jueves, 23 de enero de 2014

Mi abuela es fan de Depeche Mode


Tengo una amiga a la que le saco 13 años y que me llama “abuela”. Siempre creí que lo hacía por la diferencia de edad, por lo maruja y casera que soy o porque preparo pucheros y reparto tuppers entre mis allegados o soy de las que le pide al otro que envíe un mensaje para saber que ha llegado bien; pero desde hace una semana, creo haber entendido el verdadero porqué del concepto: “abuela” es alguien que puede contar batallitas que sucedieron antes de que nacieran sus “nietos” o cuando éstos eran muy pequeños, y sorprenderles.

Sí María, aunque alucines, yo viví la época de la tele en blanco y negro, con dos únicos canales y sin mando a distancia, aunque tengo que decir que en mi casa siempre tuvimos control remoto. Se llamaba “Beatriz”: Beatriz pon la tele, Beatriz cambia de canal, Beatriz sube el volumen…

En mi época la tele no era la caja tonta que es ahora; en la parrilla de programación había cabida para la música, la creatividad, las películas y las series de culto, y para los niños de mi generación, llegó a ser una parte esencial de nuestra educación. Aprendimos lo más básico con “Barrio Sésamo”,  empezamos a respetar y a amar a los animales gracias a Félix Rodríguez de la Fuente con “El Hombre y la Tierra”, y  artistas de vanguardia -precursores de la movida madrileña-, y que hoy son parte de la historia del pop de nuestro país, por fin nos trataron como “mini-adultos” en “La Bola de Cristal”, sin presuponer rasgos de estupidez por nuestra corta edad o falta de experiencia, enseñándonos a razonar, a apasionarnos por la lectura, y sobre todo por la música. Con “Tocata” empecé a abrir aún más las orejas.

A finales de los 80, en mi cole lo que más abundaba eran los niños “normales” (o sea, pijos) que escuchaban a Mecano o a Hombres G; los que eran un poco más sofisticados, fanáticos de U2 o Bruce Springsteen; los heavies que iban por libre y con los que casi que era mejor no juntarse porque solían ser balas perdidas; y luego un pequeño grupo de siniestros que vestían de negro y vagaban por los pasillos como almas en pena, que escuchaban música oscura hecha con sintetizadores. Confieso que fui una de esas niñas pijas durante mucho tiempo y que amé con locura a David Summers, pero lo que de verdad quería – y esto es aún más inconfesable- era ser rarita y siniestra, y creo que en esto tiene mucha culpa Alaska y “La Bola de Cristal”.

El caso, que no recuerdo exactamente cómo, cuándo ni por qué cambié los lazos de lana de Don Algodón que decoraban mi pelo y los calcetines de rombos a juego por el negro total; el “sufre mamón, devuélveme a mi chica o te retorcerás en polvos pica-pica” por cosas como “girl of sixteen (…) slashed her wrists, bored with life” (chica de dieciséis años se corta las muñecas, aburrida de la vida). Pero pasó.



Quizá viera la actuación de Depeche Mode en “Tocata”. Sólo sé que jamás me identifiqué tanto con unas letras que parecían escritas a mi medida, yo que iba de atormentada por la vida. Odiaba la vida y amaba la muerte, me apasionaban las películas y la literatura de terror, la música oscura o de letras deprimentes, y todo lo que supusiera unas cuantas vueltas de tuerca más. Sí, todos tenemos nuestras taras… Y en ellos encontré la salvación, o algo así.

Cuando aún no habías nacido, nietecilla, asistí a mi primer concierto de Depeche Mode en su “Tour For The Masses”. Tengo que reconocer que el otro día me mareé y todo al echar cuentas de los años que habían pasado, y tuve que recontar varias veces, porque me faltaban dedos de mano para hacerlo. Que me imagino que por entonces no había restricciones en el tema de la edad para ir a un concierto, porque yo tenía sólo 12 años. Me acuerdo de que mi amiga Ana y yo nos esforzamos en parecer unas auténticas siniestras, y que nos acojonamos al llegar al desaparecido Pabellón del Real Madrid: ¡Joder, nos van a descubrir!- pensábamos. Si hasta nos planteamos vender las entradas porque nos daba miedo entrar ahí. Pero lo hicimos, y a las 11 de la noche estaba de vuelta en casa, pero ya me había convertido. 

