domingo, 22 de diciembre de 2013

Verdades como lechugas


Mentir está en contra de los cánones morales de la mayoría y está específicamente prohibido y descrito como pecado en muchas religiones según dice Wikipedia. Y a pesar de que nos eduquen para defender la verdad por encima de todas las cosas, hemos mamado la mentira desde pequeños y a todos nos las metieron dobladas en nuestra infancia: que si los Reyes Magos, que si el Ratoncito Pérez, que si cuando seas padre comerás dos huevos, que si siempre estaré a tu lado, que si no te va a doler… Incluso nosotros mismos nos auto engañábamos: que si mi padre es un superhéroe, que si mi madre la más guapa del mundo, que si mi hermana se tira pedos de colores (como la mía perjuraba que hacía), que si de mayor voy a ser artista…

Al crecer descubrimos la vida real y todo ese mundo de magia, fantasía y pedos de colores se desvanece. Y entonces queda sólo el pedo. ¡Puf! La mentira, siempre vilipendiada y maltratada, se nos revela entonces como la verdadera piedra angular de la convivencia humana para darle unas notas de color a nuestra existencia, una vez hemos comprobado que al ponerla en práctica, a uno no le crece la nariz.


Llevar faja, maquillaje, lentillas de colores o peluquín para ocultar una verdad que no queremos mostrar, es mentir. Exagerar los detalles, tomar viagra, la poesía, la publicidad o una película, son también mentir, porque no son la realidad estricta. Incluso callar sentimientos para no herir y proteger al otro, es mentir. Todos practicamos y consumimos con cierta tolerancia estas falacias, pero ojo, que no tienen nada que ver con el engaño, el cual por el contrario se castiga y no se perdona, porque ni el propósito ni el fin es el mismo.

Creemos que queremos la verdad y que de mayores iremos con ella siempre por delante, pero nuestro paladar no está hecho a ella, no nos enseñaron bien a digerirla de pequeños, y puede caer realmente mal en el estómago. Es que la verdad es como la lechuga: es cruda, y uno no se la come a bocados, sin aliños ni sin lavarla antes.

Se calcula que las personas mentimos tres veces por cada diez minutos de conversación. Párate a pensar por ejemplo cuántas veces has respondido a la pregunta “¿cómo estás?” con un falso “bien”. La mentira es algo que forma parte de la sociedad actual, y ya sean políticos, famosos o tu vecina la del cuarto, todos mienten diariamente. Se puede mentir por omisión, por comisión, por acción, por compasión, por activa, por pasiva, por abajo y por arriba.  De hecho existe una lista interminable de mentiras universales que a todos les sonarán: “la última copa y nos vamos”, “tu sigue chupando que yo te aviso”, “el lunes me pongo a dieta”, “es que el profesor me tenía manía”, “ay, hola, es que no te había visto”, “he leído y acepto las condiciones del servicio”, “esto no es lo que parece”, “sólo la puntita”, “es que no tengo qué ponerme” y así un largo etcétera.

Vamos en pro de la verdad pero somos unos hipócritas, porque la verdad verdadera es que ni nos gusta tanto, ni la practicamos siempre. No estamos preparados para recibir según qué informaciones sin limpiarla de ciertos detalles, ni sin la vaselina de unas buenas palabras. Resulta además que nos ofuscamos cuando alguien es sincero y directo y nos muestra la verdad tal cual es; nos cuesta tanto asimilarla, que muchas veces creemos que esa sinceridad viene acompañada de un sentimiento de envidia: “Me dices que no me queda muy bien este pantalón por joder, porque sabes que estoy más buena que tú, ¿eh?”.

Desde luego que la autenticidad es un valor a respetar para poder mantener relaciones efectivas, pero en ocasiones ser auténtico puede implicar no ser amoroso con el otro, ser cruel o generar la destrucción de algo o de alguien. Y para ser sincero se necesita tener valor y mucho tacto, para que la otra persona vea que la verdad viene con buenas intenciones y sin ánimo de ofender.

Tengo un compañero de trabajo al que le canta el ala poderosamente, día sí, día también, y como nadie se atreve a decirle que se lave un poco, ir a la oficina es como entrar en la cámara de gas. Este año hemos decidido que el amigo invisible le traiga un desodorante; en plan indirecta, pero invisible, porque ya no es que nadie tenga el valor de sincerarse con él, sino que cualquiera se anima a tener un tête à tête con él para explicarle las bondades de la ducha diaria.

A ver quién es la lista que le dice a su amiga, esa que ha cogido unos kilos de más y que de hecho ya iba pasadita, que como siga a ese ritmo, le cobrarán doble cuando viaje o acabará sentada al lado de todos cuando vaya al cine. Si nos pide opinión, le diremos que “debería cuidarse un poquito más”, cuando lo que de verdad pensamos es que nuestra amiga cada día se parece más a una foca, aunque la queramos muchísimo, así en toda su inmensidad.

Cuando un amante te ha preguntado si la tiene pequeña, ¿has sido capaz de contestar sinceramente y sin florituras que no se la encuentras o que no te has enterado de cuando estaba dentro? Decir “cariño, no te preocupes que el tamaño no importa”, no es ser sincero, porque el tamaño sí importa, pero si no quieres dormir abrazando almohada, es mejor guardarse la verdad.

La reacción de mis amigas ante el desenlace de mi historia con el Dios griego fue de total indignación a pesar de que para mí que el chico fue muy sincero conmigo. Cuando Él ascendió a los cielos e interrumpió toda comunicación conmigo, mi mejor amigo me recomendó que pusiera toda la carne en el asador para conseguir un nuevo encuentro y averiguar el por qué de su desaparición: “a este tío te lo tienes que follar de nuevo, y si no es por las buenas, que sea por las malas”. Y a mí que no me hace falta que me chinchen mucho para sacar el pico y la pala y mi ramalazo acosador, me sobró tiempo para mandarle un mensaje subidito de tono yendo a por todas, con la tranquilidad de estar avalada por la bendición de un buen amigo. Pensé que no recibiría el mensaje (que ya sabemos todos que en el cielo los dioses no tienen cobertura) o que ignoraría a un ser mortal como yo, pasado un mes ya de nuestra tórrida y única experiencia (en todos los sentidos). Pero se ve que han puesto repetidores en el cielo y no sólo recibió el mensaje, sino que lo leyó y me respondió: “Ji ji, ja ja, yo también me lo pasé muy bien y también me encantaría repetir”, me dijo en resumen el verbo hecho de nuevo carne.

- ¡Coño! ¿A qué has estado esperando? Tiene que haber algo que estés ocultando que explique por qué te volatilizaste si soy tan maravillosa – pensé yo – Oye, pues ya estamos tardando, si es que de verdad te apetece quedar - le respondí jugándomelo todo, que yo soy muy de las de from lost to the river.

- Vale, ya te digo algo. Ahora estoy conociendo a una chica, pero yo te aviso. Un besito guapísima.

¿No querías sinceridad, Rita? ¡Pues toma taza y media así, sin vaselina! El chico estaba siendo bien claro y me vino a decir que aunque volvería a echar un polvo conmigo, eso no llegará a pasar, porque a pesar de que el “ya te digo algo” (equivalente al “ya si eso te llamo") queramos interpretarlo como que me llamará si se le tuerce la historia con su María Magdalena y se ve sin otra discípula que le rece, si se alinean los astros de determinada manera en conjunción con Orión o con su santísima madre, o si le pica un día de estos; la verdad es seguramente no me llame jamás.  

