![]() |
Mariah Carey escayolada, fiel a la premisa de "antes muerta que sencilla" |
A consecuencia del accidente que
truncó mi cita con el último aspirante al trono, y que ya conté en la entrada anterior, acabé con la mandíbula medio
desencajada (de manera literal) y con una fractura en el 5º metacarpiano que
implicaba estar cinco semanas con el brazo derecho escayolado.
Los primeros días en mi nueva
condición de lisiada, fueron complicados. Es cierto que uno no se da cuenta de
lo que tiene hasta que lo pierde; que afortunadamente la mandíbula volvió a su
ser en dos días y no perdí mi brazo derecho, pero tenerlo inmovilizado era como
tener un apéndice que sobra y que molesta, un miembro fantasma que sigue
conectado al cuerpo pero que ha perdido toda su funcionalidad. Pero como seguía
ahí, resultaba difícil transferirle al cerebro que por un tiempo no podría seguir
utilizándolo.
Lo más terrible no fue hacerme a
la idea de que con mis lesiones se me complicaría el arte de ciertas técnicas
amatorias como la felación o la masturbación ajena, tal y como apuntó un amigo
muy “gracioso”, consciente de que mi vida sexual por entonces venía siendo la
misma que la de una ameba. Lo duro fue empeñarme en seguir realizando tareas
mundanas con ambos brazos. Porque mi cabezonería derivó en pequeños desastres
irrelevantes como destrozarme la “mano buena” intentando cortarme las uñas con los
dedillos que me quedaban libres en el brazo escayolado; o accidentes caseros sin
importancia como las duchas involuntarias -a altas horas de la noche- con la sopa
de cebolla que mi amigo el “gracioso” me había preparado con amor, al tratar de
guardar el perolo en la nevera una vez enfriado. O tener que limpiar el
desaguisado después, en medio de la desesperación y del bochorno de mi cuerpo
serrano bañado en pringue, y todo ello con una sola mano mientras tu perro se
reboza también en el litro y medio de sopa que se ha colado por todos los rincones
y electrodomésticos de la cocina. Vamos, muy divertido, y sin duda con el mejor
aroma que quieras retener.
Lejos de achantarme, estas
desventuras me hicieron envalentonarme y plantearme cada día pequeños retos, y creerme toda una paralímpica
consiguiendo la medalla de oro cada vez que lograba cepillarme los dientes sin
hacerme sangre, peinarme con la coleta tiesa y no de medio lao, o ser capaz de
cortar por la mitad una naranja con la izquierda para prepararme un zumo. Mis
respetos a todos los paralímpicos ahora más que nunca.
Con el tiempo, llegué a la
conclusión de que todo lo del accidente pasó para que aprendiera a ser
ambidiestra, y así ser una mujer aún más completa. Alguien tendrá que
apreciarlo algún día, digo yo.
Pero la auténtica tragedia me
esperaba fuera, en la calle. Yo que no soy muy amiga de que me aborden extraños
ni le suelo seguir la conversación a las marujas que tienen ganas de darle a la sin hueso en el mercado, me vi de repente con un artilugio maligno que atraía
las miradas y despertaba la curiosidad de todo el mundo. La escayola estaba
ahí, como si fuera un letrero de neón con forma de flecha apuntándote a ti
directamente, diciendo: ¡¡Eh, tú, extraño!! ¡¡Sí, aquí, ven a saludarme!! ¿A
que te mueres de ganas por saber qué me ha pasado?
Porque los yesos, collarines y
demases, despiertan la indiscreción del ajeno. Y no me refiero a la educación o el interés
real del vecino o de aquel que te conoce del barrio, me refiero a la preguntita
de: “¿y dónde habrás metido la manita?” que cualquier otro desconocido, de repente
se atrevía a lanzarte. “¿Y si resulta que le he metido la manita a tu madre por el culo?”,
me daban ganas de responderles algunas veces. La gente te señala, te apunta con
el dedo, susurran a tus espaldas, y a mí… a mí me tocaban las narices, qué quieres que te diga. Porque las
cicatrices y las lesiones guardan una historia detrás que no siempre el que las
lleva, quiere compartir con los demás.
Esta circunstancia convirtió los
paseos de 10 minutos a hacer los recados de cada día, en maratones de
obstáculos que se prolongaban hasta casi una hora. Minutos de deporte patrocinados por “Yesos
quirúrgicos de España”, en los que ejercitaba hasta los músculos de la cara, ya fuera con el modo-sonrisa-fingida on, o conmovida por la preocupación del extraño que se me acercaba para saber qué me había ocurrido. Y la pesadilla no cesó una vez que todo el barrio estaba informado sobre el cómo, el qué y el cuándo, sino que después tocaba actualizarles con mis no-avances: "Pues aquí sigo, escayolada (hasta los mismísimos, ¿es que no lo ves?)". Mágicamente, al quitarme la escayola, he vuelto a ser invisible.
