, y una prole de churumbeles a sus faldas. ¡Muerte a Natalia!

Si repaso los diarios de mi adolescencia, cada semana el objeto de mi conquista y  protagonista de mis sueños tenía un nombre distinto. No es que mi corazón fuera caprichoso, sino que sus vaivenes estaban determinados por el caso que me hiciera mi enamorado: ¿Que no te has enterado ni si quiera de que existo? Pues me busco a otro hasta que lo consiga y sea correspondida y así sucesivamente. La realidad es que hasta llegada la mayoría de edad aproximadamente, tuve el don de la invisibilidad para con los hombres, con lo cual enumerar a todos los amores platónicos que tuve y a los que envié cartas de amor (y que fueron ignoradas en su mayoría), sería una tarea imposible.

Eso sí, cuando tenía 13 años, unas semanas antes de marcharme de vacaciones, conseguí ligarme al Don Juan del barrio, Andrew, un chico unos años mayor que yo, guapísimo, que tenía moto y tocaba la guitarra, y que dejó a la que entonces era su novia para salir conmigo. Fueron unas semanas de incredulidad y subidón de autoestima por tamaña conquista, de caminar por las nubes pintando corazones por todas partes. No cabía en mí de gozo.

A la vuelta del verano alguien me dijo que él quería hablar conmigo, y conociendo su fama de rompecorazones, me puse en lo peor.

- Tenemos que hablar – dijo él.

- Sí, pero yo primero. He pensado que quiero dejarlo contigo – le dije adelantándome a los acontecimientos y fingiendo una chulería que en realidad yo no tenía - ¿Qué me querías contar tú?

- Ah, bueno, pues nada… si eso es lo que quieres… – contestó él cabizbajo.

Con el tiempo me enteré de que él no quería cortar conmigo, sino que en mi ausencia me había escrito una canción y quería enseñármela. Mi orgullo me impidió recular, pero aún hoy me arrepiento de mi gran cagada. ¡Cómo pude ser tan imbécil, ¿¿por quéeeee??! Y sí, le he buscado en Google y Facebook, pero las imágenes de los resultados que me devuelven, no tienen nada que ver con aquel chico guapetón de ojos verdes por el que sufrí por amor de verdad, y quedaría raro intentar contactar con alguien con quien tuve algo allá por el pleistoceno.

Con veintipocos años y cuando aún era inocente, tierna, casta y boba, sufrí el flechazo más fulminante de mi vida. Recuerdo perfectamente la primera vez que Santi se cruzó en mi camino, y a partir de entonces, hice todo lo que estuvo en mi mano y más, para conseguir que él también se fijara en mí, hechizo amoroso con velas y pelos suyos incluido.

Cuantas veces me bajé un par de paradas de metro antes para pasear por delante de donde él trabajaba y hacerme la encontradiza; cuántas veces le esperé agazapada tras un coche para salir de mi escondite cuando él pasaba y fingir el “uy, no te había visto, qué casualidad” y así poder entablar una conversación... Me enamoré hasta las trancas de quien creí que era mi media naranja, esa persona especial y única con la que el tiempo volaba y de la que siempre quería más.

Conseguí que cayera en mis redes, y juntos vivimos una especie de simbiosis creyendo que nos necesitábamos incluso para respirar. Éramos la pareja perfecta incluso a los ojos de la gente, y mis amigos me llamaban “la novia de España”, por mi disposición y devoción a mi amado, al que le preparaba galletas y croquetas para llevárselas a la garita cuando le tocaba estar de guardia haciendo la mili, y por el que me rompía la cabeza ideando todo tipo de sorpresas para celebrar nuestros mesarios, aniversarios o cumpleaños. Y por supuesto San Valentín, los dos únicos que recuerdo haber celebrado en toda mi existencia.

Casi tres años más tarde, a colación de no sé qué le confesé que cuando le conocí le había hecho un hechizo de amarre para conquistarle. Y jiji jaja, cómo eres, estás loca, qué cosas tienes, pero casualidades de la vida o no, fue decírselo y empezar a irse nuestra relación al garete. Y no, no he vuelto a hacer el mongolo con la magia nunca más. Por si acaso.

La ruptura con él me dejó tocada y hundida. Teñí mi pelo rubio de moreno, y yo cambié, pero sobre todo varió mi concepción sobre el amor y las relaciones.

Desde entonces, he experimentado las distintas tipologías del amor: me he encaprichado, encoñado, ilusionado, obsesionado, apasionado, obcecado y sobre todo equivocado un montón de veces. He vuelto a querer y a entregarme a gente que lo merecía y a otros que no, he dado con algún que otro hombre maravilloso, con bastantes mediocres y con infinidad de capullos; pero no he vuelto a experimentar aquel amor romántico y perfecto con ninguno de ellos, y sobre todo, jamás he conseguido que la balanza entre las partes contratantes estuviera equilibrada. Creo que perdí la magia, literal y metafóricamente hablando.