“¿Y para qué te dice eso? ¡Pero menudo morro!”, dijeron mis amigas.

En qué quedamos, ¿sinceridad sí o no? Lo que ellas reclamaban en su respuesta son mentiras, pero dichas de verdad, porque entran mejor que la realidad tal cual es. Un sentido “No eres tú, soy yo” o “En estos momentos no estoy preparado para enamorarme ni para tener una relación”, que es lo que he escuchado siempre. Pero qué quieres que te diga, a mí en el fondo me gustó su respuesta y agradecí esa honestidad. Y a otra cosa, mariposa.

Se dice que las navidades son la época de la falsedad por excelencia. Es común el sentimiento navideño de querer parecer mejores personas en estas fechas y conmoverse con las desgracias que se ignoran el resto del año, sonreír más y mostrarse más cercano y amoroso con el entorno, sin ser nada de eso. Y en contra de renegar como hace la mayoría, yo agradezco realmente que existan al menos unos días al año en los que a la gente no le brota ser horrible y deja escondido su hijoputismo, aunque sea por aparentar.

Por todo esto amiguitos y amiguitas, ¡feliz falsedad a todos!


 Soziedad Alkoholika versionando el anuncio de la lotería con su "Feliz Falsedad"



martes, 17 de diciembre de 2013

Jingle ol de güey



En estos momentos me parezco bastante a Bridget Jones en esta escena en la que toca fondo: llevo todo el día en pijama, comiendo chocolate, viendo fotos de hace años y escuchando canciones navideñas a lo Jingle bells, jingle bells, jingle ol de güey (¡sin ser yo nada de eso!). Estoy tan sensible que hasta me ha dado por decirle “te quiero" a un par de personas así porque sí, porque llevaba mucho tiempo sin decírselo (vale, también tengo la regla, y sí, esos topicazos, para algunas son ciertos).

Igual me ha entrado la nostalgia porque en las próximas semanas, dos personas muy importantes en mi vida se marchan de España en busca de un futuro mejor. Mientras la mayoría de la gente vuelve a casa por navidades como el turrón, ellos han decidido dejar su vida atrás para empezar una nueva en otro lugar, lejos de aquí... y de mí. Y me alegro. Y me enfado a la vez. Creo que es totalmente lícito que me cabree porque la situación del país en el que vivimos, sea en realidad la que les ha obligado a largarse para intentarlo en otro lugar, ya que aquí no han podido; pero me alegro también porque han tenido los huevos de hacerlo, y les deseo toda la suerte del mundo. Les envidio además, porque cada día apetece más emigrar a un país donde uno no se atragante cada mañana con las noticias sobre las desgracias que está trayendo consigo la crisis. Yo sólo tengo el coraje para protestar, pero eso también nos lo quieren quitar.

Estoy tan ñoña, que a pesar de mi no patriotismo y del asco cada vez más grande que siento por los que nos gobiernan y los que nos han metido en todo esto,  reconozco que me ha emocionado el anuncio de la campaña de Navidad de Campofrío “Hazte extranjero”:


Viene a decir que vivimos en un país de mierda, a la cola de todo, que apesta tanto que es normal tener ganas de huir. Y aunque sea todo una hez muy gorda, a fin de cuentas somos lo que somos, porque nuestra esencia es lo importante, nuestra manera de ser y de sentir, que es lo que nos imprime nuestro carácter. Y eso se echa de menos cuando vas fuera, siempre.

Es totalmente cierto lo que dice de que somos mucho más tocones y propensos a invadir el espacio personal del ajeno que en otros países considerados como "las primeras potencias", pero en el fondo nos damos más calorcito los unos a los otros, y eso mola. De hecho sé de una franco-portuguesa de mi barrio que no soporta los abrazos cuando está triste. ¿Estamos locos o k ase?

Es verdad como cuentan que nuestro sentido del humor es único y auténtico, que me parto con estos chascarrillos tan nuestros, y me río del humor inglés, ¡ja!. Y el humor alemán, ¿existe?

También es cierto que somos unos manirrotos que sacamos de donde no tenemos... y así nos ha ido, claro. Pero de tantos palos que nos dan, recorte por aquí, recorte por allá, de tanto luchar y de agotar las fuerzas mientras nos aprietan las tuercas, hemos tenido que aprender por cojones a sobrevivir y a montárnoslo lo mejor que podemos en la medida de nuestras posibilidades,  y quién nos iguala en eso, eh? Claro, que unos se lo han montado mejor que otros, y en eso en España también tenemos un ejemplo único con nuestra clase política, que se lo montan que te cagas, sea como sea.

Pero oye, que la vida son dos días, así que vamos a intentar no amargarnos más de la cuenta. Que nada ni nadie nos quite nuestra manera de disfrutar de la vida. ¡Hagamos una fiesta! y toquemos la pandereta, que es lo que mejor se nos da.

Y no sé, a pesar de todo, ha sido ver el anuncio y no me ha dado tanta grima cantar en mis adentros “Yo soy español, español, español”. Igual es porque me he reconocido entre los de mi "especie" y soy lo que soy sin poder renegar de ello. O será porque adoro a Chus Lampreave, que siempre me ha tocado la fibra sensible, qué se yo. Igual son sólo las hormonas o que tengo antojo de chorizo.

Pero me hago una pregunta: ¡¿dónde está el espíritu Grinch que me invade cada año por estas fechas?! No, espera, que eso no es español: ¿dónde está la Rita gruñona que odia la navidad, y quién es ésta que canta cada mañana canciones moñas y quiere abrazar a todo el mundo?

(Joder, cómo os voy a echar de menos, Eva y Sebastian...)

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Todavía hay ganas


- Mira que tuve mala suerte en el amor. Pero yo ligaba, ¿eh? Que tuve un montón de pretendientes que me invitaban a salir. Claro que tenía que ir siempre acompañada a todas partes, que si no, no me dejaban hacer ningún plan. 

¡Si mis padres se llegan a enterar de aquella vez que nos escapamos a El Escorial tu abuela y yo con un par de mozos guapísimos, sobre todo el que le tocó a tu abuela! Nos vinieron a buscar en coche, nos tomamos unas copas y nos sacaron a bailar. Después quedamos juntos más veces así medio a escondidas, porque la verdad que los chicos no parecían ir en serio y se ve que sólo querían pasar el rato, y nada, pues nos acabamos olvidando de ellos, ¡a otra cosa!, que eso no interesaba (…).

Y luego recuerdo aquella fiesta a la que me invitaron unos chicos militares. Fíjate el despliegue de todo, que habían preparado tantas cosas, que al día siguiente tuvieron que repetir la fiesta para poder aprovecharlo todo. Todos guapos y elegantes con sus uniformes. Mi padre me dijo que si no iba con una de mis hermanas, que no me dejaba ir, así que fui con Mercedes y ahí es donde ella conoció a su marido, en un flechazo, así, a primera vista. Yo fui con mucha ilusión a la fiesta, hija, pero para mí no había nada, y mi hermana que iba de mi acompañante, mira la suerte que tuvo (…).

Si es que he ido casando a todas mis hermanas. Íbamos un día tu abuela, una amiga y yo paseando, y mi amiga dijo: “¡Mirad, ese es el hombre de mi vida!”, señalando a un chico con muy buena planta. Y de su vida nada, que aquel chico en quien se fijó y de quien se quedó prendadito fue de tu abuela y no de mi amiga, y al final mira tú, se casaron y todo. Es que tu abuelo siempre iba como un pincel (…).

