miércoles, 13 de marzo de 2013

Terapias perrunas, lecciones humanas



Admito que con mi perro soy un poco como Belén Esteban con su Adreíta: ¡por mi perro MA-TO! De hecho los momentos en los que más rabia he sacado, ha sido cuando me he tenido que enfrentar con algún intransigente al que le ha molestado su presencia. Y entonces la que ha ladrado he sido yo (“a ver si ata usted a sus niños” o “la que debería llevar bozal es usted” ha llegado a salir de mi boca).
Desde que tengo uso de razón quise uno, y cada 5 de enero soñaba con poder abrir al día siguiente un paquete del que saliera un bicho de cuatro patas que dijera guau. El sueño se cumplió hace casi siete años cuando mi mejor amigo -con el que compartía piso- me regaló un cachorro de schnauzer de dos meses. Dicen que los animales escogen a su líder de entre todos los miembros de la “manada”, y lo cierto es que desde el momento de entregármelo, el perro se pegó a mí. Literalmente. Recuerdo cómo se enganchaba al bajo de mis pantalones para poder seguirme allá donde fuera y cómo se inquietaba cada vez que me perdía de vista.
Soy una dueña responsable; pero la verdad es que no siempre lo fui. Y no me refiero a no recoger sus cacas o a desatenderle. Le sacaba tres o cuatro veces al día a dar unas vueltas por la manzana, le alimentaba, cepillaba, le llevaba al veterinario para hacer sus controles o si estaba malo, le mimaba, jugaba con él, le enseñaba, le corregía si no hacía las cosas bien… Tenía sus necesidades básicas cubiertas, por lo tanto asumí que mi perro era un animal feliz. Sin embargo no me esforcé porque socializara con otros chuchos; no establecimos rutinas (las cuales iban variando según mi estado de ánimo o mis horarios de trabajo), y tuvo que sufrir conmigo los estreses de varios cambios de casa, de ciudad, y por consiguiente también de núcleos familiares o manadas. ¡Pero cuánto le quería! ¡Yo siempre estuve ahí! Y por supuesto que él también me quería… Tanto, que cada vez que se quedaba solo en casa, aullaba y lloraba desconsoladamente hasta que yo regresaba. La situación llegó a ser tan grave que incluso varios vecinos amenazaron con denunciarme, así que desesperada, acudí a una educadora canina para intentar resolver el problema.
Bastó una sola cita para que la experta emitiera su diagnóstico: mi perro sufría hiperapego. Mi error no había sido la falta de cariño, sino quizá el exceso; la sobreprotección y la ignorancia. Resulta que el amor es un poco como el gazpacho: tiene que haber un perfecto equilibrio entre todos los ingredientes que lo componen para que no te repita el ajo o no predomine el pepino o el pimiento sobre el sabor del tomate. Cuando se quiere a otro, si las cantidades de afecto no son las adecuadas –ya sea por exceso o por defecto-, obtenemos un amor enfermo, y por lo tanto se está malqueriendo.
La psicóloga del perro (como me gusta llamarla porque queda como más snob), me enseñó que existían cuatro puntos fundamentales para crear un buen vínculo con el perro: la interacción social, el ejercicio, la disciplina y el juego. Si falla alguno de estos puntos, entonces a la silla le faltan patas y no puede sostenerse bien. Yo lo había hecho mal en al menos dos de esos pilares, y el resultado fue encontrarme con un animal desequilibrado, inseguro y con problemas de dependencia. Es más, mi perro se cree humano y no le gustan los otros perros. Es un poco como el perro Arthur, de la maravillosa película Beginners.
La primera lección que aprendí de la terapia de mi perro, fue que quererle y cumplir con las obligaciones básicas de paseo y alimento, no implicaban estar atendiendo todas sus necesidades. Mi perro era un animal feliz, sí; pero lo iba a ser más si conseguía desarrollar un  vínculo sano a base de escuchar todo lo que él necesitaba y que me estaba reclamando con su comportamiento. Y este aprendizaje lo extrapolé a las relaciones entre los humanos, porque se puede querer mucho a alguien y dar, dar y dar a lo Teresa de Calcuta; y creer que eso tiene que ser suficiente para que todo funcione. -¡Es que le quiero con locura! De nada sirve dar si no se le pregunta al otro qué es lo que quiere o necesita. Uno puede querer agua, y tú no escuchar y estar atiborrándole de pipas que le provocarán además más sed. -¡Es que le doy todo y mira cómo me responde! El otro se ha comido toda tu bolsa de pipas y no sólo no le has saciado, sino que le tienes todo hipertenso y a punto del infarto... Acaba siendo realmente frustrante lo de dar a ciegas y sin mesura, y no obtener a cambio lo que esperas exactamente. 
La siguiente lección que aprendí fue lo jodidamente cierto que es eso de que los perros se parecen a sus dueños. Los dos somos cariñosos, amorosos, tranquilos; pero también tenemos carácter y somos un poco especialicos para según qué cosas. Cuando la educadora me envió un correo explicándome las taras de mi perro y los aspectos que había que reforzar, pensé: un momento, ¿está hablando de mi perro o de mí? Sobre lo que había que trabajar, resaltaban en negrita las palabras independencia, confianza y autoestima. Vamos, como si lo hubiese parido yo, que es un calco de su madre (pero la barba la heredó de su padre, eh?). Si es que lo de amaestrar a una mascota es como educar a un niño, y por mucho amor y empeño que le pongas, es fácil y normal equivocarse. ¡Ya podían venir con un libro de instrucciones! Este aprendizaje también me sirvió para dejar de culpar a mi madre por algunos de sus “errores”.
La tercera lección y más importante es…errr ¿tener hijos? ¿estamos locos? De momento creo que no, gracias. Ya tengo suficiente con él, y desde luego aún muchísimo que aprender.

