“No es una camisa o unos simples pantalones, es lo primero que ven de ti.
Tu símbolo de identidad, tu bandera diaria. Cuando la haces tuya, no importa el
precio ni la marca. Su color, su forma y su aspecto te definen. Tu ropa eres
tú”
Así comienza el anuncio de un conocido detergente. Ya he comentado alguna
vez que en ese sentido soy un poco desastre: sólo me arreglo cuando tengo que
salir del barrio, de otra manera, me verás con la ropa de andar por casa. Y con
esto no te imagines las cucadas de las tiendas de ropa íntima del estilo pasaba
por aquí en desabille y me puse esta chaqueta de ochos de mi chico; me refiero
a los modelitos más anti morbo del mundo, ejemplo de lo que no se puede hacer
en cuestión de estilo. ¿Has visto en las revistas fotos de Britney Spears saliendo de casa sin arreglarse?
Pues peor.
Ahora que viene el mal tiempo, me excita la sola idea de pensar en llegar
a casa y enfundarme el chándal o el pijama de puños, a poder ser de franela, la
camiseta por dentro del pantalón y sellarlo térmicamente del todo por debajo con
calcetines gordos, para rematar el look echándome por encima mi adorada chaqueta de
lana espantosa llena de pelotillas, ¡pero es que es tan cariñosa! Ya en una
categoría superior de placer, está lo de abrigarme con mi batamanta, que fue creada
genéticamente por científicos del ejército Huesca sólo para mi confort y
bienestar supremo. Mi entorno me critica bastante por ello, pero me la toca en
la misma medida. Y añadiré que no me preocupa lo más mínimo tener que salir de
semejante guisa a la calle a sacar al perro, a la compra, o recibir a las
visitas así. Entonces, ¿en qué lugar me deja este anuncio?
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Yo dentro de unos años... |
Dicen mis amigos que con estas pintas jamás pillaré nada, pero ni si
quiera un resfriado. Yo en cambio siempre he tratado de defender la idea de que
quien me quiera, tendrá que quererme tal cual soy. Conozco el caso de una
persona que bajó en bata a comprar tabaco y se encontró a alguien en las mismas
circunstancias y surgió el flechazo. De hecho, pienso que ese atuendo es símbolo
de confianza, e implica mucha más intimidad que aceptar al otro como amigo en
Facebook o darse el número de teléfono, porque con el pijama o la ropa de estar
por casa, no hay posturas, dobleces ni predisposiciones posibles. ¿No sería entonces
ideal conocer al hombre de tus sueños, precisamente con la ropa con la que te
vas a la cama a soñar? Y qué narices, dudo que Ewan McGregor vaya a estar
esperándome en la cola del supermercado, las cosas como son.
Si la ropa me define, en ocasiones soy una desidiosa. Si transmite información
porque suele ir acorde con nuestra personalidad y/o estado de ánimo, puede que
esté en apuros, lo admito. Así que le pedí ayuda a una amiga que tiene mucho
estilo y mucho arte en eso del vestir, y la dejé que hiciera limpia en mi
vestuario mientras yo me encontraba trabajando. Al llegar a casa me encontré
con una pila enorme de ropa para dar, y cuatro vestidos colgando tristemente en
el armario, más un par de trapitos desangelados en los cajones que se habían
salvado de la criba.
- Mari, lo tuyo es una mina. Es que tienes camisetas y modelitos del
Festival de Benicassim de 1998, y ya no tienes ni edad ni condición para llevar
eso – argumentó sobre su selección.
La gente se piensa que son los lugares, las canciones o los olores los
únicos que albergan grandes historias, pero la ropa puede contener un montón de
recuerdos, y cuando te encariñas de algo, es difícil dar el paso hacia la
separación, porque dentro de ti sientes que una parte se arrepentirá si decides
deshacerte por siempre jamás por ejemplo de tu camiseta del viaje de fin de
curso de COU, esa con la que duermes cada noche. ¿Y si a partir de ahora tengo
insomnio? – te preguntas. Tengo que decir que superar este duro trance no
habría sido posible sin la ayuda de una amiga con criterio y determinación como
la mía.
Aún así intenté rescatar de la montaña de la ropa repudiada varios
modelitos, con la excusa de que me venían bien para bajar a la playa o para
estar por casa:
- Vas a la playa a lo sumo 15 días al año así que no necesitas tantas
mierdas, y si la ropa de estar por casa abunda más que la de salir a la calle,
a ver si es que vas a tener un problema de sociabilidad – Y qué gusto da decir
las cosas en confianza, y sin acritud. Para eso están las amigas, claro que sí.
Gracias a mi amiga me he dado cuenta que salir en pijama a la calle como
lo hacen los chinos, no es un signo de globalización, sino de dejadez absoluta;
que una cosa es que se lleve el estilo homeless, pero eso no es lo mismo que el
desaliño. He comprendido más que nunca que la belleza esta en el interior, sí,
pero no bajo la costra. Y que se lleva lo vintage, pero en esa categoría no
entra un batín añejo que podría quedarse de pie porque después de tantos años
ya ha cogido tu forma, ni las camisetas con corte baby-doll que me ponía con 20
años. Y según su opinión, mis caderas, esas que siempre he odiado y tratado de
ocultar con vestidos tipo saco de patata, son precisamente lo que más tengo que
resaltar, por lo que me preparó varios conjuntos con los que me siento toda una
Pin Up. ¡Hola nuevo yo!
Lo cierto es que sus consejos funcionaron. Recuerdo cómo uno de los
ligues de este verano se sorprendió en el intercambio de fotos y alabó mi buen
gusto a la hora de vestir, diciendo que era el tipo de chicas que alegraban los
veranos a los hombres por mi feminidad:
- Chsst, no te confundas - le dije -, que en las fotos me arreglé porque
estuve haciendo turismo y salí del barrio, pero normalmente soy la loca que
sale a la calle en pijama o sin peinar.
–Agradezco tu sinceridad – contestó -, pero no es necesario que destruyas
la magia de cómo te estoy imaginando ni tienes por que contarlo todo.
Yo es que prefiero ir con la verdad por delante, que no me gustan las
sorpresas desagradables. Porque los hombres esperan que estemos en casa con un
salto de cama y siempre divinas de la muerte, pero si no te atreves a sacar a
pasear tu modelito de estar por casa cuanto antes, te convertirás en una
esclava de los picardías, del encaje, el satén y otras cosas que no abrigan. Y
no hay cosa más terrible que unos pies heladores que te despiertan en medio de
la noche.
Reivindico por eso desde aquí mi derecho a poder estar en casa como me dé
la santísima gana. Si luego me pinto el ojo, me peino un poco, me quito el “traje
de noche” y doy el pego; soy como las celebrities después de pasar por el
photoshop, solo que sin ordenadores de por medio, ni trampa ni cartón. Cuanto
más zarrapastrosa vaya, más gustera me da después arreglarme, y mira, así
también sorprendo pero de manera más positiva, que digo yo que esto será mucho
mejor, aunque en el vecindario estén convencidos de que tengo una hermana gemela mona y apañada.
Luego está el tema de las bragas, pero éste merece un capítulo aparte.
¿Somos realmente nuestros pantalones, o la mierda cantante y danzante del
mundo?