Pero a mí el que me gustaba era Carlos Briones, ¡me tenía loca! Era un caballero, educado, interesante, y tan guapo que parecía un modelo. Y encima era un buen partido, porque su padre era dueño de la empresa de los autocares de Madrid. Y como tenía muy buenas relaciones en el mundo de la farándula, estábamos todo el día yendo a fiestas, estrenos y espectáculos. ¡Qué hombre más interesante, qué bien lo pasábamos! Dos años que estuvimos juntos. Y lo que pasó fue que me enteré de que era maricón. Que en aquellos tiempos eso era pecado, y claro, lo que tenía conmigo era una tapadera seguro, pero fíjate que yo creo que en realidad tenía algo con el hermano de mi amiga, porque íbamos siempre los cuatro juntos y a mí no me parecía normal que se llevaran tan bien ni que fueran tan amigos, así, dos chicos. Era muy raro. Y no sabes el disgusto. Que ni me lo dijo a la cara, me enteré con el tiempo… Luego resulta que por lo visto se murió bien joven el pobre (…).

Y me acabé casando con Pablo, que yo no estaba ni enamorada ni nada, pero ya tenía 36 años y era lo que había que hacer. Es que claro, comparado con Carlos, Pablo era un soso y un aburrido, y además no me dejaba ni a sol ni a sombra, ¡qué pesado era! ¡Cinco años que estuvo detrás de mí hasta que lo consiguió! (…) Y 21 años estuvimos juntos hasta que se murió.

- ¡Puf! Pues casi que yo ya voy tarde para casarme, tía – la interrumpí.

- No, si es que en esa época si no te casabas, te quedabas para vestir santos, y además que a nosotras ni nos educaron para trabajar ni nos dejaron estudiar, que a una de mis hermanas le hubiese gustado estudiar farmacia pero no pudo. Ahora ya podéis elegir lo que queréis hacer, y no tenéis que depender de un padre o de un marido. ¡Si hasta podéis elegir si os queréis casar o no y no pasa nada! Pero te voy a decir una cosa: el buey solo, bien se lame. Y para qué vas a aguantar tú a nadie si estás tan ricamente entrando y saliendo cuando quieres. Ahora tenéis más libertad para elegir.

- Sí tía, tenemos más libertad pero el problema es que ya casi no tenemos opciones que escoger – contesté.

- Claro, porque los tíos están ya todos agarrados o ya han pasado por eso y ahora no quieren líos, o son de la otra acera, que ahora eso ya no está prohibido, ¿eh?

- Justo, eso es…

- Pues te voy a decir algo: si es que al final, todos los hombres son maricones, porque de una manera u otra, a todos les gusta dar por ahí. Así que tú estás muy bien como estás, no seas boba.

- ¿Y no quisiste tener hijos, tía, o qué pasó? – le pregunté.

- Si es que Pablo no podía. Se ve que de pequeño le dieron un balonazo en sus partes que le dejó impotente, y que menos mal que su padre era uno de los mejores médicos, porque le salvó de la muerte que estuvo malísimo por el golpe ese, pero ya no servía para tener hijos. Que ya me lo podía haber advertido antes de casarme, que de eso me enteré después, y eso se dice, porque si no valía para eso…

- Claro, de haber sabido que no funcionaba, igual no te hubieras casado con él, ¿no?

- No, no, si funcionar funcionaba bien, pero no servía para eso (…)

- Pues tía, que me alegro mucho de verte tan bien. ¡Que estás estupenda!. Aparte de lo de la vista, estás fenomenal. Que muchas personas quisieran poder llegar a tu edad y tan bien como tú que no tienes otros achaques más que la pila de años.

- La pila, sí hija, sí. Pero la verdad que estoy muy bien y no me puedo quejar. Todavía tengo ganas de seguir estando por aquí, no tengo ninguna prisa por marcharme.


(CONVERSACIONES CON MI TÍA ABUELA DE 93 AÑOS)

domingo, 1 de diciembre de 2013

Cero


Cada año, mis padres escogían un destino distinto de vacaciones. Por aquella época, podías considerarte todo un privilegiado si habías conseguido salir de tu provincia o descubrir el mar; y más aún si cuando viajabas, no te privabas de nada: aviones, barcos, otras culturas, restaurantes de lujo, manjares deliciosos, parajes singulares e inaccesibles para muchos… quizá demasiado para una niña a la que lo que de verdad le apetecía, era tener un pueblo al que ir de vez en cuando, y una pandilla con la que encontrarse cada verano.

Papá solía estar ausente a consecuencia de sus viajes de trabajo, reuniones interminables o el cuidado y la monta de los caballos los fines de semana, y se le olvidaba un poco ejercer como padre de sus hijas, o marido de su esposa durante gran parte del año; pero en verano retomaba su rol de cabeza de familia y todo cambiaba. Él era un bon vivant.

El último viaje que hicimos juntos fue a Túnez, y al volver, mi padre enfermó. Cualquier cosa que comiera, parecía sentarle mal, y durante bastante tiempo, el váter se convirtió en su mejor amigo. Según me explicaron, era una de “esas fiebres raras africanas” que cogió durante nuestro viaje, que requería de muchos estudios y visitas constantes al médico, pero me aseguraron que se pondría bien. Aunque ni mi madre ni mi hermana ni yo tuvimos ningún síntoma, tuvimos que hacernos analíticas regularmente, porque según me dijeron, con esos virus extraños, nunca se sabe. No era mal trato intercambiar unos centímetros cúbicos de sangre, por desayunos en familia con chocolate y churros.

Papá solía lucir con orgullo una curvita de la felicidad. Él decía que su tripa y su nariz prominente, le hacían parecerse a cualquier orondo noble del pasado. Él, que se identificaba de broma al teléfono como “Marqués de Vizcaya”, consideraba que su aspecto de buda, era una señal de distinción y del gusto por los placeres de la vida. Pero su redondez empezó a menguar a causa de esa extraña enfermedad.

-¡Qué niñas más monas, así gorditas, blanquitas y rubitas y de ojos claros!- solían piropearnos a mi hermana y a mí de pequeñas.

- ¡Se nota que vienen de buena familia! – presumía mi padre. Y fantaseaba con un supuesto rancio abolengo de la familia constantemente, comparándonos con las infantas que se retrataban siglos atrás rechonchas y paliduchas. No en vano él, al que le gustaba mucho pintar, hizo una reinterpretación de “La familia de Carlos IV” de Goya plantando nuestras caras en las del Infante Francisco y la Infanta María Isabel.

Mi hermana y sobre todo yo, teníamos por tanto que tener mucha precaución con el sol, que todo el mundo conocía ya por entonces los peligros de sus radiaciones. Mientras ella y yo pasábamos los veranos bajo la sombrilla o con camiseta, recuerdo ver a mis padres tumbados en pelotas, disfrutando al sol como lagartos. Al volver de aquel viaje por Túnez, empezaron a salirle a mi padre unas manchitas raras por el cuerpo que a mí me parecía que tenían pinta de cáncer, pero no quise darle importancia. ¿A mi padre? ¡No!

En cuanto a sus síntomas, papá tenía sus días malos y sus días no tan malos. Tenía que tomarse un buen puñado de pastillas a diario para cortar los vómitos y las diarreas y paliar el dolor que empezaban a causarle esas manchitas entre rosa y violeta, y pensaba yo que eran tantísimas las pastillas, que le llenaban el estómago y por eso se le quitaban las ganas de comer cualquier otra cosa. Porque si no, no se explica que no le apeteciese comer ninguna de las delicias que entraban en casa para capricho del enfermito. Pero a pesar de que su salud cada vez empeoraba más, y las visitas al médico e incluso los ingresos hospitalarios eran más y más frecuentes, costaba mucho que perdiera su particular sentido de humor. Aún recuerdo el día en el que le pidió a mi madre que pusiera un crespón negro en la esquina de un autorretrato colgado en su dormitorio.

