domingo, 24 de febrero de 2013

Si la ignorancia fuera llenura


Llevo unos días estresada, cabizbaja y meditabunda. Vamos, que no me aguanto ni yo, que si se me cruza el cable, sale a relucir eso que me empeño en llamar personalidad por suavizarlo un poco, pero que la gente define como carácter y que me convierte a veces en un ser despreciable del que es mejor huir si no quieres que la pague contigo. Mi madre solía decirme de pequeña que era una rabuda: “Mira mira, te está saliendo rabo” – me chinchaba. Y ahí me veías a mí dando vueltas sobre mí misma para comprobar si era cierto que me estaba saliendo una protuberancia por detrás, lo cual me hacía enrabietarme aún más porque a pesar de mi empeño, jamás conseguí verlo.
Echo de menos la inocencia propia de la infancia, esa que te hacía creer a pies juntillas todo lo que te decían los mayores sin apenas cuestionarles y te impedía plantearte por ejemplo que el oficio de los Reyes Magos era imposible logísticamente: un “es que son mágicos” bastaba para echar por tierra cualquier atisbo de duda sobre su existencia. La misma inocencia que te hacía creer en ratones con apellido que recogían los dientes de los niños para hacerse un castillo, o en cualquier otro superhéroe, incluidos los padres, dotados de poderes que uno no debía subestimar. Incluso mi hermana consiguió hacerme creer en su capacidad de tirarse pedos de colores; sólo tenía que acercarme bien al punto de emisión para apreciar los matices coloridos de sus gases…
Echo en falta la curiosidad infinita por todo lo nuevo, y que lo desconocido no me causara ningún miedo o respeto como ahora me pasa con el “y si esto, y si aquello”, donde las variantes eran sólo esas cosas parecidas a las aceitunas que vendían en las tiendas de frutos secos y golosinas, y los errores no eran más que lecciones del aprendizaje sin apenas consecuencias.
Extraño la capacidad que tenía por ilusionarme y sorprenderme con casi cualquier cosa, la ignorancia de entonces sobre todos los males mayores y menores que ahora me atormentan, esa época en la que los problemas no eran más que los deberes de matemáticas. La ausencia de responsabilidades y el poder delegar todas las decisiones importantes en los adultos, y que “a mamá vas” fuese la frase clave que te aseguraba que aquel que se saltara las reglas del juego, iba a pagarla.
En aquellos tiempos la felicidad parecía ser una forma de vida y no un estado pasajero. Simplificábamos la realidad convirtiendo la vida en un juego constante que consistía en saltar los charcos en vez de crearlos con lágrimas, y en la que el dolor más grande, era el de una simple herida en la rodilla, aunque creyeras que por ella se te iba a escapar el alma.
La ignorancia propia de la infancia nos hacía creernos inmortales, incombustibles e invencibles y actuar como tales. La experiencia de la vida nos va otorgando sabiduría, pero resulta paradójico cómo en el crecimiento, esa acumulación de pensamientos y enseñanzas puedan suponer un lastre que nos limita y nos hace sentir en ocasiones más pequeñitos, débiles e indefensos que nunca.



Y en esas estamos...

9 comentarios:

  1. Tiro un euro esloveno al aire24 de febrero de 2013, 11:46

    uff, vaya!

    En esas estamos

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    1. Todo pasa. Habrá que buscar las pequeñas cosas que te alegran la vida y conformarse con eso.

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  2. Yo, hace poco, comentaba que también echaba de menos una época de mi vida; pero no me remontaba tanto. Me bastaba con retroceder hasta los años donde aún había ingenuidad y optimismo (aunque ya no creyera en los Reyes Magos). Dónde cada canción era un descubrimiento, cada proyecto una ilusión y todavía tenía Fe... Me estoy volviendo un cínico escéptico, y no me gusta.

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    1. A mí tampoco me gusta nada, por eso ando algo chof. Hay que aprender a desaprender, vaciar el vaso para poder llenarlo de nuevo. Punset dice al respecto cosas muy interesantes,a ver si encuentro el enlace y puedo ponerlo.

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    2. Bueno, aquí hay un buen resúmen de la teoría de Punset sobre desaprender lo aprendido. Me parece una muy buena opción para aproximarse a recuperar la inocencia de entonces: http://ingredientesdelavida.blogspot.com.es/2012/04/desaprender.html

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  3. ¿Ataque de nostalgia? :-) Yo no echo de menos la infancia a menudo (en realidad, rara vez echo de menos nada), pero sí sé que si un genio lamparino me propusiera volver a 1987 lo haría sin dudar. No soy de los de "cualquier tiempo pasado fue mejor", pero fui más feliz de lo que me parece poder serlo ahora.

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    1. No es un ataque de nostalgia, de hecho no soy de los que dicen que tuvieron una infancia súper feliz, pero sí que es verdad que todo parecía más fácil. Y tampoco volvería a entonces...le pediría al genio de la lámpara que me dejara ver el mundo ahora con los ojos de entonces.

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  4. Uf, la verdad es que comprendo demasiado lo que dices. No tuve una gran infancia, pero comparando con lo que se vino después termino recordándola con todavía más cariño del que debería.
    En fin, buen post. Acabo de encontrar tu blog, así que voy a cotillear por aquí un poquito :)

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    1. Muchas gracias Eli y bienvenida. Voy a cotillear yo también :-)
      Como comentaba más arriba, no siento que tuviera una infancia idílica, desde pequeñita he sido demasiado sensible, lo cual me ha permitido disfrutar de lo bueno como la que más, pero sufrir sin consuelo por lo malo. Por eso no volvería a aquella época, pero sin duda todo era mucho más sencillo y me gustaría poder observar la vida de ahora con los ojos de entonces, creer, tener fe en la humanidad... y sí, todo lo que nos toca vivir ahora nos hace recordar con más cariño lo de entonces.

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