Porque ser fan de Depeche Mode suponía mucho más que el hecho de que te gustara su música: era una especie de religión, que iba acompañada de cierta estética y gustos culturales y musicales muy particulares. Podías escuchar otra música del estilo como Nitzer Ebb, Erasure, The Cure, Kraftwerk o New Order, pero Depeche Mode eran DIOS.

Vince Clarke fue el papá de la criatura, que se fue de la banda tras el primer disco y nunca volvió; y Martin L. Gore la mamá, la que de verdad ha criado y creado al grupo, un auténtico poeta que escribe como nadie sobre el amor, la religión o el sexo, temática habitual de sus composiciones. Dave Gahan es todo ese amor de papá y mamá hecho carne y hecho voz, ¡y menuda voz! Alan Wilder era el hermano mayor que dotó al grupo de sus sonidos oscuros más característicos, cuya labor de producción llevó a la banda a lo más alto, pero en 1995 acabaron tirándose los trastos a la cabeza y abandonó el proyecto. Las malas lenguas dicen que “Useless” está dedicada a él y a sus pretensiones tras dejar el grupo. (Temazo, por cierto). Y luego está Andy Fletcher, que aún hoy sigo sin tener claro cuál es exactamente su papel en el grupo, aparte de producirme como ternura cada vez que le veo… ¿tocar? El sonido de Depeche Mode es una maraña de texturas electrónicas, una fórmula de baile y dramatismo en la que se combinan a la perfección los fríos sintetizadores con una de las voces más cálidas.

Después vinieron las giras “World Violation”, “Devotional”, “The Singles”, “Exciter”, “Touring the Angel” y “Tour of the Universe”. Y no falté a ninguna de ellas, repitiendo incluso en algunos festivales. Entre medias me enamoré de un chico del cole sólo porque era clavadito a Dave Gahan y le escribía cartas anónimas de amor que por cierto jamás fueron correspondidas. Cuando el grupo pasó unos meses en Madrid en el 92, grabando su disco “Songs Of Faith And Devotion”, a mi padre, que era muy musiquero también, le hizo mucha gracia la aventura que le conté: lo que me supuso coger un autobús hasta La Moraleja para ver si encontraba el chalet que estaban utilizando como estudio de grabación, tarea imposible porque La Moraleja es una urbanización enoooorme, y le expliqué que lo que de verdad necesitaba, era alquilar una vespino para que no se me escapara ninguna casa, poder llegar a ellos y contarles lo importantísimos que eran en mi vida; pero se ve que eso no le hizo tanta gracia y me dijo que tururú a lo de la moto. Realmente yo estaba tocada del ala.

Afortunadamente, con el tiempo todos evolucionamos, y Depeche Mode y yo quizá ya no sigamos la misma dirección y he obviado sus últimos discos. De hecho ni si quiera he escuchado el último, “Delta Machine”. Menuda fan de pacotilla, la verdad. Para cuando quise reaccionar y comprarme la entrada de su última gira, ya estaban agotadas. Y admito que cuanto más se aproximaba la fecha de sus conciertos en Madrid, más rabia me empezó a entrar y hasta me planteé intentar conseguir algo en la reventa, pero los precios me echaron para atrás. ¡Joder, tantos años siguiéndoles, y por primera vez me iban a poner falta! 

Serán cosas del destino, pero el pasado viernes 17, día en el que iban a dar su primer concierto en Madrid, a la hora de comer recibí el mensaje de una amiga que me anunciaba que tenía una entrada para mí. Y encima gratis. ¡Arréate!