Papá dejó de viajar, de tener reuniones interminables, de montar a caballo y de trabajar, y se pasaba el día en la cama o en su butaca del salón. Podía haber sido una buena ocasión para fortalecer mis lazos con él, pero contando con apenas 16 años, por entonces me preocupaba mucho más salir con mis amigas que acercarme a él o cuidarle. Por qué tendría que preocuparme esa “fiebre africana” si estaba controlada por médicos, si me dijeron que se pondría bien y si mi padre seguía bromeando con todo.

Recuerdo una sobremesa de finales de 1991. Como siempre, veíamos las noticias, y mientras recogía la mesa, mi madre se enfadó mucho cuando cambié de canal porque hablaban de no sé qué de una “peste rosa”,  una enfermedad que había surgido hacia 1981 que tenían los homosexuales y los drogadictos, y que les provocaba unas manchitas violáceas por el cuerpo, y hacía que se murieran; y a mí no me interesaba nada el tema, y no entendía por qué mi madre quería escuchar lo que decían si ni le iba ni le venía. Resulta que Freddie Mercury acababa de morir por esa enfermedad, y empezaron a hablar mucho del asunto, y mi madre por alguna extraña razón, lo encontraba de lo más interesante. Era una movida, porque cualquier persona normal podía coger la enfermedad recibiendo por ejemplo una transfusión de sangre infectada, y claro, teniendo a un marido que iba y que venía al hospital, escuchas eso y supongo que te acojonas un poco, no fuera que le pasase algo a mi padre. Imagínate.

Papá cada vez estaba peor, creo que perdió más de 45 kilos, que ya me hubiese gustado a mí tener la facilidad que él tenía para perder peso, que me estaba poniendo como una vaca zampándome todo lo que traían las visitas para él y que no se comía. Él estaba tan debilitado, que cada vez le costaba más ser independiente; incluso un día resbaló en el baño y se partió la nariz. Como si lo de la “fiebre africana” fuese poco drama. Meses más tarde, tuvo una hemiplejia y se le quedó medio lado del cuerpo paralizado, así que había que ayudarle a hacer casi todo. También tuvo una especie de ictus, y acabó perdiendo el habla. Le tocó la "lotería".

A mi hermana la llamábamos “Robustiana”, porque también se estaba poniendo “fuertecita” con las dulzainas que rechazaba mi padre, y porque era la encargada de moverle de un lado a otro junto con mi madre. Como a mí sólo me asignaron la tarea de despertarle tras la siesta y darle de merendar, me pasaba gran parte del día encerrada en mi cuarto escuchando música. Que a pesar de todo, creía yo que no era muy agradable ver a un padre convertido en mierda, en todos y cada uno de los posibles sentidos de la palabra, y que total… ya se pondría bien y volvería a ser el padre casi siempre ausente pero disfrutón de la vida.

Una tarde al volver del cole, mi madre tuvo una conversación conmigo:

- Papá está muy malito.

- Ya lo sé, ya lo veo.

- Es que papá se va a morir.

- ¡¿Qué dices?! No seas así, ya encontrarán lo que tiene, ya se curará.

- No se va a curar, papá tiene SIDA y le queda poco tiempo de vida.

- ¡¿Qué?! ¿Cómo puede ser posible si papá no es drogadicto ni homosexual, y que yo sepa tampoco ha recibido ninguna transfusión de sangre ni le han sacado ninguna muela en ningún país subdesarrollado?. ¡¿Cómo?!

- Tu padre no ha querido contarme cómo fue contagiado, y yo lo respeto. Si él quiere contároslo a vosotras, lo hará. Pero lo importante no es cómo pasó. Lo importante es que tenemos que darle todo el amor del mundo de aquí a que se vaya.

Aproximadamente un mes más tarde, el 11 de junio de 1992, mi padre moría. El SIDA era una enfermedad muy mal vista, asociada sobre todo a gays, prostitutas y drogadictos. Se creía popularmente que si no pertenecías a ninguno de esos colectivos, estabas a salvo (a no ser que tuvieras la mala suerte de pincharte con una jeringa infectada o fueses intervenido en un hospital en condiciones poco higiénicas o algo así). Era una enfermedad estigmatizada, y por entonces, fue duro enfrentarse a la pregunta que se hacía la gente que se enteró de la causa de la muerte de mi padre, sobre a qué grupo de riesgo podría pertenecer: pues a todos o a ninguno, ¡a cualquiera podía tocarle!. Mi ceguera ante las evidencias "porque a mi padre no podría pasarle algo así", no evitó que ocurriera. Y el hecho de no nombrar la enfermedad durante unos años y pretender que fue otra cosa, desde luego no consiguió ahuyentarla. La gente era muy ignorante, yo la primera, y el SIDA, una enfermedad cruel que destruía y consumía al enfermo, y que bajo ningún concepto, se merecía ningún ser humano a modo de castigo, como se insinuaba en muchos medios o entre la gente.

Han pasado 21 años y casi 5 meses desde entonces. Han pasado 32 años desde que se detectara el primer caso. Desde hace 25 años, cada 1 de diciembre se conmemora el “Día de la lucha mundialcontra el SIDA”, y aunque hemos evolucionado y cada vez se considera más el SIDA como una enfermedad que le puede tocar a cualquiera, aún hoy sigue estando estigmatizada a consecuencia de la desinformación y de los prejuicios de ciertos sectores. Y el miedo a la enfermedad es todavía demasiado alto como para permitirle al portador llevar una vida social normal, o a muchas personas a decidir realizarse una prueba de detección. Paradójicamente con los años se ha avanzado mucho menos en lo social que en lo médico.

Se ha investigado lo que SI-da y lo que NO-da. Actualmente no existe una cura para el SIDA, pero es una enfermedad con la que se puede convivir, que sólo es mortal sin tratamiento. Una persona no atendida tiene mayor posibilidad de transmitir el virus, tanto por vía sexual, parental o de madre a hijo; y una persona que no está tratada, tiene mayor mortalidad. Por lo tanto es esencial el diagnóstico y el tratamiento temprano para que el SIDA ya no sea sinónimo de muerte como hace años.

En el último año hubo más de un millón y medio de víctimas y casi 3 millones de nuevos casos. Se producen en el mundo 4000 muertes al día a causa del SIDA, y desde el inicio de la pandemia, han fallecido cerca de 36 millones de personas, de entre ellas, mi padre.

El 82% de las nuevas infecciones, se producen por transmisión sexual y las estadísticas muestran que los contagios por vía sexual están aumentando porque la gente se ha relajado en la prevención. Las personas que ya no ven el SIDA como un peligro real para la salud, y que creen que los tratamientos retrovirales y el diagnóstico precoz alargan la esperanza de vida hasta el punto de igualar a la de personas no infectadas, son en sí mismas un peligro potencial.

Además, la crisis ha hecho que en apenas cinco años, se haya perdido el 50-70% de la financiación del Estado para estrategias de respuesta al VIH, convirtiéndose para el Gobierno en un tema de segundo orden. Y desde luego no se puede hacer frente a una enfermedad que se considere invisible.