Eso sí, ligué más que nunca. Ni
escotes ni minifaldas, señoras, ¡ponga un yeso en su vida! Poco importa tu
aspecto desaliñado consecuencia de tu poca habilidad para manejarte con una sola
mano; a la gente la escayola extrañamente parece darle rollo. Me acuerdo de Pedriño, de la edición pasada de QQCCMH (pograma del que soy fans), que decía que le daba morbo una escayola,
un diente roto o una muleta… vamos, que si entraba en un hospital, el chico
debía ponerse a mil. Y he recordado también que este verano, antes del accidente,
di con una extraña pareja que me confesó el mismo fetichismo, solo que estos,
además decían que procuraban practicarlo y se vendaban a posta el uno al otro
para darse placer.
Con estas, me ha dado por buscar en
esa fuente inagotable de conocimientos que es internet, si habría mucha más gente a la que
le fuera este tema, y yo que creía haberlo visto casi todo, me encuentro con
que hay infinidad de webs con señoritas, en su mayoría rusas o japonesas,
posando ligeritas de ropa pero con alguna parte de su cuerpo inmovilizada por
el yeso, para satisfacer los deseos de los amantes de la escayola y de cualquier
otro tipo de inmovilización médica. Ellos se hacen llamar “casters”, y lo que
les pone es la inmovilidad parcial o total del otro y su vulnerabilidad para así
poder abusar de ellos. ¿Cómo te quedas? Yo no sé si me arrepiento de no haber
guardado el yeso para poder utilizarlo en caso de necesidad por si mi barbecho es demasiado prolongado, que nunca se sabe.
Afortunadamente en mis días de
baja, no todo fueron sinsabores y tuve más de un momento de alegría, gracias
sobre todo a aquellos amigos incondicionales que lo mismo te hacían la compra,
te cocinaban, te ayudaban a arreglarte o te visitaban y te traían regalitos
para hacer más llevadera la convalecencia.
Pero el día del éxtasis, y nunca mejor dicho, fue aquel en el que por fin conocí
a JJ. Llevaba chateando con él un par de
meses, en conversaciones divertidas pero sin demasiada chicha en las que demostramos tener un relativo interés el uno por el otro, pero por una cosa o por otra, no conseguíamos cuadrar nuestras agendas para quedar. Eso sí, confieso que era
ver sus fotos y convertirme en la típica adolescente que saliva por arriba y
por abajo admirando las fotos de su ídolo en Superpop. Cuando entraba en su perfil para ilustrar a mis amigos con aquello que me traía entre manos y que me dieran su bendición, automáticamente tenía que colocar el
cartel de superficie deslizante, porque es que aquello no era ni humano ni normal.
Nuestra cita surgió de una manera
tan improvisada y repentina, que apenas tuve tiempo de acicalarme, así que tuve acudir a la misma con la cara lavada, la misma ropa que como pude me había puesto aquel día al levantarme, los mismos pelos malpeinados, y el brazo en cabestrillo. Y maldije a mi
escayola por no colaborar en momentos de auténtica necesidad.
Pero JJ no sólo era un
bomboncito, sino que además era un tío educado, majete e interesante, que pagó la cena, paseó con maestría a mi perro mientras me sujetaba por el brazo bueno, y que me regaló los oídos con frases como "es que tú eres muy guapa y no te hace falta maquillarte para ser atractiva". No tuve más remedio que
llevarme a casa a semejante maravilla de la naturaleza, antes de que la aprovechara otra.
A la mañana siguiente algunos de mis
amigos recibieron un whatsapp con una foto del susodicho y el texto: “Señoras
mancas que…”. Segundos más tarde, mi teléfono echaba humo, y todos querían
conocer los pormenores: ¡Pero tía! ¿Cómo? ¿Queeee? ¡Cabronaaa! ¡Hijísima de la gran
puta, qué bien te lo montas! ¡Ole tú! ¿Pero tú no estabas inválida?
Yo sólo sé que mi escayola no supuso impedimento alguno para pasarlo
divinamente aquella noche, y que cuando él se marchó de mi casa, estuve una
media hora repitiendo en voz alta: ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué
barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!
¡Qué barbaridad!...
Ese cuerpo escultural de
proporciones perfectas, ese pecho como si hubiera sido cincelado por el mismísimo Miguel Ángel, ese six-pack-abs para
ponerte a fregar los trapitos después de la faena, esos brazos fuertes que me
agarraron así y asá, esa carita preciosa enmarcada en una bonita barba, esos dientes resplandecientes y esos labios que convertían en poesía cualquier majadería que saliera de ellos, esa alegría, esa lozanía, ese brío, ese… ¡ufffff!