Y que conste que aunque esté tarado, le adoro tal cual es.


8 comentarios:

  1. Después de terapias humanas y lecciones perrunas yo también quiero a tu perro

    ;)

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  2. Ainsss, este post me ha encannnntaaaaadoo. ¿Será porque yo también me siento un poco perr@? ¿O será por la mención a Begginers (que me requetencanta)? No sé, pero me ha parecido muy tierno y real como la vida misma ;)

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  3. ¿Por? ¿Le estás buscando pareja?
    Ay, qué emoción, igual hasta acabo vestid@ como la perra de tu foto de perfil ;)

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    1. Me temo que otro de los defectos de mi perro es que es asexual, pero si quieres un amor célibe, igual podéis pasar por la vicaria. Yo os doy mi bendición.

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  4. Vaya con el hiperapego, nosotros lo llamamos "ansiedad de separación" y desde luego los síntomas y las conductas son muy similares, y posiblemente el tratamiento en parte también.

    El perro de la estupenda Begginers, como el de The Artist, son alucinantes. Yo tengo grabada las miradas de mi perra Nona, mirándome fijamente mientras le recitaba la lección que acababa de estudiarme, como diciéndome "¿No estaríamos mejor paseando?"

    La pregunta ahora es, ¿cambió? ¿cambiaste?







    Me encantan todos la película y todos sus personajes.

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    1. Hemos cambiado un poco los dos. Él ya no llora cuando se queda sólo, tenemos una relación mejor, pero sigue sintiendo devoción por mí. Hay tardes en las que se me queda horas y horas mirándome embelesado. Sigue teniendo miedo a los perros, pero los tolera, ya no sale huyendo. En esencia somos más o menos lo mismo, pero lo llevamos mejor. Y yo no puedo evitar ser tan protectora con los que quiero.
      El hiperapego es exactamente lo mismo que la ansiedad por separación, y la terapia entre humanos y perros al respecto es bastante similar.

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