Que la austeridad y la desinformación no acaben matando la esperanza para un mundo libre de SIDA, hoy 1 de diciembre de 2013. Objetivo: LLEGAR A CERO. Cero nuevas infecciones por el VIH, cero muertes relacionadas con el SIDA y cero discriminaciones.



FUENTES: 



lunes, 25 de noviembre de 2013

¡Un palo, un palo, un paloooo! (Y yo feliz)


Soy supersticiosa de las de “por si acaso”, admito que creo en un montón de absurdeces, pero sin embargo no me trago la finalidad de las cadenas de mensajes y siempre las rompo. Me resultan un incordio y una pérdida de tiempo, y no concibo que dándole por ejemplo a un “me gusta” en una foto, pueda alimentar a un negrito de África o colaborar en la investigación de una enfermedad rara. Por las mismas, me río de esos mensajes que te prometen x años de mala suerte si no es reenviado inmediatamente… ¡me la juego tentando a mi destino constantemente! No saturo a mis contactos con mensajes estandarizados para decirles lo maravillosos que son, y odio que me supliquen que continúe con la cadena y les devuelva el piropo –y a otras 20 personas más- como prueba de mi amistad. Ah! Y tampoco me gustan los mensajes navideños impersonales que corren como la pólvora para fingir que se acuerdan de mí; prefiero un mensaje exclusivo y personalizado aunque sea a destiempo.

Pero me ha llegado una sorpresita que no puedo ignorar, porque sería muy maleducado por mi parte y ser demasiado rancia. Resulta que Cecilia, que tiene un blog que se llama "Mivida Enblog" en el que cuenta un poquito de todo, ha decidido otorgarme el Premio Liebster porque le han parecido interesantes las tontunas que cuento por aquí. Este premio tiene como objetivo dar difusión a los blogs de nueva creación o a los que tengan pocos seguidores, para motivar así a sus autores a seguir poniéndole ilusión a su proyecto blogger, sea cual sea su finalidad, y que pueda llegar a más gente. Al recibirlo, tienes que nominar a otros 11 blogs más, y ellos correrán la misma suerte que tú.

Así contado puede parecer otra cadena de mensajes, pero es de bien nacidos ser agradecidos, y todo un detalle que alguien haya pasado por mi espacio y decidido que merece la pena ser leído por lo que sea. Por eso, recibo con gusto la nominación y el premio. ¡Gracias, de verdad! Y hago extensivo el agradecimiento a las 29 personas que dan la cara y constan aquí como seguidores, y a los anónimos no tan anónimos que me animan con sus comentarios por aquí o en privado, especialmente al gatito que me dice "miau" de vez en cuando (porque se pica si no le dedico cosas bonitas aunque diga que no), y a la loca que va tirando euros eslovenos al aire. Este blog surgió como respuesta a una incontinencia verbal, a un exceso de imaginación y de historias peculiares que merecían ser contadas para liberar espacio en mi disco duro, pero si no considerara importante el feedback de los otros, seguirían siendo una montaña de papeles desordenados con ideas aleatorias y cuentos sin terminar.

Agradecidaaa, y emocionadaaa, solamente puedo decir: ¡gracias por veniiiir!



Al lío. Las normas del premio son:

-    Agradecer el premio a quien te nominó.
-    Responder a las 11 preguntas planteadas.
-    Nominar otros 11 blogs con menos de 100 seguidores y notificárselo.
-    Plantear 11 nuevas preguntas.

Y paso a responder a las preguntas de Cecilia, pero con su permiso, lo haré a mi manera:

1.      ¿Qué te aporta ser blogger?
Me ayuda a ordenar ideas, me ahorra sesiones de psicoterapia, me entretiene, y sobre todo me fascina la magia de que gente del otro rincón del mundo pueda leerme y sentirse identificado. O que al menos puedan pasar un buen rato ya sea riéndose conmigo o de mí.

2.      ¿Cuál es tu color favorito?
Pues depende de para qué, pero es difícil olvidarse de un pasado siniestro, así que el negro. Y el rojo en los labios y en las uñas siempre.

3.      ¿A dónde te gustaría viajar?
Me encanta viajar, a donde sea, aunque sea a la vuelta de la esquina, sobre todo si es en buena compañía. Mis viajes pendientes que tengo que hacer sí o sí, son Berlín, Lisboa, Granada y la costa norte de España. Mañana precisamente pongo rumbo a Bruselas, y el año que viene visitaré Múnich seguro.

4.      ¿Conocías mi blog?
Upsss… sinceramente no, pero me pongo a ello. No curioseo demasiado por la blogosfera, pero casi siempre tiro a los blogs de historias personales que son los que más me interesan. Maruja que es una.

5.      ¿Cuáles son las entradas que más te gustan de mi blog?
No seee, no seee, ¡dame tiempo Cecilia! Pero como tú soy fan de Deliplus y mi infancia también está marcada por las mismas películas que a ti te llegaron.

6.      ¿Qué prendas consideras básicas en tu armario?
Ahora mismo, la batamanta.

7.      ¿Qué libro me recomiendas?
No soy de recomendar libros porque eso depende mucho de los gustos de cada cual, pero “Abierto toda la noche” de David Trueba te dejará con una sonrisa seguro.

8.      ¿Cuál es tu película favorita?
Pues depende de mi estado de ánimo, hay tantas… y lo bueno que tiene mi memoria de pez, es que las borro y las puedo disfrutar de nuevo como la primera vez. La última que me impactó fue “Blue Valentine”.

9.      Elige: ¿pelo liso o rizado?
Mmmm… arriba liso y abajo pelón.

10.   ¿Cómo definirías tu estilo de vestir?
¿Ecléctico? Puedo ser un desastre total o dar el pego si la ocasión lo merece.

11.   ¿Cuál es tu lema?
Hagas lo que hagas, ponte bragas. ¡No! Antes muerta que sencilla. ¡Tampoco! Mmmm...Vive y deja vivir. O el triunfo es sólo de los valientes. Y a mí me define: "Perra de día, y también de noche".

Y aquí va la lista de mis nominados, espero que no sea un marrón para ninguno de vosotros:

- Lagasca Vintage, un blog de moda y decoración vintage hecho con mucho mimo donde se pueden conseguir auténticas gangas.
- El Café de Rick, por ser mi gurú de cine.
- Cosas que mi madre me dijo que no hiciera nunca, por sus cuentos con trasfondo psicológico que me hacen pensar.
- Y de repente... sonó un bang, porque me gustan mucho sus historias.
- Lady Madriz, porque me parece una tía muy interesante y me gusta cómo escribe.
- Devanando la madeja, porque me encanta la delicadeza con la que escribe.
- Esta canción es para ti, por su buen gusto musical.
- Lady Tea, porque me parece una tía echá palante y suelo coincidir con sus puntos de vista.
- Bienvenidas a los treinta, porque me río con sus historias, a veces muy similares a las mías.
- La ñ no sabe francés, por ser un descubrimiento reciente que se lee con mucho gusto.
- Historias de mentes, por saber acercar la psicología y dar esperanza a gente con problemas.