No es porque sea fan, pero ir a un concierto de Depeche Mode debería ser un “must” en la vida de cualquiera. Porque son los padres del rock electrónico, porque son leyenda viviente, un grupo de culto, y hay pocas bandas que tras más de treinta años de actividad, sigan en tan buena forma. Son animales de escenario que suenan compactos en directo, máquinas en las que no hay lugar para los fallos y sus presentaciones se caracterizan por acompañarse de elegantes y cuidadas puestas en escena del sello de Anton Corbijn que es imposible que te dejen indiferentes.

No corren riesgos innecesarios, son predecibles y funcionales para lo bueno y para lo malo, apostando siempre por repertorios pensados para satisfacer a su amplia variedad de público. Siempre consiguen llevar al delirio al respetable. Seleccionarán setlists que mantienen prácticamente invariables durante todas sus giras, en los que seguro aparecerá “A Question Of Time” que Dave bailará dando vueltas como una peonza; “Personal Jesus”, donde el público se desgañitará cantando “reach out, touch faith” extendiendo el brazo en un gesto simbólico; Martin tendrá sus momentos de gloria -ceremonia obligatoria en cada concierto- e interpretará en solitario una o dos canciones en versión acústica. Con suerte, habrá algún guiño a los fans más devotos con una cara B o temas de sus primeros discos; y con casi toda seguridad acabarás el concierto en una apoteosis final al son de “Never Let Me Down Again” con un mar de brazos agitándose como si fuera un inmenso campo de maíz azotado por el viento. Las excelentes proyecciones en conjunción con las imágenes en directo de la banda y que encajan perfectamente con la música, te dejarán boquiabierto. Andy Fletcher será una figura hierática que sólo se moverá de vez en cuando para dar palmas desacompasadas. Comprobarás que sólo hace falta que Dave Gahan mueva un poco sus caderas o se desprenda de su ropa y se presente a pecho descubierto y enseñe tatuaje, para tener a hordas de histéricas chillando, entre las que por supuesto yo me encontraré. Descubrirás que es uno de los mejores frontman del mundo - eso él también lo sabe-, y su voz potente y sólida te sobrepasará. Y a mí me incitará una vez más a pedirle un hijo. Eso es así.

Leía por ahí que de unos años a esta parte, los conciertos de Depeche Mode son como las películas de Woody Allen: siempre sabes con lo que te vas a encontrar. Lo importante es que a pesar de todo eso, te sigan emocionando. ¿Cómo no hacerlo si cuando tocan sus canciones, también están tocándote recuerdos de tu vida? Me sigo poniendo nerviosa cuando se apagan las luces y salen al escenario. Cada uno de sus espectáculos es un concierto vibrante con un repertorio enorme como sólo puede tener alguien con más de 200 canciones a sus espaldas, muchas de ellas himnos generacionales. A sus 52 años Dave no ha perdido su mojo y sigue conquistando, Martin sigue emocionando y Andy me sigue produciendo mucha ternura. Llegan, llenan y triunfan. Y una vez más, volví con una sonrisa a casa.



SETLIST:

Welcome to My World (Delta Machine)
Angel (Delta Machine)
Walking in My Shoes (Songs of Faith and Devotion)
Precious (Playing the Angel)
Black Celebration (Black Celebration)
Should be Higher (Delta Machine)
Policy of Truth (Violator)
Slow (Delta Machine), en versión acústica cantada por Martin.
But Not Tonight (Black Celebration), en versión acústica cantada por Martin.
Heaven (Delta Machine)
Behind the Wheel (Music for the Masses)
A Pain that I’m Used To (Playing the Angel), versión remix de Jaques Lu Cont.
A Question Of Time (Black Celebration)
Enjoy the Silence (Violator)
Personal Jesus (Violator)

Bises:

Shake the Disease (The Singles 81-85), en versión acústica cantada por Martin.
Halo (Violator), versión remix de Goldfrapp.
Just Can’t Get Enough (Speak&Spell)
I Feel You (Songs of Faith and Devotion)
Never Let Me Down Again (Music for the Masses)

