Todo está destinado a mutar y evolucionar, incluso los detalles efímeros que marcan la vida cotidiana. Pero la última revolución en cuanto a los hábitos de profilaxis ligados a la regla de la que varios medios se han hecho eco recientemente, me tiene trastornada. Se trata de unas bragas que, además de un bonito diseño, absorben tanto menstruación como flujo vaginal, son cómodas, no huelen y no manchan ni dejan que los líquidos traspasen su tejido. O eso dicen. Y yo me pregunto: Si de verdad funcionan, qué hacemos ahora con las bragas de la regla, eh? ¿Cómo afrontar el adiós a una prenda que probablemente lleve con nosotras toda una vida?
Las
bragas de regla son un fondo de armario que los gurús
de la moda olvidan mencionar cuando detallan las prendas básicas que
toda mujer ha de tener. De hecho, lo ideal sería poder contar con
más de una, lo cual no es tarea fácil porque una braga de la regla
no nace, se hace. Se trata de una braga aparentemente de segunda
división, avergonzada de haber pasado de moda, cuyo papel
fundamental es salvar a las braguitas más monas del holocausto
menstrual. Es sometida durante años a rigurosos entrenamientos a
base de estiramientos hasta conseguir que ceda y se adapte a nuestras
dimensiones necesidades, que ha sufrido lavados a
70ºC, que probablemente tiene algún descosido, ha perdido el color,
el elástico y cualquier atisbo de glamour, pero ¡joder, le tienes
cariño! Tantos años juntas… Es tan reconfortante poder contar
con ellas en “esos días”, que serían el
equivalente a la mantita de Linus en Charlie Brown. Además son
bragas indecentes que aunque jamás te pondrías para salir a ligar,
suelen tener el efecto mágico de atraer polvos inesperados. Pero no
te atrevas a enseñárselas a tu madre, porque no dudará en dar
mejor vida a esa reliquia y convertirla en trapo para limpiar el
polvo. ¿De aquellos polvos, vienen esos lodos?
Lo
de la vida útil de las bragas es todo un tema. Y luego está esa
conducta de acaparadoras enfermizas que muchas desarrollamos
confundiendo variedad con barbaridad, porque que levante la mano la
que no tenga un equipamiento de ropa interior escandaloso, que
fluctúa entre los 20 y 2 años de antigüedad, y que nos permitiría
sobrevivir tranquilamente dos meses sin necesidad de lavar nada. A
las bragas de la regla tenemos que sumar las de batalla o del día a
día, las de echar un polvo, las de por si acaso echo un polvo, las
de ir al médico, las de las bodas y eventos con efecto moldeador,
las que no se marcan, las color carne, las rojas para fin de año,
las de la suerte, las que te regaló algún novio optimista y guardas
al fondo del cajón por si algún día consigues caber en ellas…
“Las
bragas de las mujeres me supusieron una terrible decepción en cuanto
empecé a cohabitar con ellas. La verdad, nunca me he recuperado del
pasmo que me supuso descubrir que las mujeres son como son, que hacen
lo que hacen y que luego pasa lo que pasa: se reservan las mejores
prendas para esas noches en que saben que van a dormir en compañía.
Cuando vives con una mujer, esas prendas indefinibles, esos trozos de
tela desvaída, encogida, habitualmente comprados en las rebajas de
Marks & Spenser aparecen de pronto colgados por todos los
radiadores de la casa, y tus lascivos sueños de adolescente, tu idea
de que la edad madura iba a ser un tiempo en el que estarías rodeado
de lencería exótica para siempre jamás…, todos esos sueños se
desmoronan y se hacen polvo.” Estracto
de “Alta Fidelidad” de Nick Hornby.
Sí,
las bragas nos definen y hablan de nosotras y de nuestro estado de
ánimo o de nuestras intenciones. Cuando abres el cajón de la ropa
íntima de alguien, debería sonar una voz en off que te diera la
bienvenida a su mundo interior.
Así
que con tanto donde elegir y tanta ocasión inesperada en la que es
necesario llevar la braga adecuada, ¿qué criterio escoger para
desprenderse de ellas?