En cuanto al apartado de las preguntas, también las voy a hacer un poco a mi manera:

1.   ¿Le has dejado leer tu blog a tu madre/padre o a alguien cercano de la familia?
2.   ¿Por qué te decidiste a publicar lo que escribes?
3.   ¿En qué te inspiras, tienes musa?
4.   ¿Te has levantado de madrugada a corregir alguna entrada?
5.   ¿Crees que tus mejores escritos son los que menos visitas o comentarios tienen?
6.   ¿Has ligado o conocido a alguien gracias a tu blog?
7.   ¿Esperas que te descubra un cazatalentos?
8.   ¿Has recibido algún comentario ofensivo?
9.   ¿Te esfuerzas por intentar llegar al máximo número de gente posible?
10. ¿Prefieres el anonimato o no te importa firmar con nombre y apellidos tus entradas?
11. ¿Qué opinas de mi blog si es que has leído algo?

martes, 12 de noviembre de 2013

El placer de lo duro


Mariah Carey escayolada, fiel a la premisa de "antes muerta que sencilla"


A consecuencia del accidente que truncó mi cita con el último aspirante al trono, y que ya conté en la entrada anterior, acabé con la mandíbula medio desencajada (de manera literal) y con una fractura en el 5º metacarpiano que implicaba estar cinco semanas con el brazo derecho escayolado.

Los primeros días en mi nueva condición de lisiada, fueron complicados. Es cierto que uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde; que afortunadamente la mandíbula volvió a su ser en dos días y no perdí mi brazo derecho, pero tenerlo inmovilizado era como tener un apéndice que sobra y que molesta, un miembro fantasma que sigue conectado al cuerpo pero que ha perdido toda su funcionalidad. Pero como seguía ahí, resultaba difícil transferirle al cerebro que por un tiempo no podría seguir utilizándolo.

Lo más terrible no fue hacerme a la idea de que con mis lesiones se me complicaría el arte de ciertas técnicas amatorias como la felación o la masturbación ajena, tal y como apuntó un amigo muy “gracioso”, consciente de que mi vida sexual por entonces venía siendo la misma que la de una ameba. Lo duro fue empeñarme en seguir realizando tareas mundanas con ambos brazos. Porque mi cabezonería derivó en pequeños desastres irrelevantes como destrozarme la “mano buena” intentando cortarme las uñas con los dedillos que me quedaban libres en el brazo escayolado; o accidentes caseros sin importancia como las duchas involuntarias -a altas horas de la noche- con la sopa de cebolla que mi amigo el “gracioso” me había preparado con amor, al tratar de guardar el perolo en la nevera una vez enfriado. O tener que limpiar el desaguisado después, en medio de la desesperación y del bochorno de mi cuerpo serrano bañado en pringue, y todo ello con una sola mano mientras tu perro se reboza también en el litro y medio de sopa que se ha colado por todos los rincones y electrodomésticos de la cocina. Vamos, muy divertido, y sin duda con el mejor aroma que quieras retener.

Lejos de achantarme, estas desventuras me hicieron envalentonarme y plantearme cada día pequeños retos, y creerme toda una paralímpica consiguiendo la medalla de oro cada vez que lograba cepillarme los dientes sin hacerme sangre, peinarme con la coleta tiesa y no de medio lao, o ser capaz de cortar por la mitad una naranja con la izquierda para prepararme un zumo. Mis respetos a todos los paralímpicos ahora más que nunca.

Con el tiempo, llegué a la conclusión de que todo lo del accidente pasó para que aprendiera a ser ambidiestra, y así ser una mujer aún más completa. Alguien tendrá que apreciarlo algún día, digo yo. 

Pero la auténtica tragedia me esperaba fuera, en la calle. Yo que no soy muy amiga de que me aborden extraños ni le suelo seguir la conversación a las marujas que tienen ganas de darle a la sin hueso en el mercado, me vi de repente con un artilugio maligno que atraía las miradas y despertaba la curiosidad de todo el mundo. La escayola estaba ahí, como si fuera un letrero de neón con forma de flecha apuntándote a ti directamente, diciendo: ¡¡Eh, tú, extraño!! ¡¡Sí, aquí, ven a saludarme!! ¿A que te mueres de ganas por saber qué me ha pasado?

Porque los yesos, collarines y demases, despiertan la indiscreción del ajeno.  Y no me refiero a la educación o el interés real del vecino o de aquel que te conoce del barrio, me refiero a la preguntita de: “¿y dónde habrás metido la manita?” que cualquier otro desconocido, de repente se atrevía a lanzarte. “¿Y si resulta que le he metido la manita a tu madre por el culo?”, me daban ganas de responderles algunas veces. La gente te señala, te apunta con el dedo, susurran a tus espaldas, y a mí… a mí me tocaban las narices, qué quieres que te diga. Porque las cicatrices y las lesiones guardan una historia detrás que no siempre el que las lleva, quiere compartir con los demás.

Esta circunstancia convirtió los paseos de 10 minutos a hacer los recados de cada día, en maratones de obstáculos que se prolongaban hasta casi una hora. Minutos de deporte patrocinados por “Yesos quirúrgicos de España”, en los que ejercitaba hasta los músculos de la cara, ya fuera con el modo-sonrisa-fingida on, o conmovida por la preocupación del extraño que se me acercaba para saber qué me había ocurrido. Y la pesadilla no cesó una vez que todo el barrio estaba informado sobre el cómo, el qué y el cuándo, sino que después tocaba actualizarles con mis no-avances: "Pues aquí sigo, escayolada (hasta los mismísimos, ¿es que no lo ves?)". Mágicamente, al quitarme la escayola, he vuelto a ser invisible.

Eso sí, ligué más que nunca. Ni escotes ni minifaldas, señoras, ¡ponga un yeso en su vida! Poco importa tu aspecto desaliñado consecuencia de tu poca habilidad para manejarte con una sola mano; a la gente la escayola extrañamente parece darle rollo. Me acuerdo de Pedriño, de la edición pasada de QQCCMH (pograma del que soy fans), que decía que le daba morbo una escayola, un diente roto o una muleta… vamos, que si entraba en un hospital, el chico debía ponerse a mil. Y he recordado también que este verano, antes del accidente, di con una extraña pareja que me confesó el mismo fetichismo, solo que estos, además decían que procuraban practicarlo y se vendaban a posta el uno al otro para darse placer.

Con estas, me ha dado por buscar en esa fuente inagotable de conocimientos que es  internet, si habría mucha más gente a la que le fuera este tema, y yo que creía haberlo visto casi todo, me encuentro con que hay infinidad de webs con señoritas, en su mayoría rusas o japonesas, posando ligeritas de ropa pero con alguna parte de su cuerpo inmovilizada por el yeso, para satisfacer los deseos de los amantes de la escayola y de cualquier otro tipo de inmovilización médica. Ellos se hacen llamar “casters”, y lo que les pone es la inmovilidad parcial o total del otro y su vulnerabilidad para así poder abusar de ellos. ¿Cómo te quedas? Yo no sé si me arrepiento de no haber guardado el yeso para poder utilizarlo en caso de necesidad por si mi barbecho es demasiado prolongado, que nunca se sabe.

Afortunadamente en mis días de baja, no todo fueron sinsabores y tuve más de un momento de alegría, gracias sobre todo a aquellos amigos incondicionales que lo mismo te hacían la compra, te cocinaban, te ayudaban a arreglarte o te visitaban y te traían regalitos para hacer más llevadera la convalecencia.

Pero el día del éxtasis, y nunca mejor dicho, fue aquel en el que por fin conocí a JJ. Llevaba chateando con él un par de meses, en conversaciones divertidas pero sin demasiada chicha en las que demostramos tener un relativo interés el uno por el otro, pero por una cosa o por otra, no conseguíamos cuadrar nuestras agendas para quedar. Eso sí, confieso que era ver sus fotos y convertirme en la típica adolescente que saliva por arriba y por abajo admirando las fotos de su ídolo en Superpop. Cuando entraba en su perfil para ilustrar a mis amigos con aquello que me traía entre manos y que me dieran su bendición, automáticamente tenía que colocar el cartel de superficie deslizante, porque es que aquello no era ni humano ni normal.