Sigo echando en falta más variación y espacio a la sorpresa, no me gusta que se empeñen en destrozar canciones con remixes, agradecí que en el repertorio evitasen su anterior trabajo y que no se centrasen exclusivamente en “Delta Machine”, y desearía que dejasen hueco a muchas canciones que jamás he escuchado en directo, eso es así también. Pero nietecilla, ya puedes presumir y actualizar tus redes sociales, contando que tu abuela sigue siendo una fan de Depeche Mode. ¡Y a mucha honra!


jueves, 16 de enero de 2014

Felicidad(es)


Mi primer año como blogger significa 37 entradas, 43 seguidores visibles, no sé cuántos invisibles, 481 pruebas de feedback y de que hay alguien al otro lado leyendo porque dejó su comentario, 9.929 visitas en total en mi blog de entre los más de 50 millones de blogs que hay en todo el mundo, y que si escribes “ironías” en Google, “Entre ironías, sudores y sinceridades” sea la sexta entrada que aparece en los resultados. Marea un poco saber que haya tantos ojos siendo testigo de mis pajas mentales, tengo que decirlo.

Desde que decidí empezar a darle a la tecla, he pasado infinitas horas menos frente a la tele zapeando o perdiendo el tiempo en cualquier otra tarea improductiva. Como procastinadora profesional, escribir un blog podría ser una excusa más para dejar de hacer algo realmente importante, si no fuera porque:

- Para alguien que sufre de incontinencia verbal, no hay nada mejor que poder decir lo que le da la gana y cuando le apetece. Y encima soy siempre que quiero la protagonista. He creado mi propio reality show.

- Tener un blog me ha supuesto conocerme mejor, y por extensión, le ha permitido lo mismo a todos los que se han parado un ratito por aquí, sean amigos o no. Hola, no me llamo Rita de verdad, y a pesar de que muchas historias las adorne, utilice la literatura para cambiar ciertos detalles y ponga cuarto y mitad de exageración andaluza, en definitiva mi esencia es todo lo que he venido publicando por aquí, y con mis escritos he ido apuntalando mi identidad. He sido capaz de plasmar pensamientos que me desbordaban, o de escribir las palabras que jamás me atreví a decir en directo, y eso desde luego que me ha permitido ahorrar mucho dinero en terapias psicológicas, encontrando cierta curación en el abecedario.

- Este rincón me sirve de memoria, he creado un disco duro externo de muchas de las cosas que he vivido, y para una que tiene memoria de pez y que ya no tiene edad para escribir diarios y esconderlos bajo la cama, es realmente útil. Y el hecho de escribir, es en sí mismo un ejercicio de memoria, así que ya no tendré que comer rabos de pasas. (Los otros me los seguiré permitiendo).

- No he recibido más que alabanzas, ánimos y cariño en todo este tiempo que insuflan mi ego, y a pesar de que -no sin miedo- he dejado de moderar los comentarios del blog, aún no he tenido ninguna experiencia desagradable ni me han spammeado desde Rusia con “amores de previo pago”. Tengo que admitir que cada nuevo comentario o seguidor, me hace casi la misma ilusión que recibir un mensaje inesperado de amor de alguien a quien quiero.

- El blog se ha convertido en una apasionante motivación; disfruto mucho dejándome atrapar en mis pensamientos tratando de hilarlos con coherencia, creando “algo” desde el sofá, y sólo con el portátil sobre las piernas. ¿No dicen que para sentirse realizado, uno tiene que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo? Bueno, pues yo tengo mi mini huerto, un blog y un perro, que es mi versión sui géneris de ese cuento. Y fíjate que con el blog, igual he descubierto una nueva vocación, que una siempre llevó el arte en sus venas. Me ha permitido desarrollar mi creatividad en un ámbito que desconocía totalmente, experimentar y evolucionar como contadora de historias.

- El relativo anonimato me permite desinhibirme al creerme invisible, y me atrevo a contar cualquier barbaridad y a pasearme por aquí en pelotas, aunque paradójicamente lo que escribo puede ser visto por mucha gente, e incluso le ha llegado a mi madre. De hecho las estadísticas dicen que ahora mismo hay un chino leyéndome, ¿mola eso o qué? Como decía Oscar Wilde, “que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen”.