Si
has oído un “crack” al estirarlas, si están tan sobadas que ya
no son suaves sino que parecen papel de fumar, si te están tan
bailongas que se te caen, no te engañes; lo tuyo no son bragas
vintage, sino piezas vetustas y vergonzantes. Lo sabrás si te
has tenido que enfrentar a los aspavientos de algún compañero de
piso que las ha visto colgadas en el tenderete y que te ha implorado
que las quemes. Todas hemos escuchado y seguimos a rajatabla las
advertencias de nuestras abuelas sobre llevar siempre la ropa
interior limpia “no sea que tengas un accidente”, pero se
olvidaron mencionar que pillarte con unas bragas viejas en según qué ocasión, puede ser
mucho más humillante.
La
cuestión es que no es tarea fácil comprar bragas y acertar. Hay que
tener en cuenta un montón de factores como el cuerpo de una, el
precio, la ocasión en la que te las pondrás, la ropa que usarás o
que sean susceptibles de combinar con alguno de tus sujetadores. Si a
estas dificultades añadimos el hecho de que por cuestiones de
higiene no se pueden probar previamente ni cambiar, comprar bragas
pasa a ser un constante aprendizaje a base de ensayo y error. Para
más inri, parece que los fabricantes ignoren información básica
sobre nuestra anatomía y desconozcan dónde cae el mismísimo,
siendo habitual encontrar en estas prendas errores fundamentales de
diseño que las hacen incómodas (cuando no molestan las costuras se
te clava un encaje ingrato o presentan un recoger impreciso) o con
una funcionalidad limitada. Este post explica a la perfección el
problema al que me refiero: el “chochero” (tela
superpuesta en el interior de la braga cuya función es asegurar y
reforzar el área de recepción de ciertos fluidos) habitualmente es
colocado en tierra de nadie y le faltan centímetros por delante para
cumplir el propósito por el que se ideó. Y por supuesto la sublimidad
de una braga suele ser inversamente proporcional a su comodidad, y si
no que me expliquen por qué la composición textil de finas puntillas y
encajes monísimos, parece ser el esparto.
Incluso
aunque consigas encontrar lo que buscas, tendrás que asumir que con
el paso del tiempo y los lavados, toda braga va perdiendo su
identidad original y tiende a tanguizarse, metiéndosete por
el culo a cada paso y obligándote a hacer el “movimiento Rafa
Nadal” para recolocarlas cuando crees que nadie te ve. Aún así,
si consigues que la violación textil no pase a la zona frontal, date
por satisfecha con tu compra.
Ante
semejante complicación, y aunque mujeres como Marta Chávarri
o Paris Hilton y cada vez más celebrities se decanten por la frescura púbica, yo siempre he
tenido presente aquel sabio consejo publicitario de “Pepi, Luci,
Bom y otras chicas del montón”, comercial ficticio ideado por
Carmen Maura convertida a publicista en la película. Decía: "Hagas lo que hagas, PONTE bragas".
Por eso es casi imposible no padecer un Síndrome de Diógenes
bragueril, o a ver quién es la lista que se atreve a
deshacerse de esas bragas que compró pensando que le sentarían
divinamente y que tanto le costaron (en términos económicos y/o de
esfuerzo) aunque hayan resultado ser un instrumento de tortura que no
haya Dios que se ponga. Veamos quién es la valiente que es capaz de
desprenderse de toda una superviviente que sabes que cumple su papel,
o que guardas por si acaso jamás le encuentras un sustituto digno. Y
puestas a echarle ovarios y tirarlas, ¿van al cubo de lo orgánico o
es un envase?
FUENTES:
Toda una lección.
ResponderEliminarMuy bueno.
Gracias!
EliminarBuenísimo, sí señora!!
ResponderEliminarMe encanta este tema, y creo que debería hablarse más de él, parece que es un tabú, y siempre suenan risillas cuando dices "bragas", o que es una vergüenza que se te noten (señal de que las llevas, si no, no se notarían)
Y sí, es todo un acto de preparación mental el decidir deshacerse de esas campeonas de nuestros días más complicados, y hacerlo.
Un abrazo!
Me alegro de que te haya gustado. Besos!
EliminarJaja, me parto. A ver, y qué pasa con los tangas? Imprescindible SÍ O SÍ cuando vas al gimnasio por ejemplo. Eso de usar bragas con unas mallas NO, WAY!
ResponderEliminarChica, yo es que con mi culo no me veo bien en tanga, aparte que el sexo no consentido no va conmigo :-P
EliminarJuas, cómo me he reído. En mi familia materna siempre ha habido culto a la braga, pero como cualquier otra herencia se salta una generación. Yo heredé la obsesión de mi abuela y mi tía abuela, en cambio mi madre y una de sus primas son de las que duermen al fresco.
ResponderEliminarBesos