El amor es una enfermedad incurable que se expande por tus entrañas y que suele dejar secuelas, pero sus beneficios normalmente superan con creces a sus perjuicios. Y qué bonita es la sensación de las mariposas bailando en el estómago, ese no se qué que te  convierte en un manojo de nervios antes de volver a ver a esa persona especial, el échame una mano prima que viene mi novio a verme y no sé qué vestío ponerme, el andar con sonrisa de gilipollas todo el día y sufrir de ceguera permanente. Qué curiosa la transformación del lenguaje que conlleva el estado de enamoramiento, que hace que seas incapaz de nombrar a tu enamorado por su nombre de pila, sustituyéndolo por cosas como “pequeño”, “cariño”, “gordi”, “bicho” o cualquier otra moñada. Qué llamativo que se produzca también una involución dialéctica y que todos los temas te recuerden a esa persona y no puedas hablar ni pensar en otra cosa más...

A pesar de todo, sin duda no hay otra enfermedad que le siente mejor al cuerpo.


No puedo convencer a mi corazón
 si yo no dudo y estoy seguro que él tiene razón. 
No voy a asesinar esa sensación 
 si yo la quiero, yo la deseo aunque me dé dolor. 
Yo no quiero sufrir pero aquí estoy 
 y estoy sufriendo y no me arrepiento, me cago en el amor.

"Me cago en el amor", de Tonino Carotone 









miércoles, 5 de febrero de 2014

Consejos vendo y para mí también tengo




Con frecuencia pienso en blog: cada anécdota que me pasa o idea ingeniosa que tengo (que a veces haberlas haylas), me parecen susceptibles de ser transformadas en una nueva entrada. Hace días tuve uno de esos pensamientos en los que te quedas enganchado, pero me ponía frente a la pantalla del ordenador y no era capaz de desarrollarlo. 

Todo porque me apetecía divagar sobre lo difícil que me resulta disfrutar de estar a gusto conmigo misma, cuando el mundo de la gente a la que quiero se tambalea o se derrumba. Puedo afirmar que me siento feliz, pero me sale con la boca pequeña porque con la que está cayendo, demostrar que uno está bien parece de mal gusto y una frivolidad; mirad si no el revuelo que causó la campaña de Campofrío en la que se ensalzaba la cualidad de los españoles de poder hacer una fiesta aún en tiempos de crisis. Parece que ser feliz sea algo anormal y que haya que estar todo el día quejándose por esto y aquello, y que si al otro le va mal, tú no puedas alardear de tu buen estado porque resulta ostentoso. Pues yo brindo por la frivolidad de ser feliz o mostrarse alegre a pesar de todo, porque en el fondo hace esto más soportable. Y nadie mejor que una mujer para hablar de penurias o cagarse en la perra por algo, y segundos más tarde comentar como si no pasara nada, lo monísimos que son unos zapatos que ha visto en un escaparate, lo divinas que le han quedado las croquetas al añadirles un toque de cebolla, o el look espantoso de Jennifer Lawrence en la pasada gala de los Globos de Oro.

¿Pero qué narices es la felicidad? Desde tiempos inmemoriales los seres humanos han filosofado acerca de ella. Es un concepto tan abstracto, que depende de quién la describa, e incluso va variando con el paso del tiempo y las circunstancias de la vida.

“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…” afirmaba Groucho Marx. Pues no veas la que se lió cuando a Cristiano Ronaldo, con una cuenta bancaria con tantos ceros que marean, se le ocurrió decir que estaba triste porque no se sentía querido en el Real Madrid. “A picar piedras le ponía yo para que sepa lo que de verdad cuesta ganarse el pan y sufra con motivo” o “que venga y duerma con mi parienta y sabrá lo que es la amargura al encontrar su cara de acelga cada mañana y no la de un ángel como la Shayk”, pensaron muchos a los que les parecía que su pesar era sólo el capricho de un niño consentido. Hay un bolero que canta que tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. Parece que es mucho más complicado que hacer pleno en esa triada, y si no, a los hechos me remito, que este chico aparte de dinero, tiene salud, éxito profesional y una maciza que quita el hipo que duerme en su lecho, y a pesar de todo, también tendrá derecho a estar triste, digo yo.

¿Cómo encontrar algo que ni si quiera sabemos lo que es? Decía Voltaire que "buscamos la felicidad pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una". La única constante que se repite en la búsqueda de la felicidad, es que cuando se logra uno de los objetivos que nos parecían esenciales para alcanzarla, en el camino hacia ella hemos creado otros que en ese momento y condición, también nos parecerán indispensables para ser felices, convirtiendo nuestra pesquisa en algo eteeeeerno.

¿No será que la felicidad duradera como cualidad y no como estado temporal no existe, y que nos tienen a todos engañados con una ilusión alimentada por momentos de felicidad esporádicos y siempre efímeros, para tenernos alerta buscándola constantemente? Porque yo no hago más que oír que la vida es una lucha, que no es un camino de rosas sino un valle de lágrimas, que primero es el deber y luego el placer...