- He leído historias maravillosas que me han enriquecido navegando de blog en blog, y gracias a ello he conocido virtualmente a otros blogueros, con los que a base de intercambiar comentarios, se ha creado un cierto vínculo de amistad, y nunca se debe rechazar un hombro en el que apoyarse o una mano a la que agarrarse, aunque sea virtual.


Por todo esto, un año después de que publicara "A" y de que este blog viera la luz por primera vez, me deseo felicidad(es). 


Marilyn soplando una vela. Rita soplará un cirio.

jueves, 9 de enero de 2014

Año bueno


Desde hace muchos años, cada 31 de diciembre sigo los mismos rituales: limpio la casa de arriba abajo para empezar el año con buena vibra, y hago lo propio con mi cuerpo, con depilaciones, mani-pedis, exfoliaciones y mariconadas varias.

Escojo el color de la ropa interior en función de lo que quiera atraer en el año venidero: amarillas si quiero dinero, rojas si busco amor, o verdes si lo que reclamo es tener más salud. Tengo que decir que creo que nunca me puse bragas verdes, claro que visto el resultado que me ha dado esta estúpida superstición - yo que no ando muy boyante en lo que al amor y a la guita se refiere-, lo mismo me daría escoger el negro (más acorde con el color del futuro que se nos pinta), que hacer un Marta Chávarri dejando la flor de mi secreto al aire.

Me arreglo y me acicalo como si fuera a salir a matar, ¿y todo para qué?, si la mayoría de las noches me quedo viendo con mi madre los éxitos de ayer y de siempre de la historia de la tele, apurando las botellas de champán y sudando azúcar de tanto turrón que es que no se va a quedar ahí en la bandeja. Si la única vez que tuve algo parecido al sexo en fin de año, fue cuando me pasé toda la noche manteniendo relaciones anales no consentidas con un tanga demasiado pequeño, rojo, eso sí.

Empiezo el año con el pie derecho, oro en la copa, dinero en el zapato, y lo primero que hago es besar a mi primo, que es lo más decente del sexo opuesto que puedo encontrar a mi alcance. Tendré que plantearme este último punto, ya que tanto él como yo, estamos a punto de la cuarentena y seguimos solteros.

Lo más gracioso del asunto es ver cómo mi hermana y mis primos, me siguen el rollo y copian las ceremonias que me invento. Por si acaso. Siempre dije que esto es como el que recurre a ciertos remedios homeopáticos o de herbolarios para sanar sus males: a veces no está claro que vayan a ayudarte, pero desde luego, mal no van a hacerte. Este año se ha incorporado al teatrillo mi sobrina de 6 años y se las ha visto y deseado tomando las uvas a la pata coja. Todo sea por atraer a la buena suerte y empezar el año con buen pie, claro que sí.

Luego cojo una maleta y entro y salgo por la puerta de casa para atraer los viajes. No sé si probar el año que viene a pasear una maleta más grande un poco más lejos y llenarla con lo que sea, a ver si resulta que no consigo ir más allá de la zona A del abono transportes por estar sacando al rellano una bolsita de viaje vacía.

El ritual más divertido que hago es el de “¡Penas fuera!”, que consiste en tirar el agua de un vaso por la ventana y chillar eso, ¡penas fuera!, pero berreando mucho para que el mensaje llegue bien a todo el cosmos y de paso al vecindario. Fue divertido sobre todo aquel año que mi hermana se lo tomó al pie de la letra y arrojó también el vaso, o cuando una que yo me sé cambió agua por champán y detrás del champán fue el anillo de la copa del protocolo anterior. El resultado ha sido como el de haber roto un espejo, varios años de decaimiento y piedras en el camino, pero creo que por fin ya expira la mala suerte.

Escribo en un papel lo malo del año que se acaba y después lo quemo, y en otro papel enumero lo que quiero conseguir y me lo guardo durante las campanadas en el entreteto, lo más cerca del corazón que puedo ponerlo, por eso de desearlo desde ahí mismo. Luego ese papel hay que dejarlo todo el año bajo la almohada, pero se me olvida que está ahí, y a los dos días se ha desintegrado en la lavadora o lo ha absorbido la aspiradora, y así es normal que mis objetivos se acaben yendo siempre al garete.