Y así JJ pasó a ser conocido entre
mis amigos como “el Dios griego”. Porque él era la luz que no debía ser
abandonada, él era omnipotente y todopoderoso, digno de adoración y devoción,
un ser supremo que me hizo partícipe de sus atributos de poder a través de sus
dones, la gracia divina… ¡Amén, hermanos!
Pero como buen dios, también se
hizo invisible, y al tercer día de mensajes complacientes después de nuestro encuentro, extrañamente no resucitó ni volvió a mi lecho. Desapareció y creo que habrá ascendido a los cielos, y por eso ya no
contesta a mis mensajes, porque me imagino que allí no debe haber mucha cobertura 3G.
¡¡¡Oh dios mío, por qué me has
abandonado!!!
O quizá es que JJ era simplemente un caster, y
lo que pasa es que le gustaba el placer de lo duro, y ahora que mi mano vuelve a ser la que era, quizá haya perdido para él todos mis encantos... Mierda, ¿alguien sabe dónde
podría conseguir una escayola de quita y pon?
Jajajajajajaaja, me encanta tu sentido del humor. Deberías sacarlo a pasear más a menudo por aquí. Un post genial! Gracias por alegrarme la mañana :)
ResponderEliminar¡Gracias anónimo! Me encanta que te encante.
EliminarNo se me había pasado por la cabeza, pero una escayola bien puesta...
ResponderEliminarLos recovecos del placer de cada cual son inescrutables...
EliminarInescrutablísimos
ResponderEliminarTratas a los hombres como Si fueramos objetos... Cuando quedamos? Tengo calor...
ResponderEliminar¿Yoooo? ¿Perdonaaa? Quedamos esta noche. Pero esta vez lo haremos en público. Yo también tengo calor, y a partir de mañana, espero tener más.
EliminarA ver si de tanto pensar en el te vas a resbalar y la vas a acabar necesitando.
ResponderEliminarVolverá e n tres meses.
Jajajaja! No, no creo que vuelva ni creo que interese. Léase todo el post con tono de guasa y exageración andaluza.
EliminarSi defines caster como el placer por lo duro, casi que yo también me hago.
ResponderEliminarParece que tú le has sacado más provecho a la escayola que la protagonista de mi relato.
Gracias por visitarme y traerme hasta aquí. He pasado un muy buen rato.
Un abrazo
No es una definición mía sino de los propios casters... hija, que me he documentado y me pareció genial jajaja!
EliminarBienvenida tú también a mi rincón.
Tengo que conseguir una escayola!! Jajajaja. Me la pondré y me la quitaré como quien cambia de modelo de gafas.
ResponderEliminarMe he reído un montón, eso sí, siento que el dios griego no haya renunciado a su vida inmortal.
¡Hay que averiguar dónde venden escayolas de quita y pon!
EliminarEl dios griego ha dado algo más de si y definitivamente es mortal. ¡A ver si encuentro tiempo para contarlo!
Soy el caster anonimo del ultimo comentario, pues si sois de Madrid y os apetece, yo podría escayolaros :P
EliminarPero las escayolas no pican siempre una barbaridad? jejee
ResponderEliminarUn beso guapa
Por suerte a mí no me picó demasiado... ¡eso sí, crecen los pelos y mucho! Deben de funcionar como las setas, que crecen ahí donde no da el sol.
Eliminarjajaja, lo de ambidiestra suena prometedor. Una pena lo de JJ. No caí en eso de la escayola en mi adolescencia, ¡mala suerte!
ResponderEliminarCreo que voy en dirección contraria, pero ya no tiene remedio. Voy a mirar qué ocurrió antes.
Dicen de hecho que los ambidiestros son más sensibles e inteligentes. Yo sólo sé que cosas que hacía antes con ambas manos, ahora tiendo a hacerlas con la izquierda, como girar las llaves o escribir en el móvil; pero la sensibilidad creo que me ha menguado.
EliminarLo de JJ está bien donde se quedó. Que yo soy muy atea y mi devoción quizá no hubiera perdurado, y hay un diablo que me tienta y me obnubila demasiado...
Yo soy un chico "caster" como decís aquí XD, soy de Madrid, como también habéis comentado, se hacer escayolas reales de quita y pon jajaja, si alguien quiere información o lo que sea que con total confianza contacte conmigo, me podéis dejar vuestro mail como respuesta a este mensaje. Rita, me encantó tu relato, un saludo.
ResponderEliminarJajaja, qué bueno, ¿y cómo las haces?
Eliminar¡Chicas, ya sabéis! :-D
Pues con vendas de escayola, igual que una escayola real, tan solo antes del yeso poner una capa de algodón para que de margen y se pueda sacar, para hacer a uno mismo sin ayuda es mas complicado, pero se puede. Aunque mis favoritos son los yesos en la pierna :)
Eliminar