La felicidad, lejos de ser ese lugar perfecto y utópico al que queremos llegar para aposentar nuestro culo por siempre jamás, quizá tenga más que ver con una serie de momentos que al final del día nos hagan sentirnos satisfechos; las pequeñas cosas de la vida de las que hablaba Groucho, que para cada cual, serán distintas. Seguramente se trate de disfrutar más del camino y lo que en él nos vamos encontrando, nos lleve a donde nos lleve. De hecho creo que si no existieran los obstáculos ni la desdicha en nuestro recorrido, la felicidad sería algo más mediocre.

Cuando en el mundo desarrollado, el vacío existencial y la ansiedad se han convertido en las enfermedades contemporáneas más extendidas, y el Prozac y el Tranquimazin en compañeros de viaje de millones de personas, toca plantearse que igual hay que empezar a prestar más atención a nuestro mundo interior y obviar los aspectos materiales; a ver si van a ir por ahí las tornas en lo de aproximarse a la gracia plena. Ya no es tabú ir al psicólogo para que te ayude a arreglar tu vida, está de moda el yoga y la meditación, y lo más de lo más es apuntarse al coaching, al PNL o a cualquier otra técnica de desarrollo personal para conseguir nuestras metas, reforzar la inteligencia emocional, y así tener las herramientas para poder enfrentarnos a las circunstancias actuales.

En nuestro afán por encontrar respuesta y solución a todo, se han descrito infinidad de propuestas para ser felices, prescripciones generales que vienen sin receta y sin contraindicaciones. Consejos básicos que tienen un impacto directo en el estado de ánimo, que empiezan con el comer bien, descansar, hacer ejercicio e invertir en experiencias. Que por algo las madres, que son sabias, están constantemente diciéndole a sus hijos: ¿Duermes lo suficiente? ¿Has comido bien? ¡Venga que te preparo un tupper!

Luego, si uno quiere lograr el bienestar elevado a su máxima potencia y mantenerlo en el tiempo, podrá seguir escalando nuevos peldaños combinando principalmente el equilibrio emocional con cierta satisfacción material en función de cuánto más feliz desee ser. Pero la subida exige de empeño, esfuerzo y compromiso, y es un aprendizaje donde no caben las trampas ni los atajos, que lo queremos todo y rapidito.

Para variar, los estudios dicen que España está a la cola de la felicidad en la Unión Europea. Y no lo entiendo; si según un artículo de “The idealist” a los españoles se nos da bien la fiesta, los deportes, cocinar y el buen comer, tirar cañas o arreglar el mundo copa en mano. ¿Cómo puede ser posible entonces? ¿No será que no somos capaces de relacionarnos con nuestras circunstancias porque responsabilizamos a otros de ellas, y nos creemos condenados a sufrir por lo que nos ha tocado con nuestra clase política? ¿Será que hemos colocado nuestra felicidad a merced de las contingencias y nos hayamos dado por vencidos? ¿Y si nos hemos acomodado en el estado del malestar y nos quejamos pero no estamos haciendo nada por arreglarlo?

Mira que ahora mismo no puedo decir que la vida me sonría, que la crisis me ha forzado a cambiar mi rumbo profesional y a sustituir el micrófono por la fregona. Mira que he recortado en un montón de gastos y cada vez soy más austera; pero a pesar de ello el día 5 para mi cuenta bancaria ya es fin de mes. Que resulta que sigo sin tener pareja y sin conocer el amor romántico correspondido. Que no hago más que enganchar un resfriado tras otro y virus extraños… que vale, que de estas no me muero, pero tampoco puedo decir que esté sana como una manzana. Que en todas partes cuecen habas y entre mis allegados también hay problemas graves. Pero mi clic me ha llegado cuando he dejado de quejarme y atormentarme con que podría estar mejor, cuando me he ocupado de ayudar a los demás y de reírme más, sobre todo de mí misma. Y chica, que parece que he hallado mi propia fórmula de la felicidad. Pero no lo voy a decir muy alto no sea que alguien se ofenda o venga a robármela. ¡Es mía, mi tesooorooo!


Yo sólo quería divagar un poco acerca de mi estado porque me sorprende muchísimo que haya llegado justo ahora, cuando las cosas no van muy allá. Mañana seguramente necesite de una fórmula distinta, pero hasta entonces permitidme que me alegre. Me siento culpable de ser feliz, sí, pero no pienso disculparme.




P.D.: ¿Y sabéis qué me haría aún más feliz? Que entrarais en la Blogoteca de 20 minutos y me dedicarais un par de minutos (lo que tarda uno en registrarse en la página, arriba hacia la derecha sobre una barra azul, que hasta podéis inventaros los datos pero lo único que tiene que ser real es el email) para votarme si os gusta mi rincón. Que ya sé que no voy a ganar, pero cuantos más votos y comentarios tenga, más rulará el blog por ahí. Y quién sabe lo que puede pasar después...