Este año mi jefa pidió voluntarios para trabajar en fin de año. “¿Estamos locos, con la cantidad de planes que tengo esa noche?” – le dije yo pensando en mis rituales. A cambio me tocó pringar el primer día de año, de 10 de la mañana a 9 de la noche, así suavesito, que desde luego si es verdad que para tener un buen año hay que empezarlo trabajando, el mío será de puta madre. 

Iniciamos el año 2014, que suma siete, considerado el más sagrado de los números y portador de fortuna, así que este año que acaba de empezar tiene que ser bueno por narices, que una no va a haber sobrevivido al 2013 para nada. De hecho he consultado en varias webs  especializadas, y todas ellas auguran un gran año para los nacidos bajo mi horóscopo, sobre todo a partir del 16 de julio con el ingreso de Júpiter en mi signo, que no tengo ni idea de lo que significa, pero parece importante y por si acaso ya he marcado ese día en la agenda. He empezado el año de traca, y lo de bajar a tirar la basura casi en bragas y olvidarme las llaves para volver a entrar en casa y quedarme de esa guisa en la calle hasta que vinieron a rescatarme; o lo de rebozarme en mierda ajena por una tubería mal colocada como me pasó hace un par de días mientras limpiaba una ducha, deben ser sólo anecdotillas para entretenerme en el tránsito hasta que llegue el señor Júpiter ese y me ayude a coronar por fin todos los éxitos que tengo pendientes, como lo de recuperar mi trabajo artístico y dejar la fregona, experimentar eso de tener una pareja estable y hasta si me apuras, tener un hijo, aunque luego no supiese bien qué hacer con él porque nunca he deseado ser madre.

Por eso este año he decidido no hacer ninguna lista de propósitos, si total, uno nunca sabe lo que le va a deparar el destino y a mí me aguarda la conjunción planetaria más favorable de todos los tránsitos planetarios posibles. En el 2013 no es que haya sido buena, es que he sido mejor, y no me estoy ganando el cielo, sino que ya llevo invertido como para un chalecito en las alturas y con vistas al infierno, donde mis vecinos serán dioses estupendos que me adoren, y no mi querida amiga francoportuguesa, aquella que se empeña en arrastrarme a juergas nocturnas y alevosas con el fin de ensanchar mi hígado, que me ha usurpado la familia, y a la que le han traído más regalos en Reyes que a mí.

Y hablando de dioses, el Dios griego tuvo a bien de felicitarme las fiestas, que pensé yo que sería un mero acto de educación, pero viendo que siguió dándome la chapa y que a colación de hablar de lo que engorda uno en esas fechas me dijo que “ya lo bajaríamos”, así en plural y rematado con un guiño, me da a mí que su María Magdalena debe estar agonizando, porque tampoco me ha pedido claramente que vayamos a rezar, pero me parece que está preparando su púlpito. Y a mí plin, si el gatito y yo estamos maullándonos como nunca y me encanta.

Siempre creí en el karma como una especie de cosecha en la vida, en la que uno gana en función de lo que invierte, y he venido observando cómo ese karma sólo parece funcionar o se hace visible cuando es en negativo, que el que la hace, la paga; pero empiezo a pensar que igual no es cuestión de riquezas, trabajo, parejas o de cualquier otra cosa material, sino que no hay mayor premio que la paz que tengo conmigo misma en estos momentos, y que a pesar de la que está cayendo, puedo decir que soy feliz. Igual ese es el karma de las semillitas que he ido plantando todo este tiempo.

Los éxitos me llegarán porque me lo merezco, porque no me amilano ante casi nada, porque siempre ayudo a quien lo necesita, porque soy la mejor amiga del mundo, porque soy la reina del zodiaco. Y no lo digo yo, lo dice Esperanza Gracia, y como es lo que quiero oír en estos momentos, yo me fío.


Este año lo voy a hacer bueno. Por la gloria de Júpiter.