Nuestra cita surgió de una manera tan improvisada y repentina, que apenas tuve tiempo de acicalarme, así que tuve acudir a la misma con la cara lavada, la misma ropa que como pude me había puesto aquel día al levantarme, los mismos pelos malpeinados, y el brazo en cabestrillo. Y maldije a mi escayola por no  colaborar en momentos de auténtica necesidad. 

Pero JJ no sólo era un bomboncito, sino que además era un tío educado, majete e interesante, que pagó la cena, paseó con maestría a mi perro mientras me sujetaba por el brazo bueno, y que me regaló los oídos con frases como "es que tú eres muy guapa y no te hace falta maquillarte para ser atractiva". No tuve más remedio que llevarme a casa a semejante maravilla de la naturaleza, antes de que la aprovechara otra.

A la mañana siguiente algunos de mis amigos recibieron un whatsapp con una foto del susodicho y el texto: “Señoras mancas que…”. Segundos más tarde, mi teléfono echaba humo, y todos querían conocer los pormenores: ¡Pero tía! ¿Cómo? ¿Queeee? ¡Cabronaaa! ¡Hijísima de la gran puta, qué bien te lo montas! ¡Ole tú! ¿Pero tú no estabas inválida?

Yo sólo sé que mi escayola no supuso impedimento alguno para pasarlo divinamente aquella noche, y que cuando él se marchó de mi casa, estuve una media hora repitiendo en voz alta: ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!...

Ese cuerpo escultural de proporciones perfectas, ese pecho como si hubiera sido cincelado por  el mismísimo Miguel Ángel, ese six-pack-abs para ponerte a fregar los trapitos después de la faena, esos brazos fuertes que me agarraron así y asá, esa carita preciosa enmarcada en una  bonita barba, esos dientes resplandecientes y esos labios que convertían en poesía cualquier majadería que saliera de ellos, esa alegría, esa lozanía, ese brío, ese… ¡ufffff!

Y así JJ pasó a ser conocido entre mis amigos como “el Dios griego”. Porque él era la luz que no debía ser abandonada, él era omnipotente y todopoderoso, digno de adoración y devoción, un ser supremo que me hizo partícipe de sus atributos de poder a través de sus dones, la gracia divina… ¡Amén, hermanos!

Pero como buen dios, también se hizo invisible, y al tercer día de mensajes complacientes después de nuestro encuentro, extrañamente no resucitó ni volvió a mi lecho. Desapareció y creo que habrá ascendido a los cielos, y por eso ya no contesta a mis mensajes, porque me imagino que allí no debe haber mucha cobertura 3G.

¡¡¡Oh dios mío, por qué me has abandonado!!!

O quizá es que JJ era simplemente un caster, y lo que pasa es que le gustaba el placer de lo duro, y ahora que mi mano vuelve a ser la que era, quizá haya perdido para él todos mis encantos... Mierda, ¿alguien sabe dónde podría conseguir una escayola de quita y pon?





sábado, 9 de noviembre de 2013

Dentro del laberinto (y la cita más breve de mi vida)



Las opiniones son como los culos: cada uno tiene el suyo. Cuando le pregunté a mis amigas lo que opinaban sobre el destino, acabé con la cabeza como un bombo, porque cada una tenía su teoría, a cual más dispar.

Estoicismo, epicureísmo, determinismo, existencialismo… Hay explicaciones filosóficas al respecto para dar y tomar.

¿Y quién tiene la verdad absoluta sobre si la libertad metafísica existe?

Toda alternativa  puede ser genuina, pero creo que lo verdaderamente importante, es la coherencia de las historias que el cerebro y la imaginación de cada cual logren construir.

Mi teoría al respecto del destino es un poco de andar por casa.

Siempre he pensado que la vida es algo así como los libros de “Elige tu propia aventura”. En aquellos libros el lector tenía que decidir en determinados puntos sobre los trayectos de lectura, eligiendo qué alternativas tomar para el desarrollo de la historia. A pesar de que las alternativas se podían escoger libremente, todas habían sido pensadas y escritas previamente por un autor.

Sobre lo ya escrito, las posibilidades que se le presentaban al lector eran múltiples: algunas elecciones eran sencillas, otras sensatas, unas temerarias y algunas peligrosas… No había opciones acertadas o erróneas, sino que uno podía leer el libro muchas veces, obteniendo resultados y finales diferentes. No obstante, en aquellos libros solía premiarse la prudencia, la inteligencia o la bondad, que llevaban a desenlaces más felices y al éxito del protagonista. ¡Ay de ti si decidías ser violento, cotillear más de la cuenta, o no ayudar al cervatillo herido que pasaba por ahí y que aparentemente no pintaba nada en tu historia, porque entonces seguramente estabas abocado a un destino de lo más cruel!

Ocasionalmente el lector podía encontrarse atascado en un círculo vicioso en el que siempre acababa en la misma página como resultado de alguna elección particular, y la única opción posible era volver a comenzar el libro.

Además, recuerdo un libro, acerca de la búsqueda de un paraíso que nadie podía alcanzar, cuyo final únicamente se hallaba si el lector ignoraba las reglas y buscaba en el libro aleatoriamente.

Pues para mí la vida es bastante parecida a todo lo anterior. Creo que el destino de cada uno es un libreto, un guión que está escrito pero cuyas letras no son del todo indelebles, y en nuestras manos está aceptar o no el papel que nos han dado, determinado fundamentalmente por el cómo, el dónde y el cuándo hemos nacido. Desde luego no se puede negar que la constitución genética de una persona, constituye una condición causal suficiente para el carácter moral o las acciones que esa persona realice, por lo tanto al menos hay un boceto escrito para cada uno de nosotros. Sería una especie de laberinto ya diseñado. Eso sí, aún creyendo en un destino marcado, con sus distintas ramificaciones sobre las que podemos elegir libremente como en los libros, y que a su vez ya están más o menos determinadas, no tengo ni idea de quién es el responsable supremo que ha pensado en todo aquello que nos puede pasar, no sé quién ha escrito el guión. Aquí supongo que se tambalea un poco la coherencia de mi teoría. Y es una auténtica putada no tener a quién enviarle una reclamación.

Una de las diferencias que encuentro con los libros, es que lamentablemente uno no puede volver al día en que nació (al principio del libro), o a un determinado punto que se desee revivir y rehacer porque le ha salido mal (como cuando poníamos el dedito en la página por si acaso la elección que habíamos tomado nos saliera mal, para volver al punto del libro en el que nos equivocamos) Pero de alguna manera sí que podemos resetearnos y hacer un giro en el camino, ya sea eligiendo la buena vida tras un paseo por el lado oscuro, o colgando el hábito para dedicarnos a la mala vida. Podemos intentar enmendar la plana cuando la hemos cagado, aunque no siempre es fácil. Y si nos empeñamos, también podemos entrar en bucles sin fin con determinadas historias, ¿o soy la única que ha tropezado 20 veces con la misma piedra?

Otra de las diferencias, es que seguramente los logros y éxitos de las personas suelan estar relacionados con las decisiones más éticas, pero la vida me ha demostrado que también se puede triunfar tomando decisiones imprudentes o incorrectas. ¿Acaso copiar en los exámenes y aprobar, saltarse las reglas para ganar o las colas para llegar antes, o tener la mano un poco larga para hacerse con lo ajeno y que no te pillen no cuenta? Si no, que se lo digan por ejemplo a la Infanta Cristina. Como en los libros, hay gente que simplemente nace con una flor en el culo, y no importa lo que hagan, que siempre van a estar a salvo de un desenlace terrible y van a seguir tan ricamente porque el autor del guión de su vida tiene un humor que te cagas y es de lo más benevolente.

