jueves, 1 de diciembre de 2016

Bragada criminal



Todo está destinado a mutar y evolucionar, incluso los detalles efímeros que marcan la vida cotidiana. Pero la última revolución en cuanto a los hábitos de profilaxis ligados a la regla de la que varios medios se han hecho eco recientemente, me tiene trastornada. Se trata de unas bragas que, además de un bonito diseño, absorben tanto menstruación como flujo vaginal, son cómodas, no huelen y no manchan ni dejan que los líquidos traspasen su tejido. O eso dicen. Y yo me pregunto: Si de verdad funcionan, qué hacemos ahora con las bragas de la regla, eh? ¿Cómo afrontar el adiós a una prenda que probablemente lleve con nosotras toda una vida?
Las bragas de regla son un fondo de armario que los gurús de la moda olvidan mencionar cuando detallan las prendas básicas que toda mujer ha de tener. De hecho, lo ideal sería poder contar con más de una, lo cual no es tarea fácil porque una braga de la regla no nace, se hace. Se trata de una braga aparentemente de segunda división, avergonzada de haber pasado de moda, cuyo papel fundamental es salvar a las braguitas más monas del holocausto menstrual. Es sometida durante años a rigurosos entrenamientos a base de estiramientos hasta conseguir que ceda y se adapte a nuestras dimensiones necesidades, que ha sufrido lavados a 70ºC, que probablemente tiene algún descosido, ha perdido el color, el elástico y cualquier atisbo de glamour, pero ¡joder, le tienes cariño! Tantos años juntas… Es tan reconfortante poder contar con ellas en “esos días”, que serían el equivalente a la mantita de Linus en Charlie Brown. Además son bragas indecentes que aunque jamás te pondrías para salir a ligar, suelen tener el efecto mágico de atraer polvos inesperados. Pero no te atrevas a enseñárselas a tu madre, porque no dudará en dar mejor vida a esa reliquia y convertirla en trapo para limpiar el polvo. ¿De aquellos polvos, vienen esos lodos?
Lo de la vida útil de las bragas es todo un tema. Y luego está esa conducta de acaparadoras enfermizas que muchas desarrollamos confundiendo variedad con barbaridad, porque que levante la mano la que no tenga un equipamiento de ropa interior escandaloso, que fluctúa entre los 20 y 2 años de antigüedad, y que nos permitiría sobrevivir tranquilamente dos meses sin necesidad de lavar nada. A las bragas de la regla tenemos que sumar las de batalla o del día a día, las de echar un polvo, las de por si acaso echo un polvo, las de ir al médico, las de las bodas y eventos con efecto moldeador, las que no se marcan, las color carne, las rojas para fin de año, las de la suerte, las que te regaló algún novio optimista y guardas al fondo del cajón por si algún día consigues caber en ellas…
Las bragas de las mujeres me supusieron una terrible decepción en cuanto empecé a cohabitar con ellas. La verdad, nunca me he recuperado del pasmo que me supuso descubrir que las mujeres son como son, que hacen lo que hacen y que luego pasa lo que pasa: se reservan las mejores prendas para esas noches en que saben que van a dormir en compañía. Cuando vives con una mujer, esas prendas indefinibles, esos trozos de tela desvaída, encogida, habitualmente comprados en las rebajas de Marks & Spenser aparecen de pronto colgados por todos los radiadores de la casa, y tus lascivos sueños de adolescente, tu idea de que la edad madura iba a ser un tiempo en el que estarías rodeado de lencería exótica para siempre jamás…, todos esos sueños se desmoronan y se hacen polvo.” Estracto de “Alta Fidelidad” de Nick Hornby.
Sí, las bragas nos definen y hablan de nosotras y de nuestro estado de ánimo o de nuestras intenciones. Cuando abres el cajón de la ropa íntima de alguien, debería sonar una voz en off que te diera la bienvenida a su mundo interior.
Así que con tanto donde elegir y tanta ocasión inesperada en la que es necesario llevar la braga adecuada, ¿qué criterio escoger para desprenderse de ellas?
Si has oído un “crack” al estirarlas, si están tan sobadas que ya no son suaves sino que parecen papel de fumar, si te están tan bailongas que se te caen, no te engañes; lo tuyo no son bragas vintage, sino piezas vetustas y vergonzantes. Lo sabrás si te has tenido que enfrentar a los aspavientos de algún compañero de piso que las ha visto colgadas en el tenderete y que te ha implorado que las quemes. Todas hemos escuchado y seguimos a rajatabla las advertencias de nuestras abuelas sobre llevar siempre la ropa interior limpia “no sea que tengas un accidente”, pero se olvidaron mencionar que pillarte con unas bragas viejas en según qué ocasión, puede ser mucho más humillante.
La cuestión es que no es tarea fácil comprar bragas y acertar. Hay que tener en cuenta un montón de factores como el cuerpo de una, el precio, la ocasión en la que te las pondrás, la ropa que usarás o que sean susceptibles de combinar con alguno de tus sujetadores. Si a estas dificultades añadimos el hecho de que por cuestiones de higiene no se pueden probar previamente ni cambiar, comprar bragas pasa a ser un constante aprendizaje a base de ensayo y error. Para más inri, parece que los fabricantes ignoren información básica sobre nuestra anatomía y desconozcan dónde cae el mismísimo, siendo habitual encontrar en estas prendas errores fundamentales de diseño que las hacen incómodas (cuando no molestan las costuras se te clava un encaje ingrato o presentan un recoger impreciso) o con una funcionalidad limitada. Este post explica a la perfección el problema al que me refiero: el chochero (tela superpuesta en el interior de la braga cuya función es asegurar y reforzar el área de recepción de ciertos fluidos) habitualmente es colocado en tierra de nadie y le faltan centímetros por delante para cumplir el propósito por el que se ideó. Y por supuesto la sublimidad de una braga suele ser inversamente proporcional a su comodidad, y si no que me expliquen por qué la composición textil de finas puntillas y encajes monísimos, parece ser el esparto.
Incluso aunque consigas encontrar lo que buscas, tendrás que asumir que con el paso del tiempo y los lavados, toda braga va perdiendo su identidad original y tiende a tanguizarse, metiéndosete por el culo a cada paso y obligándote a hacer el “movimiento Rafa Nadal” para recolocarlas cuando crees que nadie te ve. Aún así, si consigues que la violación textil no pase a la zona frontal, date por satisfecha con tu compra.
Ante semejante complicación, y aunque mujeres como Marta Chávarri o Paris Hilton y cada vez más celebrities se decanten por la frescura púbica, yo siempre he tenido presente aquel sabio consejo publicitario de “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”, comercial ficticio ideado por Carmen Maura convertida a publicista en la película. Decía: "Hagas lo que hagas, PONTE bragas".
Por eso es casi imposible no padecer un Síndrome de Diógenes bragueril, o a ver quién es la lista que se atreve a deshacerse de esas bragas que compró pensando que le sentarían divinamente y que tanto le costaron (en términos económicos y/o de esfuerzo) aunque hayan resultado ser un instrumento de tortura que no haya Dios que se ponga. Veamos quién es la valiente que es capaz de desprenderse de toda una superviviente que sabes que cumple su papel, o que guardas por si acaso jamás le encuentras un sustituto digno. Y puestas a echarle ovarios y tirarlas, ¿van al cubo de lo orgánico o es un envase?





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