¿Será cuestión de nacer con estrella o estrellado? ¿Es la suerte tan sólo un capricho de la probabilidad o existe cierta predeterminación?

Hayas nacido o no con una flor en el culo, no sé si te consolará saber que dicen que los seres humanos tendremos unas 20.000 pequeñas adversidades a lo largo de nuestra vida que no se pueden evitar, aunque seas eficiente y responsable, la persona más maja o solícita del mundo o malo malísimo. ¿Significa eso que a todo cerdo le tiene que llegar en algún momento de alguna manera su San Martín? ¡Así sea!

Llevando el tema del destino al terreno del amor por ejemplo, ¿nunca te has obcecado en intentar cambiar al otro o amarrarle pa ti pa siempre y en ser una santa, olvidándote de tu dignidad, aunque no te hiciera ni caso el susodicho, o te tratara malamente?¿Y no te ha pasado que pesar de picardías –literales o metafóricas-, artimañas o bondades made in Calcuta, poco le importaban al otro porque parecía seguir unas leyes inmutables del universo de lo más deterministas y no había manera de cambiarle o amarrarle?

Es que hay cosas que no tienen que ser, y punto, así que tampoco te empeñes demasiado en intentar burlar al destino. Es insensato e inútil tratar de cambiar el plan de esa providencia divina, y si no mira a los protagonistas de las películas de “Destino Final”. Pero si te has visto atrapado en algún bucle con alguna persona, tampoco seas tan romántico y creas que tiene que ver con un destino rosa escrito para los dos; analiza si acaso tiene más que ver con tu propia cabezonería, disposición o con un cierto ramalazo psicopatoide.

Hace unos tres años conocí virtualmente en un portal de encuentros al típico chico malote que me encanta por entonces me conquistaba. Estuvimos chateando unos días, y justo cuando estaba dispuesta a quedar con él, me confesó que tenía una relación que definió como abierta -aunque su parienta no parecía estar al tanto de su planteamiento- que había comenzado apenas dos semanas antes de conocerme. En ese momento decidí retirarme del juego, porque no me apetecía ser el segundo plato de nadie: yo buscaba ser el menú completo. Y le perdí de vista. Pero este verano reapareció anunciando que aquella relación liberal se convirtió en algo serio y que había durado hasta hacía bien poco.

- ¿Estás solo ahora y tirando de churri-agenda o qué? – le escribí.

- Nooo. Me caías muy bien, pero por las circunstancias que ya sabes, perdimos el contacto. En todo este tiempo he estado pensando en ti y en las cosas del destino, porque si te hubiera conocido dos semanas antes, igual tú ahora serías mi novia y a mi ex ni la habría conocido – me contestó.

Hay que reconocer que el chico demostró tener arte. Pero para más inri, además me informó de que en dos semanas se iba de España.

- Creo que te dejé claro por entonces que no me interesaban los polvos de una noche o los follamigos, así que si entonces te dije que no me apetecía dejar el lado virtual y conocerte, me temo que mi respuesta sigue siendo la misma. Te vas, y no tengo ninguna intención de iniciar una relación a distancia.

- Nooo. Mira. Quedamos a tomar unas cañas, nos reímos. Seguramente tú te meterías bastante conmigo, nos gustaríamos (si todo sale bien, que sería cuestión de suerte), nos besaríamos, tú me invitarías a pasar la noche en tu casa, y por la mañana nos despediríamos. Luego podemos seguir manteniendo el contacto por aquí, e incluso volver a vernos más veces, aquí o allí (...) Lo peor que puede pasar si quedamos, es que me hagas la cobra, y entonces recordaré repentinamente que tengo que estar en otro lado con muchísima urgencia (…), pero hasta ese momento embarazoso, lo habremos pasado estupendamente – remató.

- ¿Llevas pensando todo esto casi tres años? ¿También has pensado qué vas a ponerte? – le respondí anonadada.

- Han sido dos años y ocho meses para ser exactos. ¿Ponerme? ¡Preservativo por supuesto, qué me voy a poner, a saber dónde hemos estado! Ah, ¿dices de ropa?

Traté de dejar correr el aire, pero aunque intentaba evitarle, nos seguíamos encontrando en distintos portales de ciber-amor, y él volvía a señalar al destino como responsable.

- No se llama destino, se llama aburrimiento y cuelgue – apuntillé.

Pero confieso que con su humor me fue ablandando y tras largas conversaciones cibernéticas, decidí quedar con él a tomar unas cañas, a sabiendas de que lo más probable es que le haría la cobra porque no me interesaba para nada aquella historia.

De hecho, para asegurarme de que no pasaría nada entre nosotros, decidí acudir en moto a nuestra cita: así, evitaba perderme en los efluvios del alcohol y confundirme, que me conozco. Pero como yo sigo la premisa del si bebes, no conduzcas… Además cogí sólo un casco, y de esa manera él no podría volver conmigo a casa. (Vale, la variable de que él o los dos cogiésemos un taxi de vuelta a mi casa, no la manejé, pero aunque mi plan no era perfecto, era bueno a priori)

El caso, que a pesar de que empezó a llover y de que yo nunca cojo la moto cuando el asfalto está mojado, me mantuve firme con mi mecanismo de protección a los arrepentimientos (que me pregunto yo qué pensaría mi psicóloga del tema), y allí que iba.

Y como en la más chusquera de las películas de “Destino Final”, los elementos se fueron confabulando para que esa cita jamás tuviese lugar: un asfalto más resbaladizo de lo habitual, un semáforo en ámbar frente a unas placas de hierro sobre las que si frenas te puedes matar, y una viejecilla a la que no le gusta la lluvia, que decide que no se quiere mojar y sale corriendo sin mirar antes de tiempo.

¡¡NOOOOO!! ¡¡CATAPLUMMM!! Y ahí que me piñé.

En medio del caos no sé cómo tuve la lucidez de avisar al tipo de que no sólo no iba a poder llegar a tiempo a la cita, sino que es que no iba a llegar, y le expliqué todo el asunto por teléfono.

Pero el chico se presentó en el lugar de los hechos, supongo que porque igual no se creía nada de la historia, o por seguir tentando al destino. Nos dimos dos besos y me ayudó a levantar la moto y me consoló en el estado de shock de todo el accidente; todo muy normal. Incluso se ofreció a acompañarme a urgencias, pero le dije que ni quería hacerle pasar por una situación así, ni me iba a sentir cómoda con un desconocido en el hospital. Y desde luego no me iba a apetecer irme a tomar unas cañas cuando saliera de allí.

Y así, ésta se convirtió en la cita más breve y desastrosa de la historia de mi vida.

Él se comportó como un caballero y estuvo pendiente de mí y de mis lesiones durante los siguientes días, y desde el extranjero, aún pretende seguir manteniendo el contacto conmigo, pero pienso que todo lo del accidente tuvo que pasar por algo. Destino, ¿eh? Yo me fío de él, y desde luego las señales que me envía, me dicen que huya de esta persona desde el principio del libro y que pase de página y escoja otro camino. Allá este chico con su cabezonería. Porque es que hay cosas que no tienen que ser y punto. Y como no tengo ninguna flor en el culo, no pienso seguir tocándole las narices a la divinidad suprema que mueve los hilos. Sea quien sea.